Alberto Fernández, en privado, desquites, balance y festejos silenciosos en el despacho presidencial
Acepta la decisión de mantenerse apartado de la campaña, pero en la intimidad traza un balance de cuatro años de gobierno, se siente reivindicado y repasa su relación con Cristina Kirchner y Sergio Massa
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El teléfono está en silencio en el despacho presidencial. El tiempo transcurre con una calma inverosímil. Alberto Fernández celebra la victoria del peronismo apartado de la campaña, un festejo privado que entiende como una reivindicación personal. No es nombrado. No aparece en los actos. La estrategia lo ocultó de la primera línea. “No me molesta, si ayuda a ganar”, dice, mientras percibe como se acerca el final del mandato.
Ya no habla con Cristina Kirchner, la mujer que lo eligió para regresar al poder y que ahora lo niega. Pero el Presidente dialoga diariamente con Sergio Massa. “Le dije a Sergio que si gana voy a marcar una revolución en el peronismo”, bromea y explica: “Voy a ser el primer presidente peronista que entrega el poder a otro peronista, que no es su esposa”. Sonríe y se recuesta en el sillón. La ironía alude a Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Pero también es una rémora imperfecta de Juan Perón e Isabel Martínez, en ese caso mediada por la muerte.
Tras cuatro años de fragilidad económica y una interna impiadosa, Fernández añora la victoria definitiva del peronismo en la segunda vuelta y acepta mantenerse fuera de los focos. “La centralidad debe tenerla el candidato, hay que evitar el error de Eduardo Angeloz y Raúl Alfonsín”, justifica. Se refiere al candidato de la UCR que debía suceder a Alfonsín y que terminó derrotado por Carlos Menem en medio del proceso inflacionario. El Presidente busca paralelos con la historia y se pregunta cómo será recordado.
En su última aparición pública, al votar en Santa Cruz, Cristina Kirchner volvió por enésima vez a simular lejanía con el gobierno de Alberto Fernández. Se presentó como quien “preside el Senado y nada más que eso”, juró que no fue “escuchada” y que no decide “políticas públicas”. Para los colaboradores presidenciales, la aparición pública de la vicepresidenta el día de la votación tuvo una razón secreta. “Cristina pensaba que íbamos a perder”, revelan. La victoria de Massa la sorprendió cuando se estaba despegando del resultado. Hasta el final, Cristina Kirchner buscó quitarse responsabilidad de los fracasos, contarse a sí misma una historia donde siempre es la heroína. No tenía pensado que Massa ganara.
La semana pasada, el Presidente compartió un presagio con sus colaboradores: “Cristina va a descubrir que Sergio no es como yo”. En el peronismo se asienta con fuerza la certeza de que Massa, si se impone en las elecciones, va a intentar limitar el poder de la vicepresidenta, arrinconarla judicialmente, monopolizar las decisiones, construir una sola jefatura. Alberto Fernández gobernó con Cristina Kirchner en su contra. Nunca la enfrentó. En el peronismo dan por descontado que todo cambiará. Massa puede ser la venganza impensada del Presidente. Ya mandó a avisar que terminará con los ministerios compartimentados entre las diferentes facciones del peronismo.
“Cuando me renunciaron los funcionarios kirchneristas y me decían que aprovechara, que los echara a la mierda, cuál hubiera sido la consecuencia, se iba a romper la coalición y, con el peronismo dividido, la oposición hubiera ganado”, se defiende. Fernández está compelido a un descargo reservado, silencioso. Alrededor domina la quietud, mientras los días avanzan lentamente hacia su retirada.
Cristina Kirchner lo eligió como candidato y ahora lo desprecia. El quiebre entre ella y el Presidente alcanzó su punto máximo con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, cuando Máximo Kirchner y la vicepresidenta convocaron a sus diputados y senadores a votar en contra. Pero Massa también impulsó el acuerdo, reunió los votos, gestionó respaldos en Estados Unidos y, sin embargo, quedó fuera del desprecio de la vicepresidenta y su hijo lo idolatra, como el tío canchero que se aparece con regalos caros y nadie pregunta de dónde salió la plata. La lluvia ácida del kirchnerismo no cae sobre Massa. “Sergio hizo de mediador entre Cristina y yo, por eso quedó afuera”, interpreta el Presidente. Una mirada maliciosa podría concluir que Massa eligió su papel desde el inicio; empujó al enfrentamiento entre dos lados del triángulo para emerger, al final de la carrera, como el único vértice salvado de las llamas. Una conclusión sólo posible de mentes maquiavélicas.
Sin que salieran a la luz, Fernández confrontó durante cuatro años con ideas delirantes, pero las toleró sin romper. Cristina Kirchner pedía en privado gobernar con mayor déficit, bregaba por aumentar la emisión y el gasto, más allá de las conclusiones de bibliotecas enteras de teoría macroeconómica y el calentamiento de la inflación. En las charlas internas trazaba paralelos con Japón, sin reconocer las diferencias con una potencia comercial, con exportaciones tecnológicas de alto valor agregado y que, además, tiene crédito. Detalles. Después alegó que Martín Guzmán le había mentido, que el plan económico había fracasado porque había sido engañada. Y junto con Máximo Kirchner se abrazó a la bandera de romper con el FMI. “Nunca entendió el sistema de las facilidades extendidas”, descargan ahora, en la intimidad gubernamental.
Máximo Kirchner fue también el responsable de imponer a Martín Insaurralde en el gabinete de Axel Kicillof, un “comisario político” que iba a enderezar la gestión bonaerense. Desde su cargo, el intendente de Lomas de Zamora organizó los viajes en yate y las fiestas con Sofía Clerici que luego salieron a la luz pública. Alberto Fernández recuerda ahora cuando también le exigieron llevar a Insaurralde a su gabinete nacional. La historia se había mantenido en secreto. En los cambios de nombre de ministros que danzaron durante la crisis con el kirchnerismo, el Presidente recibió la presión para llevar a Insaurralde al Ministerio de Obras Públicas. Con su circunspección legendaria, Alberto Fernández simuló ignorar los pedidos. Los impulsores se dieron por vencidos y, finalmente, Insaurralde desembarcó en el gabinete bonaerense. Luego apareció el Yategate, los regalos millonarios y los pasajes de último momento a 8000 dólares cada uno. “Insaurralde nunca podría haber sido un ministro de mi gabinete”, se diferencia ahora el Presidente, mientras hilvana los desquites privados.
El resultado de la elección devolvió tranquilidad a Fernández y lo transportó a un tiempo de balance. Está convencido de que el próximo Presidente de la Argentina va a disfrutar de un período de prosperidad. “El gasoducto va a estar terminado y bajará la necesidad de dólares para importar combustibles, la cosecha viene bien, se superó la sequía, la actividad industrial viene creciendo”, enumera sin cansancio y prefiere sortear rápido la mención a la inflación. En la certeza de que el porvenir será mejor, Fernández ansiaba una derrota opositora que alejara la idea de verse obligado a entregarle la banda presidencial a Javier Milei o Patricia Bullrich.
En el balance, Fernández también saca a relucir los casos de corrupción. Compara los funcionarios condenados de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Kirchner, como Julio De Vido, Ricardo Jaime, Amado Boudou, Juan Pablo Schiavi, traza una diferencia con su gabinete actual y desafía: “Pregunten en Comodoro Py si hubo emisarios del Presidente para gestionar causas”. Es, precisamente, uno de los factores que le critica el kirchnerismo, su pasividad ante los avances de las causas de corrupción contra la vicepresidenta. “Hay que terminar con los personalismos, organizar el Partido Justicialista”, propone y recuerda una frase de Juan Domingo Perón: “La organización vence al tiempo”. Pero Fernández sabe que Massa irá en sentido contrario, como un émulo de Néstor Kirchner, el candidato ansía la botonera completa para tener el control absoluto, está lejos de la idea de relegar poder de discusión a un ámbito partidario. “Yo nunca goberné imponiendo miedo”, distingue el Presidente. Y recuerda las críticas internas por girar fondos a Mendoza, una provincia gobernada por la oposición, o entregarle un predio nacional al municipio de Tres de Febrero, gobernado por Diego Valenzuela, de Juntos por el Cambio.
Los minutos pasan sin sobresaltos. ¿Qué hará después, cuando entregue los atributos y se retire en soledad? Fernández ya recibió invitaciones de universidades extranjeras para dictar clase, pero busca que sea por tiempo parcial. No quiere abandonar la política. Imagina una forma de vida que se reparta entre la Argentina y el extranjero. Se sueña reivindicado. Desde afuera de la Casa Rosada llega el rumor de la plaza. Por ahora es una ilusión forzada al silencio.
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