Alberto Fernández, el operador que ayuda a construir el poder de Kirchner
Administró los fondos de la campaña presidencial de Duhalde en 1999 y fue superintendente de Seguros
Cuando Néstor Kirchner decidió que empezaría a trabajar para ser presidente marcó el número del celular de Alberto Fernández y lo citó en un bar de Recoleta para confesarle sus planes, que entonces sonaban utópicos.
Pasaron tres años y ese mismo teléfono suena ahora hasta el hartazgo. Fernández se convirtió en el principal consejero de Kirchner, fue el primero que creyó de veras que podría triunfar, negoció el decisivo acuerdo con Eduardo Duhalde y no hay que ser adivino para arriesgar que ocupará un lugar destacado en el gobierno que asumirá el domingo que viene.
"No sé nada, te lo juro", es la muletilla que repite cientos de veces al día. Todos -funcionarios, dirigentes, amigos, periodistas- le preguntan lo mismo. Quiénes conformarán el gabinete y en qué posición.
No todos le creen. Saben que Kirchner lo llama a cada rato en las contadas ocasiones en que no están juntos y que es el único hombre que ha acompañado al presidente electo en los momentos de decisiones importantes de la campaña.
Por sus antecedentes muchos lo confunden con un economista, pero es abogado especializado en derecho penal. Tiene 44 años, es hincha de Argentinos Juniors y su estilo dista mucho del tradicional operador político. Se considera un técnico, pero reconoce que la campaña que acaba de terminar le dio un acelerado aprendizaje sobre cómo construir poder.
Aquel día del año 2000 que Kirchner le confesó su sueño presidencial, Fernández acababa de ganar su banca en la Legislatura porteña por la coalición que lideró Domingo Cavallo. "Sos el primero con el que hablo", le advirtió el santacruceño.
El gobierno de Fernando de la Rúa aún despertaba esperanzas y en el peronismo se instalaban Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann como líderes de una futura carrera hacia el poder.
"Le dije: "Contá conmigo, voy a ser el primer diputado kirchnerista"", relata Fernández a LA NACION.
Entonces no eran amigos. Mantenían una relación de respeto mutuo desde 1996, cuando los presentó Eduardo Valdez, actual diputado porteño. La confianza aumentaría dos años después durante la campaña de Duhalde que terminó en derrota.
* * *
Fernández reniega del mote de "duhaldista", pero desde 1995 integró con Alberto Iribarne y Jorge Argüello la oposición al menemismo en el PJ de la ciudad de Buenos Aires. "Entre los dos proyectos, tuve bien claro dónde no quería estar", sostiene.
En 1998, el entonces gobernador bonaerense le encomendó la fundación que se encargaría de administrar el dinero de la campaña presidencial del año siguiente. Duhalde le dice Beto. El lo trata de usted.
Desde 1996, Fernández conducía el holding de empresas del Banco Provincia y participaba con fervor militante en foros y organizaciones en favor de la transparencia en la política.
Los gastos de aquella campaña terminarían por generar fuertes polémicas después del fracaso, pero él defendió a muerte su trabajo. Presentó un informe detallado de los aportes y los egresos y expuso los resultados de una auditoría externa.
No fue la única función que le dio Duhalde. También le pidió que coordinara un grupo progresista en favor de su candidatura, con el fin de evitar el éxodo de peronistas hacia el floreciente Frepaso.
Kirchner era el único referente con peso territorial que entraba en esa categoría y, además, odiaba a Carlos Menem más que nadie. Estaban también Julio Bárbaro, Juan Pablo Lohlé, Esteban Righi, Carlos Tomada, Mario Cámpora y otra docena de figuras.
El 1° de octubre de 1998 nacía el Grupo Calafate, que -ya desarmado- permitiría a Kirchner armar su primera red de contactos nacionales.
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En esos días, Duhalde le encargó a Fernández sumarse a otra operación, que a la larga le permitió retener el control en la provincia de Buenos Aires: un acuerdo con Cavallo para la elección bonaerense que impulsó el triunfo ajustado de Ruckauf.
Fernández conocía a Cavallo desde los tiempos en que ejercía como superintendente de Seguros de la Nación. Había jurado en 1989 en el primer equipo económico de Menem. Llegó de la mano de Guido Di Tella y de Rodolfo Frigeri, explica. Era su segundo cargo: desde 1985 fue subdirector general de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía, en los años de Juan Vital Sourrouille. "Ojo, que siempre fui peronista", aclara.
Cavallo asumió en Economía en 1991 y mantuvo intacta la cúpula de la Superintendencia. Fernández siguió allí hasta fines de 1995 por pedido especial del ministro, pese a que había hecho pública su oposición al menemismo antes de las elecciones de mayo de ese año.
Muchos años más tarde, cuando ya empezaba a ser la mano derecha de Kirchner, Fernández fue el nexo (y puso su departamento) para una reunión entre Cavallo y el ahora presidente electo. Ocurrió el 20 de marzo de 2001, horas antes de que el economista asumiera como ministro de Fernando de la Rúa. Quería respaldo, pero Kirchner -que siempre rechazó las políticas cavallistas- le dio la espalda.
La debacle de la Alianza afianzó su ligazón con Kirchner, que empezó a tomar más en serio el plan presidencial tras el trágico 20 de diciembre.
Fernández terminaría por ser el receptor del primer intento de Duhalde por acercarse al líder patagónico después de la discusión que los había separado de manera terminante a partir de enero de 2002.
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Una mañana de agosto pasado el Presidente invitó a Fernández a desayunar en Olivos.
"Estoy en el peor de los mundos. El candidato que quiero me dijo no (por Reutemann). El otro no sube en las encuestas (por De la Sota), mi peor enemigo (Menem) se va a presentar y el único que me queda no para de agredirme."
Semejante recepción abría paso a un acuerdo. Si Kirchner dejaba de confrontar con él, podría soñar con obtener el apoyo del PJ bonaerense.
El 13 de septiembre se concretó la reconciliación. Había que buscar una excusa para propiciar un encuentro entre Duhalde y Kirchner.
Al final, se apuró la firma de un convenio laboral con las provincias patagónicas y se invitó a cinco gobernadores a Olivos. Los dos protagonistas se reunieron a solas tras ocho meses de guerra.
Faltaba un poco, pero se empezaba a cumplir la táctica que imaginaron al empezar la campaña, en los días en que nadie apostaba una moneda por el poco conocido gobernador de Santa Cruz. "Teníamos que resistir. Una trituradora se comía a toda la clase política y sabíamos que había que tener paciencia y actuar con serenidad", dice Fernández.
Le encantan las metáforas.
Casi lo mismo argumentaba en julio pasado y esbozaba teorías en servilletas de papel para explicar las razones del "inevitable" triunfo de Kirchner. Ahora se ríe de las miradas compasivas que soportó hasta entrado este año.
En los últimos meses no se despegó del candidato que ganó la carrera. Casi todas las noches comió con él y con la futura primera dama, Cristina de Kirchner.
Su piso de la avenida Callao fue el escenario de las reuniones clave de la campaña, como cuando se le ofreció a Roberto Lavagna seguir en el Ministerio de Economía. Sólo él y Lavagna fueron con Kirchner a las audiencias que concretó hace 10 días con los presidentes de Brasil y de Chile. Fue otro gesto del futuro presidente, conocido por su tendencia a no confiar casi en nadie.
Jefe de Gabinete, secretario general, ministro del Interior...
En los últimos días su nombre suena para ocupar un puesto rutilante. "No me importan los cargos, de verdad", repite.
Lo único seguro es que en breve perderá un gusto que suele destacar: poder sentarse en un bar cualquiera sin que nadie se fije en él.
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