Alberto Fernández y Cristina Kirchner, la nueva grieta
Hablan de ellos y nosotros, y un aire de ajenidad habita esos gestos y palabras. Cuentan como triunfos las nuevas posiciones de poder obtenidas y celebran sin mucho disimulo los fracasos de los funcionarios de Alberto Fernández. El kirchnerismo amenaza con abrir una nueva grieta política. En forma prematura, esa brecha ya divide al oficialismo.
Parece una acción delirante en medio de la dramática pandemia, pero es esa oportunidad inesperada para el Presidente la que está acelerando los tiempos de una pelea interna. Ya se sabe que los enfrentamientos en el peronismo terminan siendo una colisión en todo el sistema de poder.
Las formas muestran, una vez más, su importancia en la política. El Presidente debe gran parte de su inesperado esplendor en la opinión pública al manejo sosegado de sus actos y sus palabras. Si Alberto busca acentuar el contraste con la línea política del gobierno de Mauricio Macri, nunca quedó más claro que ahora que su estilo es muy diferente al de Cristina Kirchner.
Fernández reivindica dos cosas cada vez que habla: sus dotes de profesor y los "años felices" de Néstor Kirchner. Lo primero quiere decir que prefiere explicar y hacerse entender; lo segundo eclipsa los tormentosos años de Cristina. Fueron esos los tiempos en los que la entonces presidenta se rodeó de incondicionales, muchos de los cuales siguen viendo en Alberto a un traidor que se cambió de bando. La Cámpora es la expresión más visible de esa fuerza, pero el latido de la reacción siempre responderá a los deseos de la vicepresidenta. Cristina tiene, por lo tanto, la oportunidad de mantener el esquema que construyó o apurar su destrucción. Fue ella la que en una jugada exitosa aceptó bajarse del pedestal para facilitar la reunificación del peronismo que la devolvió al poder.
Las escasas irrupciones de la vicepresidenta, en sus viscerales registros de siempre, contrastaron con la moderación de Fernández y lo beneficiaron. Es lo que ocurría en otros tiempos con opositores como Macri, por ejemplo.
Alberto está todavía lejos de alejarse de su mentora, pero son sus maneras las que lo apartan y convierten en aceptables medidas tan drásticas como encerrar al país durante dos meses. Consultar a los expertos, rodearse de dirigentes opositores y darles lugar dieron contexto a la imposición de la cuarentena. ¿Hubiese sido el peronismo tan dócil si en medio de esta catástrofe el presidente hubiese sido Macri? Y si Cristina hubiese gobernado, ¿cómo habría reaccionado la clase media?
Después del coronavirus, Alberto tropezará con un país diezmado por la paralización de la economía y estos niveles de popularidad correrán un riesgo cierto de desaparecer. De hecho, el hartazgo por el largo aislamiento y sus funestas consecuencias ya comenzaron a restarle el respaldo que alcanzó.
Tal vez el Presidente descubra al final de esta etapa que los ataques de sus principales accionistas terminan favoreciéndolo. Quién sabe, es posible que Cristina no solo haya creado una vacuna contra el macrismo, sino contra sí misma.
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