Alberto Fernández, con dos frentes abiertos
Alberto Fernández lleva adelante una campaña bifronte. En una de sus caras compite contra Mauricio Macri y su "implacable ajuste ortodoxo". Su argumento es curioso: levanta la bandera gradualista del primer Macri. Desde el otro frente, recibe las presiones preventivas de la militancia social. El hiperactivismo que floreció después de las primarias se dirige menos al actual oficialismo que al que, se presume, está por venir.
En el Frente de Todos hay un malentendido. Lo que para Fernández es una heterodoxia que repondrá los equilibrios económicos sin mortificar a los más desamparados, para quienes se atribuyen la representación de esos desamparados es liberalismo salvaje. Quienes cortan avenidas o llevan a los shoppings sus performances reivindicativas interpelan al candidato que les asignó Cristina Kirchner, más que al presidente de Cambiemos. El conflicto interno que se insinúa en la marcha hacia el poder quizá se agudice cuando el poder se haya alcanzado.
Anoche, desde Tucumán, Alberto Fernández desalentó las protestas piqueteras y pidió abandonar "las calles".
La ambivalencia del candidato kirchnerista es inevitable. Él pretende ser la síntesis de facciones muy diversas. Esta contradicción está en la esencia de su candidatura. Fernández fue llamado por la máxima representante de los sectores subsidiados, y por lo tanto Estadocéntricos, para ampliar la base electoral hacia las capas medias que se sienten abandonadas por Macri. Su experimento consiste en un regreso imaginario a la fase inicial del kirchnerismo, la que transcurrió entre 2003 y 2005, cuando desde la Casa Rosada se ensayó una transversalidad modelada en la ciudad de Buenos Aires, con un sector de la UCR y los restos del Frepaso. Así como el Pro, sobre todo en territorio bonaerense, intentó correr la frontera del no peronismo hacia las franjas sumergidas, Fernández insiste en extender la representación del peronismo hacia una sociología que siempre le fue esquiva.
El discurso económico y de política exterior del candidato hace juego con esa pretensión. Se ofrece como un gradualista a la manera del primer Macri. Es decir, alguien para quien el restablecimiento de los equilibrios macroeconómicos no debe ser el resultado de ajustes nominales o absolutos, sino la consecuencia del crecimiento del producto. Macri recurrió para esa receta a la única palanca disponible: tomar recursos del mercado financiero. Es curioso que Fernández critique esa decisión: el endeudamiento era la única vía disponible para financiar el extraordinario déficit heredado. Salvo que se ejecutara un ajuste del gasto despiadado. La emisión y el aumento de impuestos estaban agotados. La palanca de Fernández es, si se quiere, simétrica: dejar de pagar, de un modo u otro, aquellos recursos del mercado financiero. Reestructuración, reprogramación, reperfilamiento, modelo ucraniano o uruguayo, son variantes de lo mismo. Este neogradualismo incluye un dispositivo al que Macri se negó: el acuerdo sectorial antiinflacionario que, en 2016, reclamaba Alfonso Prat-Gay.
Para que los actores económicos acepten la sinceridad de su planteo, Fernández ofrece un antecedente: la gestión de Néstor Kirchner, narrada en primera persona del plural. ¿Kirchner cogobernaba con su jefe de Gabinete? Quién hubiera dicho. "Con Néstor -dice el candidato- establecimos cinco criterios". Mantener el equilibrio fiscal, lograr el superávit comercial, favorecer la acumulación de reservas, tener un dólar competitivo y desendeudarnos. Es otra novedad. O, en realidad, una de esas reinvenciones del pasado a las que es tan dado el kirchnerismo. Porque, si se repasa la historia, esas cinco "normas" fueron, en rigor, cinco condiciones que Kirchner heredó de la gestión de Eduardo Duhalde/Jorge Remes/Roberto Lavagna/Prat-Gay. Cinco equilibrios que, con el paso del tiempo, él y su esposa fueron consumiendo en el presente eterno de un proyecto populista. Por suerte, Fernández se permite una pizca de veracidad: dice que ahora sumará una sexta regla, que es la reducción de la inflación. No llega, es cierto, a la evidencia más obvia: la inflación que debe doblegar fue la consecuencia inevitable de la destrucción de aquellos equilibrios heredados, que terminaron provocando el colapso fiscal, energético y cambiario con que se encontró Macri.
No hace falta continuar con esta revisión histórica. Lavagna se encargará de ella, en defensa propia, durante el primer debate presidencial. Pero es necesario aclarar cómo fue el proceso para despejar las hipótesis de Fernández sobre el presente. A diferencia de Kirchner, él no tendrá que preservar una economía encarrilada. Tendrá que encarrilarla. Recibirá una dinámica inflacionaria peligrosa. Por lo tanto, niveles de pobreza más inquietantes. Una balanza comercial que solo se recompuso por la caída de las importaciones impuesta por la recesión. Un déficit fiscal cuya reducción se debe, en gran medida, al aumento de los precios. El mercado de cambios, de nuevo, intervenido. Y la paridad real con un significativo atraso, si se la compara, según las estadísticas el Banco Central, con la del ciclo 2003-2004.
Los dos dispositivos principales a los que recurriría Fernández para normalizar las cuentas, la renegociación de la deuda y el acuerdo sectorial, se muestran problemáticos. El mercado financiero sigue convulsionado. No solo se afectó el crédito privado por la reprogramación de las letras en poder de los fondos comunes de inversión (FCI). Ahora esa restricción se vuelve más irritante a la luz de un vencimiento clave: el 23 de septiembre el Tesoro debe pagar el cupón del Bopome, un bono cifrado en pesos y dólares que emitió en 2017 Luis Caputo. El Gobierno está ante un dilema delicado. Si paga ese bono, Fernández se hará una fiesta. El 45% de la colocación está en poder del megafondo Pimco, que se beneficiaría en Wall Street con un trato más amigable que el que recibieron los FCI nac&pop.
Con una derivación adicional: los que reciban pesos irán corriendo a dolarizarse al mercado del contado con liquidación, ampliando una brecha entre las dos paridades que ayer era del 20%. Esa divergencia comienza a ser un estímulo a la salida de pesos del sistema: los pequeños ahorristas, que tienen acceso a US$10.000 por mes, harían una diferencia de US$2000 respecto del contado con liquidación. Otra amenaza para la estabilidad cambiaria, acaso el único mandato que Hernán Lacunza recibió del Presidente. Eso inspira restricciones a esas operaciones de cambio. El mercado, por su parte, sospecha que el Bopome no se pagará. Ayer cotizaba a 33 pesos un papel por el que, en 9 meses, se recibirán 100 pesos más intereses. Es decir, una ganancia real del 300% anual. Si se cumpliera esa presunción, Macri dañaría su gestión con otro default. Conclusión: el aislamiento financiero de la Argentina se va agudizando. Y cualquier "reperfilamiento" demandará más de un año. Un contexto que mira con fruición el gobierno chino, especialista en auxiliar economías desquiciadas a cambio de materias primas. Por suerte, en el diccionario kirchnerista esta práctica no está definida como imperialismo.
El otro instrumento, el pacto social, en las últimas 48 horas comenzó a presentar inconvenientes. Fernández almorzó anteayer con el núcleo de la CGT. Aseguró que no pretende una reforma laboral, sino que inducirá a la baja del costo laboral a través de los convenios por actividad. Igual que Macri. Hacia el postre, el candidato alentó la unidad sindical para facilitar el pacto con el empresariado. Arruinó todo. El metalúrgico Antonio Caló enchastró con una pincelada de bleque al ausente Hugo Moyano, a quien calificó como "empresario". Sonreían Carlos West Ocampo y Armando Cavalieri. Y mascullaba Fernández: él visitó en su casa al camionero, con quien acordó una limitación de las paritarias y alguna asistencia a OCA a través del Enacom. La crisis de esta empresa fue uno de los temas de la charla del candidato con Marcos Galperín, de Mercado Libre, quien creyó estar ante un abogado de Moyano.
Desde el sector empresario llegó el contragolpe. A pesar de la foto de ayer de Fernández con el sindicalista Héctor Daer y el industrial Miguel Acevedo, Daniel Funes de Rioja aclaró que la UIA no tiene autoridad para que las empresas asuman compromisos negociados a nivel multisectorial. De nuevo Fernández, si gana, se verá obligado a repetir a Macri: cualquier acuerdo económico-social deberá gestionarse en las convenciones colectivas.
Estos inconvenientes son detalles si se examina el otro frente de la campaña de Fernández. Quienes expresan la demanda social han lanzado un "operativo calesita": una protesta con un protagonista distinto cada día. La presión, en apariencia, está dirigida a Macri. Pero es un mensaje preventivo para el propio candidato.
La motivación es múltiple. Quienes reivindican a los más vulnerables carecen de un liderazgo unificado y de un lugar en la mesa de Fernández. Dirimen en las calles su lugar en un futuro esquema de poder. Además, es posible que esos dirigentes tengan una visión más pesimista que su propio candidato. Sospechan, con razón, que las dificultades de financiamiento obligarán a algún congelamiento del gasto público. Es decir, de sus ingresos. Y por eso lanzan una advertencia. Macri los ayuda. Desde las rebajas de impuestos y aportes personales hasta el congelamientos del precio de los combustibles y las tarifas, todo vence cuando se inaugure el nuevo mandato.
El recelo de la militancia social se extiende a toda la dirigencia kirchnerista. Cristina Kirchner les impuso un candidato que confraterniza con la Mesa de Enlace agropecuaria, se refiere a Magnetto como "Héctor" y consulta a Carlos Melconian. Este último detalle es digno de atención: Fernández indicó a los empresarios españoles que "hablen con Guillermo Nielsen". Pero encargó a Melconian un plan macroeconómico completo. El trabajo está bastante avanzado. El economista suele recordar que trata con Fernández desde hace más de una década. También es amigo del gravitante Sergio Massa. No hace falta aclarar las coordenadas de Melconian: un ortodoxo que encarnó la impugnación más sistemática al gradualismo de Cambiemos.
El antikirchnerismo padece una pesadilla. Que, después de ganar las elecciones, Fernández se quite la máscara y muestre el rostro de Cristina Kirchner. El kirchnerismo comenzó a sobresaltarse con otro sueño atroz. Que el que esté escondido detrás de la máscara sea Macri.
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