Alarmas institucionales que llegan desde afuera
Los continuos y virulentos ataques de Milei a todo contradictor que se asoma tienen en vilo a quienes sienten apego por la democracia liberal, la defensa de la libertad de expresión, la división y limitación del poder
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Justo cuando algunos indicadores económico-financieros le sonríen al Gobierno, dos destacados autores extranjeros llegaron al país en las últimas semanas no tanto para hablar de sus exitosos y muy actuales libros, como para hacer sonar algunas alarmas sobre el escenario político-institucional que está en construcción en la Argentina.
Las involuntarias coincidencias que dejaron las presentaciones del multipremiado exeditor general del The Washington Post Martin Baron, y el autor del ensayo Los ingenieros del Caos y la novela El mago del Kremlin, Giuliano Da Empoli, obligan a prestarles atención.
Lo que ocurre en estos días en la política nacional no es una excepción en el mundo sino, en todo caso, una versión más aguda de otros fenómenos internacionales contemporáneos. Como para estar más alerta. Las experiencias en varios países en los que la nueva derecha o la derecha extrema ha gobernado, gobierna o gana poder, y sobre la que esos y otros autores vienen advirtiendo, encuentran ecos por estos lares.
Los continuos y virulentos ataques del propio presidente Javier Milei a todo contradictor que se asoma a la esfera pública resultan una de las expresiones de un proceso político que causa genuino interés y curiosidad fuera de las fronteras. No siempre por buenas razones.
El “fenómeno barrial”, que excita a algunos magnates como Elon Musk y a grandes empresarios argentinos, tiene en vilo a quienes sienten apego por la democracia liberal, la defensa de la libertad de expresión y de prensa, la división y limitación del poder, el respeto a los derechos de minorías y a las voces disidentes. En ese espacio están Baron y Da Empoli, quienes encontraron acá un laboratorio para ahondar en sus inquietantes hipótesis sobre la deriva de estos experimentos políticos.
“Lo que pasa en la Argentina es similar a lo que ocurre en los Estados Unidos, aunque tal vez peor”, disparó Baron en el arranque de la presentación organizada por Telecom.
El periodista se refería tanto a la profunda crisis que atraviesa la industria y el ecosistema de medios (cuya “sustentabilidad está amenaza”, dijo), como a la realidad política, impregnada por una polarización que Donald Trump allá y Javier Milei acá potencian al extremo. “La democracia está en riesgo”, afirmó sin titubeos el exeditor norteamericano en referencia a su país. Pero no solo.
La conferencia de Baron se desarrolló varios días antes de que el vocero presidencial, Manuel Adorni, anunciara medidas impositivas destinadas a complicar aún más la sustentabilidad de los golpeados medios impresos y la de los digitales que se apalancan en las suscripciones para poder hacer periodismo de calidad sin someterse a la tiranía asfixiante del clickbait y los algoritmos.
“No hay democracia sin prensa independiente”, sostuvo Baron antes de afirmar que “los gobernantes tienden a perpetuarse (…). Y cuando queremos acordarnos los derechos fundamentales ya no existen”. No se refería puntualmente a la Argentina, pero hablaba en la Argentina. El acostumbramiento y la naturalización hacen perder los reflejos.
La probabilidad de un triunfo de Donald Trump, dentro de una semana, en las elecciones presidenciales norteamericanas, dispara mayores prevenciones y le da más sustancia a las advertencias.
Un regreso al poder del excéntrico expresidente admirado por Milei daría un soporte mayor a las expresiones más intolerantes en todo el mundo y validaría los embates contra la prensa y la oposición, sea esta republicana o populista, de izquierda o de centro. Todo eso al margen de si Trump estará o no en condiciones de dar un soporte financiero a la administración libertaria. Las efectividades conducentes no lo son todo.
En este contexto, cabe subrayar lo dicho por Da Empoli: “No creo que la violencia simbólica o verbal no vaya a tener impacto en la realidad física”. El ítalo-suizo, además, advirtió que la política está en “campaña permanente. Y la campaña remite a guerra, a campaña militar. [Por eso] hay una degradación de la esfera publica y no hay vuelta atrás”.
Los dos autores no hablaban de casos específicos recientes y mucho menos locales. Tampoco vinculaban sus conceptos con ideas que se amasan en el cima del Gobierno y en las que seguramente encontrarían muchos paralelismos con lo que están advirtiendo.
La hegemonía libertaria
“El cambio cultural sigue siendo el objetivo final. Mientras tanto, vamos por lo instrumental. Por eso, además, de bajar la inflación y consolidar el superávit fiscal también avanzamos en el plano político-institucional. Lo primero es completar la Corte con [Ariel] Lijo y [Manuel] García-Mansilla para que nos asegure gobernabilidad. Después veremos si vamos por la ampliación. Y, más adelante, queremos ir por la reforma de la Constitución”, le recuerda el gurú presidencial Santiago Caputo a quien quiera escucharlo.
La construcción de una hegemonía libertaria es el gran objetivo que se proponen para lograr la transformación con la que se sueña en simultáneo en el triángulo de hierro. Allí aparecen los pasos tácticos, como es el armado electoral.
En ese proceso, de cuyos detalles se ocupan principalmente la hermanísima Karina Milei, los primos Menem y el armador bonaerense Sebastián Pareja, importa más garantizar una masa crítica que le asegure soporte legislativo al proyecto presidencial, antes que las muestras de pureza ideológica. Como decía el kirchnerismo, “no importa de donde vengan sino que estén decididos a acompañarnos sin dudar”. Los exucedeístas Amado Boudou y Ricardo Echegaray, entre muchos otros, pueden dar fe de esa premisa.
La acaparación de espacios de poder por parte de Santiago Caputo va en ese sentido y, por la misma razón, se dedica más a eso que a las minuciosas de la construcción electoral. Por ahora.
“En abril o mayo, cuando se defina la integración de las listas, Santi se va a meter a fondo para evitar desvíos y los candidatos que puedan atentar contra el rumbo”, dicen en las cercanías del asesor. La experiencia de 2023 dejó muchos aprendizajes. En el primer año de gobierno, las deserciones, los pases a bandos rivales, las disidencias sonoras o las exclusiones han dejado su huella en La Libertad Avanza. Paradójicamente (o no), los librepensadores están mal vistos.
Resolver la relación con el sector macrista de Pro, signada por los intentos de cooptación libertaria, la pretensión asociativa amarilla y las desconfianzas mutuas, tiene en este contexto un lugar fundamental para el mileísmo y no le está yendo mal. Pero las coincidencias en lo económico, potenciadas por las recientes noticias e indicadores financieros positivos, chocan con varios reparos y dificultades. La pretensión hegemónica mileo-caputista despierta resquemores. Una cuestión de principios, de supervivencia y de intereses alejan y acercan a Mauricio Macri de los libertarios. El expresidente sintetizó su incomodidad, tanto como su perplejidad y su resignación, hace un par de días, cuando dijo de Milei: “A veces, es demasiado violento, frontal y duro. Los viejos meados creemos en otro tipo de formas. Pero estamos en otro tiempo y su autenticidad es lo más valioso”. También sobre eso advirtió Baron cuando dijo que hoy se prefiere la autenticidad a la autoridad.
En privado, Macri es menos sutil y comprensivo. No tanto como otros dirigentes de su partido que se sumaron a la política con convicciones republicanas y son reactivos a cualquier abuso del poder sin reparar en autorías y están al borde del colapso emocional y racional. Pero está claro que hoy en la cima de Pro estos no son mayoría, sino que se imponen los que temen quedar fuera de juego y están dispuestos a tolerarlo casi todo, mientras se los incluya. Cristian Ritondo y Diego Santilli encabezan el pelotón. Patricia Bullrich ya se les había adelantado.
“Alguien tiene que hacer el trabajo sucio” o “lo de Milei es peligroso, pero si no lo apoyamos va a volver el kirchnerismo”, argumentan macristas que se ruborizan, tanto como radicales que necesitan justificar su apartamiento de los principios republicanos partidarios y empresarios que han criticado la acumulación de poder (cuando estaba en manos de quienes limitaban el suyo).
Es una forma singular de interpretar algunas de las afirmaciones de Da Empoli, aunque este las dijera en un sentido que no implica, precisamente, la resignación ni el sometimiento. “Estamos ante la ‘política carnaval’, donde se invierten las cosas. Lo positivo se vuelve negativo y lo negativo, positivo. Es una nueva lógica. No importa que tenga sentido. La derecha extrema ha desplazado a la derecha racional y los moderados aparecen como locos. Los extremos extravagantes son los que tienen éxito. Pero es un error tratar de locos a tus enemigos, como lo hacen ellos, que se benefician. Hay que aprender a negociar con esa realidad”, dice el autor de El Mago del Kremlin.
Los republicanos en remisión omiten la última parte y en lugar de negociar con la realidad y buscar formas alternativas de hacerse escuchar, negocian directamente con el poder y hasta con quienes desde la cima siguen la máxima que dice que poder del que no se abusa, se pierde.
El Mago del Kremlin que asesora Milei mira el escenario con deleite. Menosprecia a los propios que se diferencian, como la vicepresidenta Victoria Villarruel, y ajusta la mira como un francotirador en busca de las piezas más preciadas para sumar a su colección. Demasiadas son las que se ofrecen inertes y muchas las que sin quererlo facilitan la fragmentación opositora. Es lo que buscan Milei y Caputo de cara a las próximas elecciones.
“Nosotros nos reímos de los que hacen cálculos sobre qué porcentaje tenemos que sacar el año próximo. Más importante que eso es que la oposición quede dividida en muchas pequeñas fracciones y que el nuestro sea un núcleo duro. Si seguimos como vamos estaremos cerca de tener quorum, con los propios y los aliados”, dicen con un optimismo mayúsculo al lado del despacho presidencial.
Otra vez, Da Empoli parece acertar y ser escuchado: “La política va a los extremos, ya no es necesario hablarles a todos o a los votantes promedio”. Los núcleos duros definen y “para los que son parte de la tribu no importa que lo que se dice tenga sentido: hoy la construcción del poder se basa en la ecuación ‘Ira+Inteligencia artificial+algoritmos’”.
El escenario que ofrece el peronismo, sea o no cristinista o kirchnerista, no puede resultar más propicio para ellos. Y no necesariamente porque vaya a llegar fracturado a las elecciones. Ni siquiera parece hacerle falta tanto al Gobierno.
La vuelta al ruedo de Cristina Kirchner tiene efectos tanto adentro como afuera del peronismo. El lamento de un agudo observador que alguna vez estuvo cerca del kirchnerismo lo sintetiza: “La presencia de Cristina dificulta la construcción de un cordón democrático que ponga límites a Milei, como en Francia, por ejemplo”, dice con preocupación.
Ante eso, el Gobierno se entretiene usando el dimmer con el que baja y sube la luz sobre la expresidenta. “Nosotros no queremos convertirla en ‘la enemiga’ porque no nos conviene que alguien domine ese espacio y ya comprobó Macri lo peligroso que es eso. Pero cuando queda expuesta, tiramos con todo, porque nos suma. Después, bajamos y la corremos. O se corren solos con sus propios desastres”, admiten con regocijo en la cima mileísta.
En el espejo de los estrategas libertarios el mejor horizonte retrospectivo en el que les gusta reflejarse es en el de las elecciones de 2007, cuando Cristina Kirchner le sacó 20 puntos de diferencia a Elisa Carrió, que fue segunda, y accedió a la Presidencia en primera vuelta, con el 45% de los votos. Los radicales de entonces, abducidos por el kirchnerismo, podrían ser los macristas de 2025, se entusiasman en el mundo libertario.
Ante ese panorama cobran más significado los embates contra el periodismo, el intento de cooptar la Corte y de alinear a los jueces que precederían, si todo le sale bien al oficialismo, a una reforma de la Constitución.
Las alarmas que suenan de afuera no reparan en detalles locales tan precisos, pero no los descartan.
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