Al rescate de un gobierno que no despeja dudas
Juan Manzur y el equipo que lo tiene por referencia se pusieron objetivos y plazos para la aventura; el cierre rápido de un acuerdo con el FMI es el primer propósito: el período de prueba es de seis meses
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Un combinado heterogéneo y abigarrado encara la compleja tarea de rescatar al Gobierno y ponerlo en movimiento, después de dos años de tropiezos y parálisis. Pero hasta los rescatistas albergan dudas sobre su éxito.
No es que el grupo de expedicionarios, encabezado por el jefe de Gabinete e integrado por gobernadores, intendentes y sindicalistas peronistas, desconfíe de su determinación y la conveniencia del propósito, al margen de sus aptitudes. Las dudas radican en la colaboración que tendrán del sujeto de su rescate. ¿Se dejará ayudar? Esa es la incógnita.
La recuperación del ánimo y la aparente decisión que mostró el Presidente después de la “dulce” derrota electoral, más el repliegue táctico de Cristina Kirchner y La Cámpora, los impulsaron a encarar la misión. Pero quieren ver para creer: todos los días le toman el pulso a Alberto Fernández y miran de reojo al cristicamporismo sin confiarse jamás en las polaroids de cada día.
Juan Manzur y el equipo que lo tiene por referencia se pusieron objetivos y plazos para la aventura. El cierre rápido de un acuerdo con el FMI es el primer propósito. El período de prueba es de seis meses.
Si en el semestre que tiene por delante la fuerza que ahora trabaja para desencallar el barco albertista no logra su objetivo, cada cual buscará salvar lo que le quede. Todos cuentan con un capital (menguante, es cierto) por preservar, que guardan allí donde las cabezas de la coalición gobernante no tienen participación. El peronismo profundo siempre tiene un “canuto” para sobrevivir a las contingencias. Gobernaciones, intendencias y sindicatos son los refugios (más o menos vitalicios) en los que se preservan. Eso explica la amplia coalición formada para burlar la ley que limita a las reelecciones en territorio bonaerense. Aun a riesgo de agredir más la sensibilizada epidermis social con otro escándalo en beneficio propio.
Las divisiones internas del FDT (acalladas por las urgencias, aunque jamás saldadas) y el consistente historial de procrastinación y defecciones de Fernández operan como alarmas que mantienen en alerta a los que se unieron para sacar a flote al Gobierno. Saben que buscan crédito para una gestión que ya consumió la mitad de su mandato y solo acumuló deudas en ese proceso.
La singularidad del proceso que encaran Manzur, los gobernadores, los intendentes, los sindicalistas y algunos dirigentes de movimientos sociales es tal que el objeto de su rescate es un gobierno que por primera vez en 38 años de democracia está a punto de atravesar los dos primeros años de gestión sin un plan económico. Más peculiar aún es que sea un gobierno peronista el que por plan tendrá lo que acuerde con el FMI. Combatiendo al capital es una auténtica licencia poética.
Desde su llegada al Gobierno, tras el colapso oficialista en las PASO, Manzur tuvo dos nortes: mejorar la performance electoral para darle sobrevida y acordar con el FMI para poner en marcha una gestión en la que lo primero que encontró fue un sistema caótico de toma de decisiones, que todo lo trababa.
La primera meta se alcanzó de la mejor manera posible para el Presidente y, en especial, para el jefe de Gabinete. La amplia derrota nacional se maquilló con el recorte porcentual bonaerense, sin que nadie resultara victorioso. Mucho menos, La Cámpora.
Desde la noche del 14 de noviembre todo se ve distinto en la Casa Rosada, en Olivos y en la cima del FDT. A Fernández se le abrieron las puertas (y las cartas) para que ejecute sin excusas de trabas internas. Sobre ese terreno operan ahora con moderado optimismo los rescatistas
La moderación en las expectativas se traduce en la aclaración (o advertencia) que le hizo al gobernador tucumano un referente de La Cámpora apenas estrenó el cargo: “Ojo que lo que no se hizo o se hizo mal es menos imputable a Cristina que a Alberto. Ella no le puso las trabas que se dice y él no hizo muchas cosas pensando que ella se las vetaría. Pero nunca la puso a prueba”.
La verdad suele estar en el medio de dos relatos interesados. Manzur y su equipo lo comprobaron. Los gobernadores, los intendentes, los sindicalistas y muchos empresarios lo confirmaron. Muchos temas que parecían inabordables empezaron a moverse por el circuito burocrático donde estaban atrapados. Nada espectacular, pero hay algunos cambios, que nadie se atreve a afirmar si podrán replicarse cuando deban abordarse cuestiones más espinosas. De nuevo, no solo por el veto que pudiera provenir del ala dogmática, sino por la (in)decisión que podría emanar de la cima del Gobierno.
Para los rescatistas, la dificultad para decidir y actuar no es atribuible solo a Fernández. También le apuntan al equipo de los propios, que integran Santiago Cafiero y Matías Kulfas. Aunque el segundo lugar en el podio, debajo del Presidente, es del ministro de Economía, Martín Guzmán. En eso coinciden, paradójicamente, con Cristina Kirchner y La Cámpora. Aunque para el cristicamporismo esa sea también una coartada para justificar la cuotaparte de responsabilidad que le toca en la costosísima demora para llegar a un arreglo con el FMI.
La aceleración de las intenciones (que no es lo mismo que de las probabilidades) de llegar a un acuerdo es así fruto de la imposibilidad fáctica de seguir demorándolo, ante el riesgo de un colapso económico-financiero, tanto como de la reconfiguración en curso del mapa de poder de la coalición gobernante. Una combinación virtuosa de actitud pragmática, en la que confluyen (con resignación) hasta los más radicalizados, con la aparición de un grupo abocado a sostener el ánimo que recuperó el Presidente en la fase eufórica de la derrota victoriosa. Todo en defensa propia.
La composición de la misión que viajó a Washington para limar detalles de un entendimiento pide abandonar la retórica y las dudas para mostrar celeridad y eficacia en la negociación. Fuera de la justificación formal que explica por qué Guzmán se quedó en el país, destacan la presencia de un reconocido técnico como es el secretario de Hacienda, Raúl Rigo. Su CV avala ese optimismo: con más dos décadas en la administración, fue durante 15 años responsable de Presupuesto sin pruritos ideológicos: sirvió tanto a los tres primeros gobiernos kirchneristas como a la mitad de la gestión macrista.
Mientras no aparezcan nuevas contingencias que alteren el statu quo alcanzado tras las elecciones, se sostendrá esa precaria paz interna con la que se procura sacar al Gobierno de todos los atolladeros en los que se metió. Pero no es un hecho estático, sino un proceso dinámico que corre de manera subterránea. Los reacomodamientos tanto como las desconfianzas siguen a la orden del día.
Uno de los casos paradigmáticos vuelve a ser el de Sergio Massa. Su olfato y ubicuidad lo llevan a tratar de estar lo más cerca posible del revitalizado entorno presidencial. Sin cortar los lazos que tejió con Máximo Kirchner, el presidente de Diputados procura no ser el eslabón más débil de una cadena desgastada. La paridad de fuerzas que seguirá habiendo en la Cámara le dio una sobrevida a su plasticidad. Sus relaciones con un amplio sector cambiemita son parte de su capital.
El repliegue táctico de Cristina Kirchner y de La Cámpora no impide que el pase de facturas se actualice ante cada decisión que tenga (o pueda tener) algún costo. El proyecto de ley de envases, que establece un nuevo gravamen a la industria y le da otra caja multimillonaria a la organización maximista, volvió a tensionar las relaciones. Los rescatistas se lo reprocharon al camporista que tienen más a mano, el eclipsado ministro del Interior, Eduardo de Pedro.
“Ustedes cuando hablan con los empresarios se la pasan diciéndoles que no están en contra de las empresas ni de la creación de riqueza, pero todas las leyes y medidas que han impulsado indican lo contrario”, le espetó un conspicuo miembro del grupo que se referencia en Manzur al ex-Wadito. El detalle de la imputación incluyó el impuesto excepcional a la riqueza por la pandemia, la ley de etiquetado frontal y el freno al ajuste de tarifas.
El discurso de Manzur ante la UIA, que luego el Presidente hizo suyo, es expuesto como una carta de intención del albertismo redivivo en busca del crédito perdido ante el sector empresario. Así lo difunden.
¿Empezó una nueva era? La respuesta está en manos de Fernández. Ya hubo otros funcionarios que intentaron darle un perfil productivista a la gestión y quedaron colgados del pincel (o de una lapicera sin tinta). Por eso, hasta los rescatistas mantienen sus dudas y le pusieron plazos a su misión.
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