A Fernández le llegó la hora de hacer
La cuestión pasa por esclarecer cómo será la distribución de las cargas que impondrá el ordenamiento imprescindible que requiere la economía, cuál será el costo que pagará el Gobierno y cuándo podrán llegar los eventuales beneficios
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La máxima de Perón sigue incólume. Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. El preacuerdo con el FMI le devolvió la vigencia. Las palabras están. Faltan los hechos. Y sus consecuencias. Lo esperan propios y ajenos. Alberto Fernández hizo lo que una amplísima mayoría social (en torno del 70% según casi todas las encuestas) le demandaba que hiciera. Las primeras reacciones lo confirmaron. Dirigentes de la oposición y ciudadanos de a pie coincidieron en expresarse a favor de este primer paso. Pero sin dejar de expresar dudas. Los logros que se esperan son otros.
Así, para muchos, poco pareció interesar lo que decía la letra chica inicial, qué dirá el probable texto definitivo ni qué efectos tendrá ese arreglo prometido. Al menos, en las primeras horas. Se trataba de haber aflojado el nudo de “la soga al cuello” (AF dixit). Inspiro, espiro, inspiro, espiro. Elemental y vital.
Un relevamiento realizado por el consultor político Patricio Hernández en las redes sociales más utilizadas en el país arrojó que, sobre 387.000 interacciones, el impacto sobre el acuerdo es altamente positivo: el 67,5% de los usuarios se manifestó favorablemente; solo el 18%, negativamente, y el resto de manera neutra.
Las evidencias también muestran que entre quienes demandaban un arreglo por la deuda y quienes instantáneamente se expresaron de forma positiva está buena parte de los votantes de la oposición, así como se excluyen los sectores más ideologizados del oficialismo y del resto de las fuerzas políticas. Puntos de partida para la segunda parte del axioma peronista. No basta con decir ni prometer.
Ahora todo dependerá de las consecuencias del acuerdo y de lo que ocurra con las promesas que hicieron Fernández y su ministro de economía, Martín Guzmán, acerca de los beneficios y casi nulos perjuicios de ese entendimiento. El elocuente silencio de Cristina y Máximo Kirchner lo ratifica. Lo mismo que las prioridades inalteradas de la ciudadanía en general, entre las que no figuró ni figura la deuda externa, sino que destacan las deudas internas.
Esperar y ver es la consigna que va del Instituto Patria al comando superior de La Cámpora, donde abundan las dudas, el escepticismo y la decisión de mantenerse distantes de cualquier posible impacto negativo, real o simbólico, pero sin ofrecer resistencias efectivas.
No hay ninguna intención en el cristicamporismo de contradecir la opinión pública dominante. Como ya lo escribió varas veces antes Cristina Kirchner, las decisiones son del Presidente. Mucho más esta, que contraviene hasta el legado histórico del padre fundador Néstor Kirchner, quien prefería pagar caro al contado antes que negociar con el malvado Fondo Monetario.
Si todo sale bien, la vicepresidenta y sus seguidores no estarán fuera del carro de la victoria y, cuanto mucho, los más jóvenes deberán esperar un poco más su oportunidad de tener el poder. Si algo sale mal buscarán resguardarse en su intensa minoría evitando ser arrollados por las ruedas del fracaso. No es una cuestión de coherencia sino de pragmatismo. La capacidad de absolver contradicciones del kirchnerismo duro es infinita. Cristina puede desplegar su verba encendida contra el colonialismo y la opresión en Centroamérica con un rosario de oro colgado al cuello. Sin remate.
El cálculo político no incluye el apartado ético de la mezquindad o la grandeza. Solo importa el resultado. El cristicamporismo no es la excepción. Apenas una hipérbole maquillada por la retórica. Al respecto, la columna publicada ayer por Horacio Verbitksy en su portal ofrece algunas perlas que relucen solas. Entre las muchas prevenciones críticas que el autor expone respecto del preacuerdo con el Fondo, vale citar, al menos, la frase que le adjudica a Máximo Kirchner durante el diálogo que el heredero habría mantenido el miércoles pasado con el Presidente, mientras se desarrollaban las precipitadas negociaciones por la deuda.
“Le hiciste perder [a Cristina Kirchner] las elecciones de 2017 y [ella] te ayudó a llegar a donde estás. […] Y te aclaro que yo no estuve de acuerdo con tu candidatura, así como no apruebo ahora esta negociación. Por eso, creo que te va a ir mejor con ella, que es la jefa de ese espacio político”, escribió el periodista kirchnerista. El mismo al que Fernández siempre ha tratado con particular deferencia, inclusive cuando generó la salida del gabinete del amigo presidencial Ginés González García, al revelar la existencia del vacunatorio vip del que él fue uno de los beneficiados. Mucho más que un mensaje calificado.
Obligado a colmar expectativas
Así, Fernández está obligado más que nunca a colmar las expectativas sociales para aliviar las tensiones y objeciones internas, legitimar su gestión y poder pensar en su propio futuro. La momentánea emancipación que ejerció, impuesta por la urgente necesidad de un acuerdo con el FMI, no canceló las diferencias, apenas suspendió su publicidad. Sabe que las alegrías duran poco en la Argentina. Mañana mismo el kirchnerismo duro competirá con el momentum Alberto.
Cuando el Presidente esté por iniciar su extensa gira (sobrecargada de expectativas y no exenta de riesgos) por Rusia, China y el Caribe, el cristicamporismo saldrá a la calle a hostigar a la Corte Suprema de Justicia, con el apoyo explícito y la presencia de altos funcionarios del Gobierno cuya terminal no se encuentra en territorio albertista. Nadie baja sus banderas, altera sus prioridades ni modifica sus intereses. Solo algunos paréntesis urgentes los difuminan. Los momentos decisivos exponen la disfuncionalidad de la coalición de Gobierno.
Sin embargo, en algo coinciden las dos alas del oficialismo: concentran sus inquietudes y acciones en cuestiones de relevancia muy relativa para la mayoría de los ciudadanos. No son el núcleo de los desvelos sociales. Más bien, rozan la dimensión de lo abstracto. Solo el temor de que empeoren las cosas, como un default, les da centralidad. Las preocupaciones sociales siguen nucleadas en los mismos problemas, que el preacuerdo con el FMI no disipó ni otro embate kirchnerista contra la Justicia desplazará.
Según todas las encuestas, los asuntos que alteran el sueño de los argentinos sieguen siendo otros. Se pudo verificar aún en el pico de impacto de la noticia del acuerdo. El relevamiento en las redes antes citado, realizado en las primeras 24 horas posteriores al anuncio, arrojó que los principales problemas en la percepción ciudadana son la inseguridad, con el 33,9% de las interacciones; la corrupción, con el 22,9%; la pobreza, con el 15,3%; la inflación, con el 12,4%; y el desempleo ,con el 7,8%. La deuda externa y el acuerdo con el FMI fueron mencionados como un tema prioritario por menos del 1% de los usuarios. El mandato de esperar y ver también impera en la sociedad.
En lo que respecta al preacuerdo con el FMI, además, son demasiados los vacíos informativos y las incógnitas que abrieron los anuncios como para que los ciudadanos comunes tengan opinión formada. Ni los expertos están en condiciones de dilucidar ni prever sus consecuencias con certeza. Aunque lo que sí advierten todos, como una verdad de Perogrullo, es que no será inocuo. En todo caso la cuestión pasa por esclarecer cómo será la distribución de las cargas que impondrá el ordenamiento imprescindible que requiere la economía, cuál será el costo que pagará el Gobierno y cuándo podrán llegar los eventuales beneficios. A nadie escapa que el actual mandato albertista tiene ya más pasado que futuro asegurado. Todo es tiempo de descuento.
Cumplir o no cumplir
Por eso, vale reparar en uno de los acápites del preacuerdo que ya suscita debate entre los oficialistas. Especialmente entre los albertistas. No se trata de cómo adecuar las políticas para cumplir lo pactado sino de dilucidar cuántas condiciones del entendimiento se podrían incumplir, y durante cuántas revisiones hechas por las misiones del FMI, sin caer en sanciones. Antes de firmar ya se analiza cómo transgredir. Una tradición nacional.
Esas discusiones significan para un alto funcionario del Gobierno todo un reconocimiento. Desde hace meses venía empujando, con poco éxito dentro del oficialismo, la necesidad de arreglar con el FMI con un argumento de notable pragmatismo (o cinismo): “Esto es como cuando tenés 25 años y vas a pedir un crédito para comprar tu primer departamento. Te van a dar una carpeta de 120 hojas de la que solo vas a leer cuánto están dispuestos a darte y vas a firmar. Después verás cómo pagás o a quién le pedís prestado cuando te venzan las cuotas. Lo que vos necesitás es la casa ahora porque no tenés dónde vivir. Nosotros estamos así”.
La aceptación en el preacuerdo con el Fondo de reducir más de medio punto del déficit por encima de lo previsto en el proyecto de Presupuesto, así como la limitación de la emisión, al mismo tiempo que la baja de la inflación y la disminución de los subsidios a los servicios públicos, sin afectar el crecimiento ni el poder adquisitivo de los salarios, conforma un problema lógico-matemático que nadie se anima a dilucidar. Para resolver el teorema de Guzmán la solución del Gobierno parece hallarse en la escuela cínica, en la que el funcionario antes citado está cada vez menos solo.
En ese mar de incógnitas hace pie la mayoría de la oposición después del inicial desacomodamiento que le produjo la vertiginosa aceleración del Gobierno para llegar a un entendimiento. Un acuerdo que los cambiemitas, en particular, venían demandando y con el que provocaban al oficialismo, convencidos de que no lo lograría, por sus diferencias internas y las concesiones que implicaba. Hasta pocas horas antes, los principales dirigentes opositores y sus asesores económico-financieros descreían de que se pudiera anunciar el viernes pasado. La realidad los incomodó. Ganar elecciones es más fácil.
Para recuperar la vertical, la dirigencia de Juntos por el Cambio anunció que apoyaría en el Congreso la firma del acuerdo, al tiempo que cuestionó la falta de precisiones y desafió sobre la dificultad de cumplimiento de lo preacordado. Están convencidos de que será un éxito pasajero de Fernández y disfrutan de las encuestas que ubican a este gobierno en el podio del endeudamiento por encima del de Mauricio Macri. A pesar del esfuerzo del albertismo por instalar la premisa de que la deuda es un problema generado por el macrismo que ellos al final vinieron a solucionar. Una derrota del kirchnerismo en la batalla por el relato. Inadmisible para la feligresía de Néstor y Cristina Kirchner.
Al mismo tiempo, despejada una parte de las dudas sobre la deuda con el FMI, en la que deberán pagar el costo de acompañar al Gobierno, se concentran en otra batalla con el oficialismo. La reforma del Consejo de la Magistratura es el gran desafío que tienen por delante. Los principales dirigentes de la coalición preanuncian otra derrota legislativa del Gobierno. La presidencia del órgano de designación y remoción de los jueces y fiscales es el punto central de la discordia. Los cambiemitas dicen que insistirán con algo inadmisible para el oficialismo: que el titular sea el presidente de la Corte. El cargo tiene un nombre y apellido inaceptable para el Frente de Todos: Horacio Rosatti. Cosa juzgada.
La marcha de mañana no es ajena a estas contingencias y tal vez exponga más la debilidad que la fortaleza del oficialismo. Difícil que la ciudadanía se sienta interpelada por estas disputas. Espera realizaciones que pertenecen a otro universo. Mejor que decir es hacer. Y falta demasiado por realizar.
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