Ahora: Massa presidente, de hecho
Con el renunciamiento de Fernández, la transferencia de poder que venía produciéndose dentro del oficialismo terminó por convertirlo en mucho más que el superministro que no llegó a ser
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A pesar de ser el más previsible e inexorable de todos, el tercer renunciamiento registrado en la actual temporada electoral terminó siendo el de mayores consecuencias inmediatas en el ordenamiento del poder político nacional.
Luego de los desistimientos electorales de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri, llegó el viernes pasado el de Alberto Fernández, que acabó por consolidar la transferencia de poder a Sergio Massa. La transferencia de poder que venía produciéndose dentro del oficialismo desde su llegada al gabinete terminó por convertirlo en un presidente de facto. Mucho más que el superministro que no llegó a ser. Al menos, hasta ahora.
El Gobierno ha quedado de hecho en sus manos antes de lo esperado, como siempre el tigrense lo deseó, aunque no sea ahora por el voto popular. Tan bueno como tan peligroso para el propio ministro, para la coalición gobernante y para la propia administración. Todo el oficialismo es massadependiente, como nunca antes.
No hay margen en lo inmediato para más interferencias en su tarea y en su ambición política. Al menos, mientras el sistema no colapse. Pero tampoco hay más paraguas, pararrayos ni fusibles en stock. Y Massa no puede dar por asegurado que no tendrá que enfrentar, en breve, nuevos cortocircuitos y palos en la rueda.
La política argentina demuestra así, una vez más, que es el reino de las contradicciones y Massa, un emperador del universo paradojal. “Sergio está en su mejor momento político en el peor momento de su gestión como ministro desde que asumió”. La definición, que pertenece a uno de los funcionarios más cercanos al ministro de Economía, implica una cruda admisión de la levedad de cualquier proyecto electoral para el oficialismo y, en especial, para su jefe. La mejor síntesis sería: “Hoy tiene todo el poder posible, pero ese poder es escaso y esquivo”.
En esa paradójica admisión de la situación de Massa conviven experiencias político-personales del pasado, graves problemas del presente y serias amenazas del futuro inmediato que imponen mesura en el equipo massista. Aunque todos saben allí que con Massa la prudencia siempre sucumbe ante la audacia o la temeridad. Como para haber anunciado que la inflación de marzo empezaría con 3 y, ante el fracaso del pronóstico, no tener mejor explicación para sus íntimos que una increíble admisión: “Me la timbeé”.
En primer lugar, el equipo del ahora ministro-presidente contabiliza experiencias anteriores que lo tuvieron a su jefe a las puertas del poder y que, finalmente, se le cerraron cuando parecía que solo quedaban unos pocos pasos para trasponerlas. En ese recuento está el salto de intendente de Tigre a jefe de Gabinete de Cristina Kirchner en 2008 con la intención de refundar la gestión para tener que volver a su municipio poco menos de un año después. Pero, sobre todo, sobresale el triunfo electoral de 2013, que terminó con el sueño re-reeleccionista de su exjefa y que lo puso en carrera como presidenciable, para naufragar dos años después ante el triunfo de Mauricio Macri.
Si bien la resiliencia imbatible de Massa compensa temores, esos recuerdos hoy pesan toneladas y aquellos dos años de construcción fallida asoman ahora menos desafiantes que los cortos dos meses que tiene por delante. En el presente, cuenta con muy pocos logros para mostrar en términos de impacto social.
De los casi nueve meses que lleva al frente de la cartera económica emergen como resultados negativos más palpables la imposibilidad de estabilizar las dos variables que más impactan en la sociedad: el índice de precios al consumidor y la depreciación del peso. La inflación subió en ese período de un 80% anual a más de un 104% interanual y los dólares paralelos tuvieron un aumento de casi el 50% (el blue pasó de $298 a $345), mientras la sequía de reservas también toca picos históricos y urgentes. Son datos que ponen en cuestión la fe de los fieles del kirchnerismo más duro, a los que Massa tanto necesita.
Prueba de fuego
La apertura de los mercados hoy será una nueva prueba de fuego, aunque en el Palacio de Hacienda confían en que los 300 millones de dólares que les prometieron que volverían a liquidar los exportadores de granos podrían contener la presión sobre la moneda norteamericana. Sin embargo, el antecedente obliga a la cautela: la obligada renuncia a intentar la reelección por parte de Fernández y la liquidación de divisas del viernes no frenaron el raid ascendente de las cotizaciones.
Así aparecieron luego, como otros disparadores de las corridas contra el peso, la acusación a tres economistas de la oposición de haber fogoneado ante el FMI una devaluación mayor que la que viene realizando en cuotas el Banco Central y la revelación de un documento de un fondo de inversión en el que se aseguraba que la depreciación se produciría hoy. Sin embargo, los economistas más reputados dudan de la eficacia de esos argumentos como cortafuegos eficientes y consideran que pueden terminar siendo efímeras cortinas de humo.
Si el urgente presente ofrece esos riesgos, el futuro inmediato asoma tanto o más desafiante, sobre todo para los próximos dos meses, en los que se deberían definir las precandidaturas para las PASO. A ese momento Massa aspira a llegar como único postulante del oficialismo, pretensión con la que por necesidad coincide hoy el cristicamporismo y a la que adhieren por conveniencia la mayoría de los gobernadores e intendentes oficialistas. Pero está sujeta a resultados, que se centran exclusivamente en la crítica situación económico-financiera que Massa tiene bajo su responsabilidad primaria. Allí está la encrucijada fatal que el ministro y los suyos no logran resolver.
Las objeciones políticas internas a su pretendida candidatura única que surgen desde el interior del oficialismo no son, en cambio, motivo de preocupación. En realidad, son anotadas como un activo. “Que Juan Grabois diga que Sergio es un traidor con el que no iría ni a la esquina nos viene bárbaro. Termina posicionándolo en el centro del universo político, que es donde más nos cuesta hacer pie, porque del centro a la izquierda tenemos al resto del peronismo y a Cristina y La Cámpora, que no tienen ningún otro candidato competitivo”, dice un estrecho allegado a Massa.
Del universo oficialista solo queda fuera de esa consideración del massismo la influencia que pudiera ejercer el Presidente. Una variable que obliga a análisis menos lineales. La pérdida de poder real y definitiva que significó el desistimiento de la reelección no implica la supresión de una de las herramientas que mejor ha sabido usar Fernández en su gestión: la capacidad de obstrucción o bloqueo que le da el cargo de jefe del Poder Ejecutivo.
Reproches y venganzas
La relación entre Massa y el Presidente (formal) está en su hora más oscura. A ambos les sobran motivos para el reproche, la desconfianza y la venganza mutuas después de lo ocurrido la semana pasada. El ministro vio el abismo como nunca antes, luego de que se filtrara el conjunto de medidas económicas, con devaluación incluida, que elaboró el renunciante jefe de asesores presidenciales Antonio Aracre. Y a Massa nadie le quita de la cabeza que la filtración no provino del autor de las medidas, sino que salió de las propias oficinas presidenciales.
A Fernández le costará metabolizar la forma en la que fue obligado a no seguir procrastinando su renuncia a otra candidatura presidencial después de ese episodio. Debió hacerlo antes de que el peronismo oficial, conducido por Cristina Kirchner y La Cámpora, lo despojara en cuotas de los poderes que le quedaban, empezando por la titularidad del PJ. La única presidencia que podían quitarle sin mostrarle un helicóptero y sin riesgo de terminar en un colapso institucional que también los arrastraría a ellos, pero con suficiente proyección simbólica.
En el video de renuncia electoral, el Presidente prometió que ahora se dedicará a pleno a intentar la solución de los problemas que angustian a los argentinos. La promesa abre dos interrogantes: uno, de cara al juicio de la Historia, y el otro, con miras al futuro.
En primer lugar, ¿no era esa la misión que tenía al ser elegido presidente?; por lo tanto, ¿por qué no lo hizo antes? En segundo, más inquietante para Massa: ¿intentará Fernández inmiscuirse y condicionar sus políticas? Lo que ahora no parece un riesgo puede asomar como una amenaza. Como para reafirmar lo que los massistas dicen: “Este es el mejor momento político de Massa”. En las radios sigue sonando la salsa “Yo no sé mañana”.
Intentos para no devaluar
Por eso, durante el fin de semana, todo el equipo de Economía se dedicó a rellenar los matafuegos destinados a tratar de hacer frente a los fogonazos cambiarios e inflacionarios, sin dejar de lado la especulación política.
La necesidad de soporte y la confianza resultan vitales en los frentes externo e interno, en un momento en que la mayoría de los economistas de la oposición renuevan pronósticos agoreros ante una aceleración del deterioro de variables claves, que consideran de difícil frenado. Al menos no sin la adopción de medidas más duras con alto costo político-electoral, entre las que se incluyen la tan mentada devaluación y un ajuste más severo de los gastos.
Las opciones más benévolas, algunas de las cuales estarían sobre la mesa principal del Palacio de Hacienda, prometen menos ruido, pero no auguran efectos menos complicados para afrontar un proceso electoral. Incluyen más restricciones o impuestos a las importaciones, pago de los gastos externos privados hecho con tarjetas solo con dólares propios atesorados y diferimiento del pago de capital de deuda privada, que implicaría tener que usar palabras prohibidas para massistas y kirchneristas, como reperfilamiento o default de deuda interna.
Por eso, además de denunciar conspiraciones (que los acusados se ocuparon de rechazar), en el equipo de Economía buscaron durante el fin de semana llevar tranquilidad y pedir paciencia a sus socios del cristicamporismo, agotaron las baterías de los celulares en desesperados llamadas a los exportadores para que liquidaran divisas y a posibles prestamistas o inversores para que adelantaran desembolsos y se dedicaron a preparar el viaje que el viernes haría a Washington parte del equipo técnico de Massa.
El ministro, en particular, se abocó a estudiar el informe reservado de ingreso y egreso de dólares que le pidió a la Secretaría de Programación Económica, a evaluar las perspectivas para el vencimiento de bonos y la licitación para renovarlos que se hará el jueves por casi un billón de pesos y en la renegociación del acuerdo con el FMI que pretende llevar adelante.
La elevada confianza que el massismo deposita, por motivos geopolíticos, en Washington y en la dirección del FMI para obtener anticipos y renegociar lo acordado encuentra algunas fisuras y matices cuando baja a los niveles operativos del Fondo. La expectativa de un adelanto de los desembolsos para pagar las cuotas de la deuda con el organismo aparece como una de las misiones más complicadas. Y los cambios de metas y wavers (o perdones) son palabras prohibidas para el staff técnico, admiten en Hacienda.
Por eso, ya están acuñando un nuevo eufemismo: “reprogramación”. Con ese término pretenden maquillar lo que sería la meta que consideran más probable de alcanzar: un nuevo acuerdo que reemplace el vigente, que ya de tan incumplido y emparchado es irreconocible, y que ambas partes justificarían con el impacto cuasi letal de la sequía.
Pero el tiempo corre demasiado rápido, y los próximos kilómetros del camino de Massa lejos están de encontrarse asfaltados, tanto en el plano de su gestión como ministro como en la dimensión política de responsable máximo de la suerte del Gobierno y en la perspectiva electoral como precandidato presidencial.
Por lo pronto, el equipo del ministro-presidente tomó nota anteayer de las incursiones electorales de los pocos fieles albertistas que quedan apoyando las ilusiones del jefe de Gabinete, Agustín Rossi, y recomponiendo vínculos con el aspirante permanente Daniel Scioli. Pero, sobre todo, registraron como advertencia la demanda de Máximo Kirchner de que se elabore y se acuerde un programa para el próximo gobierno que deberá hacer propio el candidato que su espacio apoye.
El optimismo massista prefiere ver el vaso medio lleno y lo considera una admisión de la debilidad electoral del camporismo. Aunque, al mismo tiempo, no pueden dejar de reconocer que implica un intento de condicionar al candidato y a su eventual administración. No quieren más sorpresas. Queda mucho por ver.
Por lo pronto, el gobierno de Massa arrancará hoy y el virtual presidente de hecho empezará a transitar el desfiladero que él sueña que lo lleve a la presidencia de derecho. Un camino tan largo como angosto y escarpado para recorrer en un tiempo muy corto.
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