Aferrados a los amigos y a la ideología
El Gobierno se enredó en la gestión de la pandemia, con marchas y contramarchas, negocios poco transparentes, ideas frívolas y medidas desesperadas
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Dos preguntas no tienen respuesta y las dos son insistentes entre los argentinos. Una: ¿cuándo la Argentina podrá vislumbrar la esperanza, al menos, de dejar atrás la pandemia? La otra: ¿qué política, qué economía y qué sociedad le sucederán a la crisis sanitaria más importante que haya conocido cualquier argentino vivo? Esto es: ¿cómo será la pospandemia o con qué realidad nos encontraremos cuando hayamos salido del encierro y el miedo? Primero está la realidad que nos toca vivir aquí y ahora. El país superó los 100.000 muertos, una cifra de pérdidas humanas que no provocó ninguna otra pandemia ni tampoco las guerras internas que estremecieron a la nación a lo largo de su historia. La Argentina es hoy, según una medición de la agencia Bloomberg entre 53 países, el peor lugar para pasar la pandemia. Muchos argentinos suscribirían esa conclusión sin hacer tantas ni tan sofisticadas mediciones técnicas.
La agresiva y letal existencia del virus Covid-19 está fuera de discusión, salvo para los conspiranoicos. Un fenómeno sin experiencia previa provocó que todos los países del mundo (y sus gobiernos, sobre todo) se enfrentaran al desafío de resolver un problema que arrasa con la vida rápidamente. El gobierno de Alberto Fernández se adentró en el conflicto con paso lento, cansino, y terminó aplicando soluciones desesperadas. El 19 de marzo del año pasado anunció la cuarentena que resultaría la más larga y estricta del mundo. El Presidente había sido advertido por varios sanitaristas de que era inminente una crisis sanitaria complicada y ardua, que se llevaría muchas vidas. Poco antes, su entonces ministro de Salud, Ginés González García, había dicho que China, donde supuestamente se incubó el virus, está lejos y que a él le preocupaba más el dengue que el nuevo coronavirus. Ideas frívolas y obsoletas. Ningún país está demasiado lejos en el mundo extremadamente intercomunicado de hoy. En efecto, poco después comenzaron a aparecer en el país los primeros casos de coronavirus. Como confiesan ahora los médicos reservadamente, ellos no tenían ni idea de remedios posibles, no sabían nada sobre la cura de esa enfermedad. Luego, fueron aprendiendo que dosis de cortisona, de anticoagulantes y de antiinflamatorios ayudan a la recuperación de los enfermos y, en muchos casos, los salva de la muerte. Pero eso sucedió mucho después. Al principio, fue la oscuridad y la inopia científica.
En mayo del año pasado, Alberto Fernández se pavoneó diciendo que si hubiera hecho lo que hacía Brasil (que se resistió al encierro y a paralizar la economía) habría 10.000 muertos en la Argentina. No habló de Mauricio Macri, como se dijo, pero lo aludió porque siempre vinculó al expresidente argentino con el mandatario brasileño, Jair Bolsonaro. Su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, sí señaló a Macri para describir que un hipotético gobierno de este hubiera significado “una catástrofe”. Nadie puede sacar seriamente conclusiones contrafácticas, sobre hechos que no han ocurrido y que podrían haber sucedido. Sea como fuere, hoy el Presidente debe explicar que su país tiene diez veces más muertos de los que él jamás imaginó. O que imaginó como una pesadilla propia de gobiernos que militan en la derecha. Debe consignarse que Bolsonaro tuvo también una política imprudente y humanamente muy costosa.
En febrero de 2020, cuando aquí todavía se hablaba del dengue y de la lejanía de China, en Estados Unidos habían comenzado las investigaciones de una vacuna. A mediados de ese año, el laboratorio Pfizer acordó con el gobierno argentino que se haría aquí el ensayo más importante del mundo de su vacuna. En el Hospital Militar, 5762 argentinos fueron voluntarios para probar la eficacia de la vacuna bajo el control científico del infectólogo Fernando Polack. La Argentina tendría obviamente prioridad para acceder al inmunizante de Pfizer. El Presidente recibió en Olivos al director local de Pfizer, Nicolás Vaquer, y al propio Polack. Fue el jefe del Estado quien distribuyó en las redes sociales una foto con ellos celebrando los ensayos en territorio argentino. Pfizer fue la primera vacuna autorizada por la Anmat, la agencia argentina de control de medicamentos.
Sucedió que poco después apareció la vacuna del también prestigioso laboratorio anglo-sueco AstraZeneca, que por ese entonces aparecía en la misma posición de largada que Pfizer. AstraZeneca aceptó en el acto tener como socio local al empresario farmacéutico argentino Hugo Sigman, viejo amigo de González García, quien se encargaría aquí de la producción del principio activo para América latina. La amistad entre González García y Sigman fue confirmada por una foto casual de los dos desayunando en un hotel de Madrid mucho después. González García ya era exministro y ese era su primer viaje al exterior después de su renuncia. La separación y envasado del principio activo se haría en el laboratorio mexicano Liomont. Comenzaron paralelamente los problemas con Pfizer, que ya era considerada una de las mejores vacunas del mundo. González García aseguró que Pfizer había pedido “condiciones inaceptables”. Después, Alberto Fernández dijo que ese laboratorio norteamericano le había creado “situaciones violentas”. Parecía que la autoridad sanitaria intentaba dejarle libre el mercado argentino a AstraZeneca. Pero en el camino AstraZeneca tropezó con varios obstáculos para desarrollar su vacuna. Se descubrieron algunos casos de muertes después de la inmunización, sobre todo en mujeres jóvenes, por trombosis. La Unión Europea acusó a AstraZeneca, al mismo tiempo, de privilegiar la provisión de vacunas a Gran Bretaña, donde está su casa matriz.
El amigo ruso
En la desesperación entre la ruptura con Pfizer y las demoras de AstraZeneca, la Argentina fue el primer país en descubrir la vacuna rusa Sputnik V, diferente a las demás porque tiene dos dosis distintas. Luego, Cristina Kirchner se ufanó púbicamente de que el país contaba con las vacunas de Rusia y de China, y Alberto Fernández calificó de “amigo” al déspota ruso Vladimir Putin por haberle enviado vacunas. La ideología y los amigos se imponían sobre el necesario pragmatismo que indicaba la necesidad de comprar todas las vacunas posibles. Ya en este año, Vaquer, el ejecutivo argentino de Pfizer, aseguró que ese laboratorio había reservado 13,2 millones de dosis de la vacuna para la Argentina y que los primeros envíos habrían llegado al país, si no hubiera sucedido el desacuerdo, en diciembre del año pasado. Una investigación de LA NACION hecha por los periodistas Hugo Alconada Mon y Claudio Jacquelin informó que parte de esas dosis reservadas para la Argentina fueron destinadas a Uruguay. Los argentinos que pueden empezaron entonces la peregrinación a Miami para vacunarse gratis con Pfizer, Moderna o Janssen (de Johnson y Johnson), los inmunizantes norteamericanos que no llegaban al país.
Para peor, algo sucedió (no se sabe qué) con la segunda dosis de la vacuna Sputnik, pero lo cierto es que la demora en su llegada al país provocó un temor extendido entre quienes se habían inoculado con la primera dosis. La segunda dosis de Sputnik es un componente necesario para completar el ciclo de inmunización, no un refuerzo como sucede con las otras vacunas. Alberto Fernández terminó firmando un decreto de necesidad y urgencia para concretar el arribo de las vacunas norteamericanas. Máximo Kirchner lo cuestionó públicamente, luego de que el bloque peronista que preside en la Cámara de Diputados se negara a aprobar por ley lo que el Presidente había decidido por decreto. La verdad es incontrastable: la familia Kirchner vetó (y veta) el arribo de las vacunas norteamericanas.
Al papelón lo sucedió el escándalo. Parte de las primeras remesas de la vacuna Sputnik fueron destinadas a lo que luego se llamó el “vacunatorio vip”. El caso le costó el cargo a González García, pero su vacunatorio no fue el único vip del país. Los privilegios políticos se replicaron en provincias y municipios. Según un promedio de los últimos 14 días que realiza el diario español El País, la Argentina es hoy uno de los países con más contagiados cada 100.000 habitantes (553), solo superado en el continente americano por Colombia (695). En el mundo, solo Gran Bretaña tiene hoy pocos casos más que la Argentina (562). El país perdió en 2020 casi el 10 por ciento de su PBI. La economía tuvo un repunte en los últimos meses del año pasado, hasta enero de 2021. Desde entonces volvió a caer junto con las nuevas restricciones, que incluyeron otro cierre abrupto del aeropuerto de Ezeiza que dejó a miles de argentinos varados en el exterior.
La pandemia le creo al Gobierno (a muchos gobiernos en el mundo, es verdad) un margen para la práctica autoritaria que antes de la crisis sanitaria no tenía. Restablecer la vigencia plena de las libertades públicas y los necesarios límites del poder serán una obligación política y social cuando todo haya pasado.
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