Adiós a la promesa de abandonar la grieta
Los estilos y los detalles son lo de menos. El trazo grueso del discurso de Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa fue un boceto perfecto de las posiciones de Cristina Kirchner. El Presidente la sigue reconociendo como su jefa. Es una anomalía del sistema presidencial argentino que nadie sabe cómo ni cuándo se resolverá, si es que algún día se resuelve. La obsesión con la Justicia y con los medios periodísticos no era la obsesión de Alberto Fernández. Ahora lo es. Más previsible para cualquier observador atento de la política fue la elección de Mauricio Macri como el adversario. El poder político tiene también la facultad oculta de designar a su adversario. Ya lo hicieron Cristina Kirchner con el propio Macri, y Macri con la propia Cristina. Cristina lo ninguneó a Daniel Scioli para colocarlo a Macri en el centro del escenario. Macri siempre quiso confrontar con ella en la suposición vana de que la expresidenta resultaría perdidosa. Frenó, así, el proceso de renovación del peronismo, aunque no haya sido ese su propósito. A los dos les salió mal esa treta repetida. Al final, terminaron encumbrando al adversario que más detestaban.
Desde el primero hasta el último párrafo de su interminable discurso, el Presidente se encargó de flagelar al gobierno de Macri. Cada mención al presente tuvo su consecuente referencia al pasado macrista. Cada anuncio fue confrontado con lo que supuestamente hacía o dejaba de hacer Macri. Habló de Macri hasta cuando tomaba agua. Muchos datos fueron manipulados. En algunos casos se olvidó de la historia completa, como los zafarranchos de la economía que dejó Cristina en 2015. En otros, hacía comparaciones con la economía del año 2019, que fue la del déficit cero al que lo obligó al expresidente su acuerdo con el Fondo Monetario. En algunos, pocos, tuvo razón, como cuando Alberto Fernández recordó con precisión el plan de pagos que Macri pactó con el Fondo Monetario. Impagable. 44.000 millones de dólares en apenas 3 años. Siempre ese crédito estuvo hecho, aunque nadie lo aceptó nunca, para ser refinanciado, aún en el caso de que Macri haya sido reelegido en 2019.
Alberto Fernández no es un neófito en política, y menos en política electoral. Sabía lo que estaba haciendo. Estaba mostrándole al público antikirchnerista quién es el referente de ese sector de la sociedad. Nunca se refirió ni aludió a Horacio Rodríguez Larreta o a María Eugenia Vidal, que tuvieron importantes funciones durante el gobierno del viejo Cambiemos. Es una decisión política y electoral. Aún así, sus palabras chocaron de frente con su promesa de abandonar la grieta. Profundizó todavía más lo que ya es un abismo que separa a cerca del 40 por ciento de la sociedad, si se juntan los dos bandos enfrentados. Llamó la atención que al final apelara al acuerdo y la unidad, justo cuando terminaba su discurso más confrontativo con la oposición. ¿Otra contradicción más en su camino de incoherencias? ¿O fue también un mensaje electoral para los argentinos que detestan la grieta? La última alternativa es la más probable.
El otro enemigo es el Poder Judicial. Pudo ser (y seguramente lo fue) un gesto de solidaridad con su socia y vicepresidenta, que la tenía al lado con cara de cansancio por la extensión del discurso. Los discursos largos son propiedad de ella, no de Alberto. Ella es la gran oradora de la política argentina, no su delfín. Detengámonos con todo en el tema de la Justicia. El objetivo está claro: vaciar de poder a la Corte Suprema de Justicia, a la que zamarreó como pocas veces se vio ni se escuchó. Ni siquiera Cristina fue, en sus discursos en el Congreso al menos, tan agresiva con la cabeza del Poder Judicial. La creación de un supuesto tribunal de garantías está dirigida precisamente a recortarle poder a la máxima instancia de Justicia del país. Pero la idea tiene un problema insalvable de origen: es inconstitucional. La única instancia judicial que está en condiciones de decidir definitivamente si se respetaron -o no- las garantías constitucionales durante un proceso es la Corte Suprema. Por lo tanto, todos los casos que vayan a ese tribunal de garantías terminarán también la Corte Suprema. Más burocracia judicial y más dinero del Estado para no lograr nada.
Es, además, otra contradicción del Presidente. Ayer dijo, con razón, que la justicia es lenta en la Argentina. Pero, al mismo tiempo, anunció la creación de nuevos mecanismos que la harán más lentas aún. Es también una contradicción de todo el oficialismo, que hace populismo denostando a la Justicia cuando al mismo tiempo decide alargar los procesos. ¿O no fue eso lo que hicieron hace poco los legisladores cristinistas que aplicaron parcialmente una reforma del Código Procesal Pena para llevar hasta la eternidad la certeza de una sentencia definitiva? Hasta las decisiones de la Corte Suprema serían revisables, según el criterio de esos legisladores. Fue un indulto encubierto a Cristina Kirchner, que requerirá del paso del tiempo.
La justicia es lenta, en efecto. Pero con el diagnóstico no es suficiente, sobre todo cuando se hace todo lo contrario.
El caso de Stornelli
Un caso aparte es el del fiscal Carlos Stornelli, a quien el Presidente le dedicó varios párrafos difamatorios sin nombrarlo. Stornelli es el fiscal que investigó la causa de los cuadernos del chofer Oscar Centeno, el mismo que contó en esos libros de su vida cómo, cuándo, dónde y quiénes recibían y entregaban los sobornos en tiempos de los dos Kirchner. La causa cuenta con la confesión de empresarios, de exfuncionarios y hasta del histórico contador de la familia Kirchner. Es lapidaria para la poderosa familia de la política argentina. Stornelli fue el fiscal que logró que Carlos Menem fuera preso durante algunos meses y el mismo que consiguió que Julio De Vido terminara entre rejas. Cuando ya el caso de los cuadernos estaba virtualmente terminado, le cayó la venganza del cristinismo. Una causa a todas luces armada contra Stornelli se abrió en el juzgado federal de Dolores, entonces a cargo del juez Alejo Ramos Padilla, el mismo magistrado que acaba de asumir como juez federal y electoral de La Plata. Es, desde ahora, el juez electoral más poderoso del país. Un premio o una retribución de favores. Llámenlo como quieran llamarlo. Lo cierto es que el Presidente habló de esa causa de Dolores, siempre con la mirada sesgada del cristinismo, con un conocimiento que la Constitución le prohíbe. El Presidente no puede conocer las causas judiciales en curso, dice claramente la Constitución argentina. El profesor de Derecho desafía una y otra vez a la Constitución.
Párrafo aparte merecen sus referencias a la economía. Todo fue demasiado viejo. Control de precios. Congelamiento de tarifas de servicios públicos. Producción nacional, sustitución de importaciones y, en fin, a vivir con lo nuestro. Esos enunciados se contradicen con otra consigna: hay que exportar cada vez más.
El Presidente tiene una mirada ingenua del mundo. ¿Por qué otros países le comprarían a la Argentina si esta cierra las importaciones de esos mismos países? El mundo ya no es el mismo que pergeñó buena parte del discurso histórico del peronismo. Sucedió una globalización, mal o bien llevada, y hay una interrelación muy estrecha entre las naciones. Es cierto que tras la pandemia hasta los grandes países decidieron proteger sus producciones. Pero son países con una gran capacidad de producción y con reglas muy claras sobre la competencia y la defensa del consumidor. Es lo que falta en la Argentina. Ningún antiguo prejuicio del peronismo estuvo ausente. La inflación es culpa de 11 grandes empresas productoras de alimentos que retacearon sus provisiones de alimentos. ¿Y el Estado? ¿Acaso no tiene ninguna culpa por la muy alta inflación? Las fantasías económicas solo sirven para conformar a los que gobiernan. Para nada más. Solo falta que prohíban la muerte por decreto.
En la panoplia de enemigos no podía faltar (y no faltó) la alusión a los medios periodísticos. Ya sea porque informan mal sobre una pobre estirpe gobernante o porque ocultan verdades que son definitivas y únicas. Una lástima que el Presidente haya desperdiciado la oportunidad de ser Alberto Fernández. Solo Cristina estuvo ahí, en cuerpo y alma.
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