Acerca de Longobardi, la amistad, el periodismo y la buena lectura
Mempo GiardinelliPara LA NACION
Saldré de mi azoramiento sólo para explicarle su confusión al señor Marcelo Longobardi, quien ayer a la mañana en su programa radial se habría mostrado alarmado e "indignado" por mi columna de anteayer en LA NACION. Diré tres cosas para clarificarlo, a él y también a algunos lectores:
Lo primero es que su alarma se debería, evidentemente, a que leyó todo mal. Según parece (no escuché el programa, pero cito a LA NACION) "las ideas que mayor rechazo le provocaron al periodista fueron la "comparación de Macri con Massera, Videla y Galtieri", como así también la interpretación de que los porteños votaron a un "verdugo" al elegir al líder del Pro". Y se habría preguntado: "¿Cómo puede ser que alguien, en tren de criticar a un dirigente político, se le dé por compararlo con Massera?"
Notable y curioso, porque en ningún momento de mi nota yo hice tales comparación, interpretación o crítica. Más bien mi artículo quiso subrayar la importancia de la voluntad popular, en el contexto de lo que llamé y considero una revolución democrática contemporánea. Y respecto del "voto a los verdugos" -expresión que algunos cientistas políticos atribuyen a Lula, quien la utilizó en sus campañas electorales- sostuve en mi nota que en la Argentina "lo vimos cuando se votaba a Menem y se consentía su frivolidad mientras él y los suyos arrasaban con el patrimonio colectivo. Del mismo modo que antes se aceptó a Videla y a Massera, y después se vivó en Plaza de Mayo a Galtieri cuando nos condujo a otra tragedia".
Seguido de lo cual el colofón de mi artículo refería, obviamente, a la nota completa, en el sentido de que mi reflexión iba más allá del triunfo electoral del señor Macri. Todo lo cual en mi opinión era -y es- la gran maravilla de una "libertad de expresión, que en la Argentina de estos años se vive como nunca, jamás, se vivió antes". Que es exactamente lo que pienso.
Lo segundo que quiero aclarar es que el señor Longobardi no es estrictamente mi amigo, ni me conoce tanto como dice. En todo caso fuimos amigos hace más de veinte años, cuando él era productor de Bernardo Neustadt y era también un joven lleno de entusiasmo e idealismo. Hoy no reniego de aquella relación, pero es un hecho que la vida -y los estilos profesionales- nos fueron distanciando. Me halaga que ahora diga que soy "un gran escritor, un gran tipo" pero estoy seguro de que yerra cuando afirma: "lo conozco mucho". No creo que sea así y más bien pienso que sólo tiene un conocimiento superficial de mi persona. Un amigo me habría llamado por teléfono, yo le hubiese aclarado todas sus dudas y este texto no hubiese sido necesario.
De hecho, yo empecé a distanciarme de él exactamente el 8 de agosto de 1995, cuando me llamó de un programa que conducía en Radio América y me preguntó qué me había parecido el programa televisivo de la noche anterior, en el que Daniel Hadad y él habían entrevistado a Massera. Respondí que no los había visto pero además no iba a decir ni una palabra sobre los dichos de un asesino y genocida cuya opinión se invalidaba por haber sido condenado por todos los tribunales, por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, y también, ya, por la Historia. Y al aire le reproché que llamara "periodismo" a ese tipo de cosas.
Me detengo en un último aspecto, que juzgo importante: la "indignación" que el señor Longobardi dijo haber sentido ante mi texto es idéntica a la que sienten muchos de los comentaristas de notas de este y otros diarios, cuyas devoluciones son, en general, furibundas, y está bien que así sea porque toda opinión es respetable y no siempre la gente cuenta con tribunas para expresarlas.
Pero si eso es verdad, también lo es que la furia desatada y ese resentimiento insujetable que supera la media argentina lleva a muchos -y es lo que me impresiona- a leer muy mal lo que está escrito. Y en algunos casos es obvio, incluso, que directamente ni leen; nomás se lanzan a vituperar, descalificar, insultar y amenazar, sin comprender, siquiera, lo que el autor ha escrito. Más bien se afanan por desfibrilarlo a modo de picana de entrecasa y amparada en el anonimato.
Longobardi, al parecer, procedió igual de furibundo. E igualmente leyó todo mal. Lo cual se comprende en los lectores que hacen comentarios. Pero yo hubiera esperado que, siendo él un profesional, fuese por lo menos mejor lector.
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