¿A quién le habla el kirchnerismo?
Sin el poder de otras épocas, Cristina Kirchner deja su marca e incomoda a la gestión de Alberto Fernández en asuntos espinosos como el vínculo con Rusia
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El empecinamiento es el signo político del kirchnerismo en crisis. Arrinconado en la pérdida de hegemonía, sólo le queda la insistencia en sus sesgos como ejercicio político y la vehemencia de sus caprichos interpretativos a la hora de encarar los hechos como práctica política. Manotazos de ahogados. Su falta de plasticidad desmiente el pragmatismo que caracterizó al peronismo y sus formas epocales para interpretar los tiempos: cómo olvidar al menemismo. Se nota en la lectura conspirativa de un “golpe institucional” que forzó la dirigencia kirchnerista, alentada por Cristina Fernández de Kirchner, y que su militancia intensa hizo tendencia en twitter tras las decisión de la Corte y la llegada de su presidente al Consejo de la Magistratura. La banalización de la palabra y de la noción de “golpe de Estado” no es nueva para el cristikirchnerismo. Lo hizo antes la vicepresidenta, en mayo del año pasado, cuando habló de “golpe” en el caso del fallo de la Corte sobre la autonomía de la CABA y también la ahora diputada Victoria Tolosa Paz cuando habló de “golpe blando” desde la oposición en medio de la campaña electoral de 2021. Ese uso descontextualizado y ahistórico de la noción de “golpe” es otro pico en la lógica de la intensidad y la super ideologización del kirchnerismo en su etapa defensiva.
La trama se complica. Extiende sus hilos hasta los asuntos globales y meten en lío al gobierno de los Fernández. “Es imposible imaginar un tuit más vergonzoso que fuera capaz de cancelar la propia respetabilidad e imparcialidad con más eficacia”: así se refería en un tuit el embajador ucraniano ante la ONU, Sergiy Kyslystya, sobre Argentina y sobre el diplomático argentino Federico Villegas, actual presidente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, nada menos. Villegas había escandalizado a los ucranianos, a los de a pie y a su diplomacia, horas antes. El martes 12, en un tuit, en inglés, Villegas, expresó: “Ahora más que nunca necesitamos la comprensión y la cooperación mutua, más allá de nuestras diferencias”. En el tuit destacaba el objetivo de la “diplomacia multilateral” y agradecía a las 7 personas reunidas junto a él y retratadas en la foto que acompañaba el mensaje: el delegado de Rusia, Gennady Gatilov, y diplomáticos de Cuba, Venezuela, China, de la Bielorusia de Aleksander Lukashenko, clave para la estrategia de guerra de Rusia, además de Pakistán y Sudáfrica, todos gobiernos que evitaron condenar a Rusia en la ONU, votando en contra de excluirla del Consejo de Derechos Humanos o, por lo menos, absteniéndose.
Now more than ever we need to increase mutual understanding and cooperation, regardless of our differences. Thanks Ambassadors of Rusia, Cuba, Venezuela, Pakistan, Belarus, China and South Africa for a great discussion on how to preserve #multilateraldiplomacy at the @UN_HRC pic.twitter.com/0AN6EGxZWW
— Federico Villegas (@FVillegasARG) April 12, 2022
En su retuit lapidario, el embajador ucraniano también señalaba con ironía e indignación: “Cómo el presidente del Consejo de Derechos Humanos estaba “salvando el multilateralismo” o, como alguien comentó: ‘Mama mía! Oh qué junta’”.
En el tema guerra en Ucrania, el kirchnerismo también insiste con lecturas injustificables que siguen acarreando cuestionamientos internacionales. La Argentina kirchnerista otra vez ocupó el centro de cuestionamientos por esos sesgos que minimizan la responsabilidad rusa en el escenario de la invasión a Ucrania, la guerra que se libra en ese territorio y la tragedia que acarrea para el pueblo ucraniano. En apenas 5 días, la semana pasada, se dieron dos episodios de esos. Uno fue el de Villegas. El otro fue protagonizado por el Papa Francisco que, como el kirchnerismo, se resiste a la condena abierta a Rusia. Desde los primeros días de la guerra que su posición genera polémica en ese sentido: “El Papa deplora su guerra en Ucrania pero no al agresor”, titulaba el New York Times a principios de marzo. La celebración del Viernes Santo en el Vaticano revivió la polémica. “Mucha indignación en Ucrania por la idea del Papa Francisco de hacer que una mujer ucraniana y una rusa cargaran la cruz juntas en el Via Crucis”, tuiteó Olga Tokariuk, periodista ucraniana, miembro de Center for European Policy Analysis (CEPA), que dejó claro el sentido de esa indignación generada por el Papa argentino: “Fue percibido como una equiparación de la víctima y del agresor mientras la invasión rusa sigue adelante”.
El embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrii Yurash, expresó “preocupación en Ucrania”. Ante los cuestionamientos, el Vaticano debió cambiar el texto de la meditación que se leyó el viernes durante ese ritual. Según relataron medios europeos, el texto original de 200 palabras quedó reducido a dos oraciones: “Enfrentados a la muerte, el silencio es la más elocuente de las palabras. Quedémonos todos en plegaria silenciosa y que cada uno ore en sus corazones por la paz del mundo”.
El jefe de la iglesia greco católica de Ucrania, el arzobispo de Kiev, Sviatoslav Shevchuk, calificó a la idea de poner a Rusia y Ucrania en pie de igualdad ante el sufrimiento como “inapropiada y ambigua”.
Un reproche parecido podría caberle a la posición del gobierno sobre Rusia, que fue tan esquiva desde el inicio y que le podría caer también al presidente Alberto Fernández en la CELAC: el sábado 17 se cumplieron 100 días de su presidencia y ese organismo sigue sin condenar la invasión rusa. La insistencia en sus lecturas alejadas de la realidad y rígidas de ideología dejan cada vez más offside al gobierno de los Fernández.
El problema con su insistencia es que del otro lado, es decir, el de la gente, lo que fue un relato productivo de sentido, efectivo para garantizar adhesiones, es decir la calle y los votos, y ampliar su base social hoy es ruido que genera rechazo local y global. Aislamiento doméstico e internacional.
La intensidad en el sesgo permea y se nota también en la negativa, o imposibilidad, de leer racionalmente el problema de la inflación y su vínculo con la emisión monetaria: desde que asumió Roberto Feletti y su fijación en la estrategia de vigilar precios y castigar las góndolas, la inflación no paró de subir hasta llegar al récord de 6,7% en marzo. Se nota en “la épica YPF” que agitaron el gobernador Axel Kicillof y el ministro Martín Guzmán en twitter cuando el sábado se cumplieron 10 años de la reestatización del 51% de YPF, una épica que los datos desmienten: la petrolera vale hoy un 75% menos que hace una década y enfrenta juicios por 8.500 millones de dólares. Se notó ayer cuando el mismo Guzmán anunció el paquete de bonos para reforzar ingresos y habló de “recuperación económica” con palabras de un optimismo que la realidad desautoriza. Se nota mucho.
La unidad de medida del peso político del kirchnerismo, que se debilita, ya no es la cantidad de votos o de la gente en sus marchas sino la intensidad. De la calle a las urnas, la pretensión histórica del peronismo en sus diversas facetas de ser el representante de un pueblo expresado en la continuidad que va de la movilización popular al voto está en decadencia. En parte, por un agotamiento de su conexión con la época. La ideología y sus sesgos presiona sobre los datos de la realidad. La gente vive en el lado de la realidad.
Pragmatismo político y judicial
Cabe otra posibilidad: que la ideología disfrace razones más coyunturales y humanas como el miedo a perder el poder del Estado y a partir de ahí, el temor a que los dirigentes kirchneristas pierdan el poder de influir sobre la justicia justo cuando se juegan casos claves que afectan, por ejemplo, a su principal dirigente, la vicepresidenta. La intensidad puede ser reacción ante las amenazas. O es pragmatismo político o judicial o es empecinamiento ideológico o ambos. En todo caso, el efecto es el mismo: la pérdida de movilización de la gente real, sin militancia, a la hora de votar o de salir a reclamar.
Si la cantidad de votos o la cantidad del pueblo reunido en movilización espontánea le es esquivo, ahora sólo se queda con la insistencia por controlar lo que se le escurre entre los dedos: la representación popular. Esa intensidad se manifiesta de dos formas: por un lado, en su voluntad cada vez más barroca para movilizar el aparato de las marchas con streaming propio incluido aunque no se tengan los votos y por le otro, en construir una narrativa que machaca en las redes sociales. Noviembre terminó con la continuidad que llevaba de las urnas a la calle. Por el momento, lo único controlable es la movilización de los propios al ritmo de su intensidad autoinfligida.
Las fuerzas que se auto perciben populares se construyeron sobre la certeza de la correlación calle urna pero esa línea de puntos que conduce de una a otra parece estar en problemas.
El kirchnerismo se tiene que preguntar también si la certeza que tienen de que los sectores vulnerables acompañan su visión del mundo sigue vigente. El voto en favor de Milei en las comunas de la zona más pobres de CABA empiezan a abrir otras posibilidades. Recordemos: en noviembre, triplicó al Frente de Izquierda en Villa Soldati, Lugano, Villa Riachuelo, Mataderos, Liniers, las comunas más humildes de CABA.
La juventud ha abandonado al kirchnerismo. ¿Qué pasa con los pobres? Cristina Kirchner confía su supervivencia futura a la Provincia de Buenos Aires con su conurbano infinito. La pregunta pendiente es si el pueblo de los más vulnerables empieza a encontrar otras vertientes que lo interpreten. Es decir, otros sesgos más plásticos como para dejar entrever al menos sus nuevas desesperanzas y nuevas aspiraciones. La intensidad del kirchnerismo no le habla a sus propias intensidades. Parecen estar hechas de diferente materia.
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