¿A qué juega la oposición en la Argentina?
En el país coexisten una oposición “clásica” con una “de principios”, que actúa frente al Gobierno haciendo todo lo que no le gustaría que le hicieran a ella si accediera al poder
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La democracia tiene tanto que ver con la oposición como con el Gobierno, afirma el politólogo Aris Trantidis. Sugiere que el control del Gobierno a cargo de una oposición efectiva debería ser una parte constitutiva de cualquier definición seria de democracia. Por ello, la oposición es no solo una característica definitoria de la gobernabilidad democrática, sino de la política en general.
Y es importante verla en los modos en que se presenta, sea por las categorías que definen su identidad y su acción; sea por su comunicación pública, así como en los incentivos que tiene para mostrarse como oposición competitiva y las estrategias para llegar a ello.
El francés Jean Blondel provoca: la oposición puede ser entendida como un concepto “dependiente”, siempre ligada al carácter del gobierno de turno. En palabras no carentes de tono peyorativo, la noción de oposición, por así decirlo, debiera ser comprendida como parasitaria de las ideas de gobierno.
Está implícita una de las ideas de Otto Kirchheimer: la “oposición clásica”, donde quién no está en el Gobierno se opone y ofrece alternativas a las políticas seguidas por el oficialismo, mientras sigue reconociendo al mismo tiempo el derecho de ese gobierno a gobernar.
Aquí se ubica el grueso de Juntos por el Cambio, mayormente los espacios del radicalismo y los más centristas de Pro. También los representantes de fuerzas provinciales, a cada rato obteniendo negociaciones pragmáticas para sus provincias. Incluso con diferencias, ya que no es lo mismo Córdoba, que forja su identidad en la pelea simbólica con Buenos Aires, que otros distritos, que muestran una diferenciación mucho menos violenta, más pragmática y transaccional, como la del Movimiento Popular Neuquino, Juntos Somos Río Negro o la Renovación en Misiones, que muchas veces se confunden con el oficialismo de turno.
Otras categorías de oposición
El gran pensador alemán Kirchheimer también delineaba una “oposición de principio”, en la que quienes se oponían al gobierno de turno objetaban no solo las políticas oficiales, sino también a todo el sistema, negándole legitimidad. Ser parte de esta segunda categoría es no discutir nada, rechazar y criticar todo, el desacuerdo como estilo y, por si fuera poco, crear una retórica de distancia que aleja toda posibilidad de consenso en torno a políticas.
Claramente los abanderados de esta concepción son los nuevos espacios libertarios y el ala dura de Pro, también socia fundadora de Juntos por el Cambio. De acuerdo a los temas, la izquierda tambalea entre una u otra categoría, a veces dando el debate sobre políticas, otras posada en la legitimidad del debate en sí.
Y había una tercera categoría, que llamó “la eliminación” de la oposición, literalmente, la desaparición de diferencias significativas que dividen a los actores que aparentemente compiten entre sí. Hoy no se registran episodios significativos en esta categoría. En la provincia de Córdoba se acaba de sancionar una polémica ley del juego presentada por cuatro legisladores opositores, rechazada por todo el resto y aprobada por unanimidad por los legisladores oficialistas. Es un magnífico ejemplo de esta categoría.
Peter Mair la hace simple: la “oposición clásica” se dirige a cuestionar las políticas del Gobierno; la “oposición de principios” apunta a cuestionar al Gobierno como institución y la legitimidad de sus actos; y la oposición cartelizada u “oposición eliminada”, es aquella que, por actos burocráticos, clientelismo o lo que fuese, es eliminada o cooptada.
¿Dónde está la oposición en la Argentina? Guiados por el debate legislativo, la mayoría funciona bajo un formato de “oposición clásica”. Hay debate. De baja calidad, tensionado, imperfecto, pero lo hay. Y ese debate llega a votaciones legislativas.
Guiados por la retórica cotidiana, la mayoría funciona como una “oposición de principios”. La arena elegida son los medios de comunicación con discursos grandilocuentes que fueron -y serán- usados en formato de campaña, como el hitazo electoral: “La versión más fuerte de Juntos por el Cambio”.
Cada grupo puede funcionar un tiempo en una categoría y otro tiempo en otra. Los múltiples incentivos, las campañas electorales, los errores del oficialismo, las crisis, posibilitan el tránsito de una a otra.
Los dilemas públicos de la oposición
Los investigadores Phillip Ehret, Leaf van Boven y David K. Sherman estudiaron como el bipartidismo norteamericano se convierte en una barrera para el apoyo a la política climática, fomentando más la polarización en el estado de Washington. Lo más parecido a la tesis del empate hegemónico de Juan Carlos Portantiero, al describir la recurrente incapacidad que suelen tener los diferentes actores políticos, económicos y sociales para lograr imponer un proyecto, pero sí el poder de veto suficiente para vetar el de los demás.
Si la defensa y la argumentación está sostenida solo desde lo partidario, el rechazo opositor es altamente probable. Ni siquiera se altera esto con la calidad de la argumentación ni con mayor conocimiento de la política en cuestión. Los autores norteamericanos consiguieron evidencia para sostener que mayores niveles de conocimiento condujeron a mayores niveles de polarización. La consistencia ideológica prima y el mayor conocimiento no reduce de forma independiente la polarización.
El apoyo partidista no es suficiente para resolver la inacción o bloqueo de las políticas. Esto es gravísimo para dejarlo pasar por alto. Y no solo eso, sino que, en contextos como el argentino con altísima polarización, funciona como un incentivo para una “oposición de principios” que cuestiona al Gobierno.
Es una alarma presente y futura, porque cuando alguna oposición sea gobierno, le pasará exactamente lo mismo, incluso como acto de rencor o, directamente, de venganza. La reciente votación del presupuesto fue muy didáctica en ese sentido: el kirchnerismo rechazaba el presupuesto del ejercicio Mauricio Macri en el poder (actuaba como “oposición de principios”, cuestionaba al ala peronista que sí dialogaba (actuando como “oposición clásica”) y ahora, como oficialismo, reclama diálogo y que los de “principios” sean más bien “clásicos”. Un juego perverso y sin fin.
La comunicación de la oposición
Cuando se es parte de la oposición en la categoría de “principios”, aparece siempre bajo el auspicio de discursos “iliberales” que hacen referencia a la deslegitimación de la otredad.
Es curioso que la democracia cobije prácticas poco democráticas. Las ofertas que todos los días actúan como una “oposición de principios”, aún sin pisar lo “ultra” o “extremo”, en cierto modo pierden su condición democrática, aun participando de la democracia. Y con ellas aparece el “discurso popularizante” que, al ser una faceta iliberal, es poco democrático también.
Un discurso popularizante existe cuando todos los siguientes componentes se hacen presente simultáneamente:
-Sujetos hablantes como personas solitarias que no dialogan. Anula la condición de adversario partiendo de juicios morales categóricos que quita de sustancia la validez y aptitud de las personas opositoras en el juego democrático. Concibe la democracia como un juego de suma cero: ganar es la muerte política del adversario.
-Tribalización como colectivos cerrados. Fans que acompañan a líderes. Las normas del consenso interno de los grupos, como acto tribal, prima por sobre las normas del consenso democrático. Celebración, exaltación, mitificación y devoción.
-No hay pretensión de verdad. No se requiere veracidad ni lógica. El discurso es una proveeduría de “fake news”. Para la tribu de fans, el pasado se resignifica a gusto, incluyendo la negación de la evidencia, aun la científica.
-Juego al límite. El concepto de eficacia pragmática guía. Se busca la máxima asertividad sin límites fácticos, éticos ni de formas de justicia. El discurso justifica los medios. Lo que sirve, no importa lo que daña.
-Funciona como mojón ideológico. Estridencia, estética histriónica, llama la atención siempre y suele ser un punto ordenador del que la mayor parte del sistema político se diferencia.
Deshumanización y discursos negativos
Uno de los efectos más importantes de este discurso es el que obtuvo Erin Cassese y que resume como la deshumanización. Algo así como percibir o tratar a las personas como si fueran menos que completamente humanas, sean individuos o grupos. La deshumanización se estudió típicamente en contextos extremos: prisiones, crímenes de guerra, conflictos genocidas. Sin embargo, se ven procesos de deshumanización generalizados, en formas sutiles o “cotidianas”, menos atroces pero que, sin embargo, tienen consecuencias en actitudes políticas que afectan la integridad, confiabilidad y moralidad.
En los primeros trabajos sobre este tema, centrados en manifestaciones flagrantes en contextos extremos, los opositores y presos fueron comparados con cucarachas, perros o basura. Usted que lee esta nota: ¿hace mucho que no entra Twitter? ¿Leyó los mensajes grupales de su WhatsApp?
Yphtach Lelkes y Sean J. Westwood analizaron cómo la promoción del discurso negativo lleva a acciones cotidianas, por ejemplo, actos de discriminación real. La discriminación es particularmente preocupante, ya que es incompatible con las doctrinas de igualdad de justicia e igualitarismo. La polarización afectiva partidista está en niveles históricamente altos y produce efectos.
Reflexión final: como tendencia, enseña Ludger Helms, puede advertirse que la disposición de la oposición a formar coaliciones preelectorales tiende aumentar cuando los actores de la oposición no esperan que gane el régimen actual, que es, cuando el cambio parece probable o al menos posible. Las coaliciones se aguantan, se toleran, especulan y entienden eso de ganar. Eso sucede en la Argentina hoy.
El riesgo de esto es que el propósito de desafiar la hegemonía de las autoridades actuales, a menudo tiene prioridad sobre el logro de cualquier objetivo a largo plazo que pueda ser necesario. Se vuelven angurrientas, ansiosas y poco cooperativas cuando el triunfo es algo muy factible. Y en esa voracidad, en ese vértigo, actúan más como “oposición de principios”, haciendo todo lo que no les gustaría que les hagan a ellas si accedieran al poder. En ese acto, se tornan iliberales, estigmatizantes, deshumanizantes con toda la potencia de que se reproduzca eso en el futuro, eso sí, en su contra.
El autor es director de la Maestría en Comunicación Política, Universidad Austral.
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