A Kelly Olmos ya le tiraron el camión encima
Los Moyano y La Cámpora le dieron una fría bienvenida a la ministra de Trabajo; le enrostraron su pasado menemista y le exigieron recomponer salarios
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Raquel “Kelly” Kismer de Olmos ratificó el jueves la continuidad del principal equipo de Claudio Moroni ante el temor de quedar al frente de un organismo vacío y anárquico. Por los pasillos del Sheraton de Mar del Plata, durante un alto del Coloquio de IDEA, más de un empresario ironizó sobre el papel testimonial al que había sido reducida la gestión del Ministerio de Trabajo durante el conflicto del Sindicato del Neumático, cuando se decidió recurrir a Pablo Moyano y Rubén Sobrero para explorar un acuerdo entre Alejandro Crespo y las empresas Fate, Bridgestone y Pirelli. Es decir, Moyano y Sobrero, cuyos discursos son la antítesis a la diplomacia y la negociación, lograron destrabar lo que Moroni no había podido durante seis meses. La pregunta que surge ahora es: ¿Kelly Olmos podrá domar la intransigencia sindical en tiempos de alta inflación y caída salarial?
La flamante ministra es mirada con desconfianza por los viejos lobos de la CGT, incluso por aquellos dirigentes elásticos, oficialistas de cualquier gobierno de turno. Antes de asumir, los gremios más duros y La Cámpora le marcaron la cancha con mensajes que dejaron entrever que no habrá luna de miel. O que si la hay, sería efímera.
“No la conozco a la señora ministra. Ella dijo que había militado con el menemismo; nosotros en los 90 estábamos en la calle, con el MTA. No tenemos relaciones, pero le deseamos lo mejor en este contexto que vive el país, con una inflación imparable, con el aumento de precios de la canasta básica incontrolable. Ojalá que le pueda encontrar la vuelta”, fue la gélida bienvenida que le dedicó Pablo Moyano. La paritaria de su gremio, el de los camioneros, está estancada por una diferencia de 50 puntos: exigió un 131% de aumento anual, mientras que las tres cámaras empresarias ofrecieron un 81%. Kelly todavía no tuvo su debut como mediadora laboral. Apenas cruzó saludos con los Moyano el día de su asunción. Ese día el clan fue casi completo: asistieron Hugo, el jefe inoxidable; Pablo, que se sentó en la primera fila a pesar de haberle enrostrado a la ministra su pasado menemista; Hugo (h.), que es abogado laboralista y tiene a más de diez sindicatos entre su cartera de clientes, y Jerónimo, el hijo menor que oficia de secretario de su padre y al que no se le conoce especialidad alguna salvo pasar muchas horas en el gimnasio. Los Moyano fueron amables ante el beso y el apretón de manos, pero Hugo le dejó en claro que su paritaria estaba abierta. Se despidieron con el compromiso de verse las caras dentro de poco.
Andrés Larroque, que suele expresar lo que Cristina y Máximo Kirchner a veces callan, marcó el descontento del kirchnerismo con las nuevas designaciones en el Gabinete. “Fue inconsulto”, se diferenció el referente camporista, que, de esa manera, también tomó distancia del curso que pueda adquirir la nueva era que se abre en Trabajo.
Al igual que Pablo Moyano, Larroque puso cara de piedra y el jueves también dijo presente en la jura de Olmos, un acto bajo el sol en los jardines del contra frente de la Casa Rosada. Apenas unas horas antes, Moyano y el Cuervo habían compartido un escenario desde donde cuestionaron la distribución de los ingresos y volvieron a la carga con el reclamo de otorgar un bono antiinflacionario por decreto. Junto a ellos se sentó Hugo Godoy, jefe de los estatales de ATE y de la CTA Autónoma. Godoy archivó su perfil de sindicalista “autónomo” y blanqueó así su incorporación al kirchnerismo a pesar de caer en irónicas contradicciones, como la de protestar contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) pero aliarse con el Gobierno que pactó un plan de ajuste a través de Sergio Massa. Argumentos incómodos que también persiguen a Máximo Kirchner cuando debe explicar entre la tropa camporista las razones de su aval silencioso al “dólar soja” que creó el ministro de Economía.
El ajuste, entre Massa y Cristina
En el kirchnerismo tienen claro que hoy no es redituable a sus ambiciones desgastar a Massa. El exintendente de Tigre es tal vez la mayor garantía de la coalición oficialista para que la gestión del Frente de Todos supere el fin de año sin estallidos sociales y callejeros. Massa, mientras tanto, empuja en Diputados su proyecto de ley con el presupuesto para 2023, que contempla seguir con recortes a ritmo de machete y una devaluación en cuotas. Dos de los cuatro ministros que defendieron sus cifras en la comisión de Hacienda ya renunciaron. Son Moroni y Juan Zabaleta.
La disyuntiva entre pragmatismo e ideología también acorraló a Cristina Kirchner, que en sus últimas y esporádicas apariciones no zamarreó a Massa ni al FMI, en esta nueva etapa con el organismo de crédito casi en un rol de cogobierno. A fines de marzo, cuando la negociación con el Fondo todavía no estaba encaminada, la vicepresidenta recibió en su despacho al embajador de Estados Unidos, Marc Stanley. Fue un acercamiento estratégico que sirvió para allanar las conversaciones por la deuda, pero que también ayudó a otros socios del Frente de Todos a revisar sus prejuicios sobre el país que gobierna Joseph Biden. Con esa foto, Cristina habilitó indirectamente a los sindicalistas aliados a construir una relación con la embajada.
El vínculo entre la embajada y los gremios, sobre todo con algunos de la CGT, se forjó durante los 90. Lo novedoso de estos encuentros recientes fue que esta vez los invitados de Estados Unidos no fueron solamente Gerardo Martínez, Rodolfo Daer y Andrés Rodríguez, quienes no comulgan con el kirchnerismo, sino que Stanley sumó a Pablo Moyano, Hugo Yasky y Roberto Baradel.
Desde la CGT reconocieron que los encuentros con Stanley como con empresarios estadounidenses sirvieron para definir una postura común sobre la negociación con el FMI. “Era un disparate no pagar la deuda y caer en default”, justificó el aval un jerárquico de la central obrera que participó en más de una charla con la agregada laboral y cultural de la embajada y con hombres y mujeres de negocios de la AmCham, la cámara de comercio americana en Buenos Aires que reúne a 620 compañías. Con el acuerdo con el FMI en marcha, el sector mayoritario de la CGT y los empresarios estadounidenses no ocultan sus coincidencias. Desde ambas orillas miran el presente con preocupación y hasta con un pedido similar: certidumbre y el respeto por la ley. ¿Una declaración en contra de los bloqueos y los métodos extorsivos a los que a veces apelan algunos sindicalistas? Avanzan incluso en la organización de una actividad conjunta para reforzar la importancia del diálogo tripartito en el marco del Consejo Económico y Social, un organismo que quedó inactivo desde la salida de Gustavo Beliz, el 28 de julio. El perfil de este sindicalismo más dialoguista fue el que expuso en IDEA. Gerardo Martínez, de la Uocra, abrió la puerta a una reforma laboral, pero sin perder derechos ni resignar productividad. “No hay empresas sin trabajadores ni trabajadores sin empresas”, sintetizó. Ricardo Pignanelli, del Smata, admitió sobre la carrera contra la inflación: “No se le puede sacar a la empresa más de lo que me puede pagar”. El número dos de Pignanelli en el Smata es Paco Manrique, uno de los pocos dirigentes a los que escucha Pablo Moyano.
Un abogado laboralista de mil batallas, longevo pero muy activo, se sorprendió por la designación de Kelly Olmos, pero hizo una observación hasta ahora desconocida. Sugirió que su nombre fue deslizado por allegados al papa Francisco, quien supo tener algún contacto con Juan Manuel Olmos, vicejefe de Gabinete y uno de los pocos funcionarios que acompañó a Alberto Fernández en las deliberaciones para cubrir las vacantes. “Tiene el aval del Vaticano y de Estados Unidos, y con ella Alberto intentará reflotar el pacto social”, arriesgó el veterano abogado, sin dar mayores precisiones.
“No puede haber gestión exitosa si no hay acuerdo entre sectores”, pronosticó Julio Bárbaro en radio Zónica. Bárbaro es amigo de militancia de Kelly Olmos y compartió tertulias en los márgenes del Delta, hace más de 30 años. El histórico dirigente peronista es un crítico del kirchnerismo, pero también del macrismo.
Un aliado menos
Alberto Fernández sentó a Olmos en el Ministerio de Trabajo sin consultar a la CGT ni al kirchnerismo. Tampoco a Massa. Al cortarse solo, el Presidente agrietó su vínculo con la central obrera, un sostén en los momentos más críticos de su gestión. Los gremios cegetistas no fueron un actor de reparto en la arquitectura de poder que imaginó Fernández. Junto con los gobernadores peronistas, el sindicalismo clásico fue la base de su respaldo desde que Cristina Kirchner lo ungió como su candidato para desbancar a Macri. Pero con el correr de una gestión guiada por las peleas internas y la crisis inflacionaria y cambiaria los roles de la CGT y de los gobernadores se desdibujaron porque consideran que el Presidente se apartó de su idea original y cedió ante el avance kirchnerista, al darles desde el manejo de las cajas más estratégicas, como las de la Anses y el PAMI, hasta el armado de las listas electorales. Buscó ahora diferenciarse con los nombramientos de Olmos, Tolosa Paz y Mazzina. La reacción llega en tiempo de descuento.
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