En su teléfono asomaron uno, dos, tres mensajes de Telegram.
-¿Pasó algo?-tipeó Alberto Fernández, preocupado, en su celular.
-Vení a verme urgente, tengo que hablar con vos-le contestó Cristina Kirchner.
Alberto Fernández no planeaba ser presidente. No se le cruzaba por la cabeza. Caminaba el llano desde 2008. Su ambición política pasaba por ser el arquitecto de la unidad del peronismo y ganarle a Mauricio Macri. Si el PJ triunfaba, bromeaba en tertulias con amigos, a lo sumo tendría la embajada en Madrid.
Armador de carreras ajenas, Fernández había dado el paso más difícil: reconciliarse con Cristina. Al hacerlo, dejó atrás una pelea de nueve años que parecía no tener retorno. Tras esa reconciliación, Fernández comenzó a trabajar sigiloso para volver a llevar a la ex presidenta a la Casa Rosada. Pero la historia dio un vuelco inesperado. Y fue por decisión de ella.
Esa mañana de mayo, un año atrás, Fernández estaba dando clases en la Facultad de Derecho. Cuando Cristina insistió con los mensajes, él entendió que era importante. A las 15, llegó a verla al departamento de Florencia Kirchner, en Constitución. Y se quedaron los dos a solas en el comedor. "Me dijo que lo pensó mucho. Que ella tal vez podía ganar pero que le iba ser muy difícil gobernar porque la Argentina estaba demasiado enfrentada. Que hacía falta alguien que pudiera abroquelar a todos los nuestros y también convocar a gente que no estaba con nosotros", relató Fernández a LA NACION en 2019.
-Así que llegué a la conclusión que el candidato tenes que ser vos...
-Honestamente, no me parece una buena idea. Pensalo bien porque vos no transferís tus votos a nadie-reaccionó Fernández.
-No, no.. ¡Yo voy a ser tu candidata a vicepresidenta! Por todo lo que vos trabajaste en este tiempo, tomé esta decisión... El candidato tenés que ser vos.
Un año después, Alberto Fernández gobierna el país en completo estado de excepción, con los índices económicos desplomados y en un camino de cornisa al borde del default
Fernández le contó la noticia a muy pocas personas. A su pareja, Fabiola Yáñez, y a su hijo, Estanislao, les pidió que se hicieran a la idea. El viernes 17 de mayo fue a un asado con intendentes en Lomas de Zamora y disimuló toda la noche. Pero de regreso, en el auto, se lo confesó a Santiago Cafiero, el joven que se había ganado su confianza en los encuentros del Grupo Callao. Al día siguiente, el sábado 18 de mayo, hace exactamente un año, Cristina anunció la candidatura con un video en Twitter. Y sorprendió al país.
A partir de entonces, Fernández se lanzó a una carrera vertiginosa. Sedujo a los gobernadores peronistas y a Sergio Massa. Encolumnó detrás de su candidatura a un PJ que había jugado dividido en los tres últimos turnos electorales. Él, que supo ser el kingmaker de Néstor cuando nadie sabía cómo se escribía Kirchner, ahora debía demostrar que no era un títere de Cristina. Con un país polarizado, debía intentar saltar la grieta abrazado al kirchnerismo. Y en medio de una profunda crisis, debía convencer que pondría "a la Argentina de pie" sin anticipar un plan económico.
A un año de aquella entronización, hoy Alberto Fernández gobierna el país en completo estado de excepción, con los índices económicos desplomados, una espiralización del dólar y en un camino de cornisa al borde del default. Todo ello cuando la pandemia del coronavirus que puso en jaque a mundo aún no llegó a su pico en el país. "Ya sabíamos que íbamos a gestionar con la mochila de la deuda y sin plata. Pero nos cayó encima como una bomba el coronavirus", reconoce a LA NACION el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero.
A cinco meses de asumir, Fernández gestiona con "superpoderes". Su primera decisión fue trabajar sin ley de presupuesto y su primera acción de gobierno, redactar un proyecto de emergencia que le otorgó atribuciones extraordinarias. Con el coronavirus se inauguró, el 12 de marzo, la emergencia sanitaria. Desde entonces, fueron sancionados 23 decretos de necesidad y urgencia. El último le otorgó al jefe de Gabinete la potestad de ampliar y redistribuir los fondos del Estado hasta fin de año, sin pasar por el Congreso.
Con un mundo en una postal apocalíptica, Fernández siguió el paradigma sanitarista y puso al país en cuarentena. Fue una medida inédita. Pese a la crítica coyuntura, en pandemia el Presidente subió su nivel de aprobación pública. Llegó a cosechar una imagen positiva de más de 80 puntos. "Alberto mostró su mejor versión en la pandemia. Pensó, como jurista, que el primer derecho es a la integridad física", dice su amigo Eduardo Valdés.
Pese a que goza de un alto nivel de aceptación en los sondeos, Fernández neutraliza cualquier intento de fortalecer una línea política propia. Tiene en claro los riesgos que eso implicaría. "Él es el primero que le dice no al albertismo. Sabe que debe mantener al frente unido. Su lógica de construcción de poder es armonizar", dice un estrecho colaborador de su entorno.
Mesa chica
Desde el día uno, Fernández supo que su rol pasaría por arbitrar en el frente que lo llevó al triunfo. Sin embargo, construyó en torno suyo un círculo de personas de confianza, que nutrió de relaciones que cosechó a lo largo de su vida y que hoy comanda de manera radial.
El Grupo Callao -la usina de dirigentes jóvenes y poco conocidos que había quedado como resabio de la frustrada campaña de Florencio Randazzo en 2017- fue el que lo escoltó en la campaña. De un día para el otro, los debates en el café Los Galgos dieron a lugar a un búnker electoral en la calle México. Cafiero se consolidó como su mano derecha. Matías Kulfas y Cecilia Todesca fueron sus personas de consulta en materia económica. Miguel Cuberos se ocupó de la logística y la puesta en escena. A Juan Pablo Biondi le encargó la comunicación, aunque más como un ladero todoterreno que como un simple vocero.
Tras las PASO, Fernández tuvo el primer botón de muestra del cambio que implicaría la investidura presidencial. En la gira de México, quisieron custodiarlo como si fuera un mandatario electo. "Protestó durante todo el viaje", recuerda Cuberos. Aún hoy el Presidente discute por la Casa Militar por el protocolo.
Fernández se alzó con 48 puntos en octubre y se recluyó en un piso de Puerto Madero para organizar la transición, lejos del escrutinio público. Fue entonces cuando sumó a su esquema a dos amigos del PJ porteño que recalaron en la Casa Rosada: Julio Vitobello se convirtió en secretario de la Presidencia y Juan Manuel Olmos, en su jefe de asesores. Acercó a un joven, Julián Leunda, a quien conocía como productor del canal C5N, para la gestión de asuntos políticos sensibles.
El ministro del Interior, Eduardo "Wado" De Pedro, jefe de La Cámpora devenido en articulador político, es hoy considerado por Fernández como uno de sus funcionarios más importantes
Fernández también convocó a dos personas que se convertirían en custodios silenciosos de la gestión presidencial: Gustavo Béliz y Vilma Ibarra. Ambos con perfil extrabajo, habían tenido un distanciamiento traumático con el kirchnerismo y simbolizaron, con su solo nombramiento, una señal de independencia hacia Cristina Kirchner.
Béliz, que llevaba quince años en el ostracismo, se reencontró con Fernández en su departamento de Puerto Madero una mañana después de las PASO, con la excusa de una entrevista que el por entonces candidato tendría con el arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo. Cuando el prelado se fue, Fernández y Béliz se quedaron conversando durante horas. Hablaron de todo y llegaron a emocionarse hasta las lágrimas. Béliz luego le acercó un paper con ideas para un Estado "moderno". A Fernández le gustó y lo convenció para volviera. Con Ibarra -que fue su pareja durante muchos años- Fernández conservó siempre una relación de respeto. Logró convencerla para que dejarla un puesto estratégico en una de las firmas más importantes del país y volviera a lo público.
Fernández conformó un gabinete de 20 carteras, sin superministros ni primus inter pares. Colocó a su socia de toda la vida, Marcela Losardo, en el ministerio de Justicia y a su viejo amigo, Claudio Moroni, en Trabajo. Y repartió el resto de las carteras entre sus socios políticos. El kirchnerismo se reservó puestos con manejo de caja, como PAMI, YPF o la DGI y lugares institucionales importantes, como la Procuración del Tesoro, la Oficina Anticorrupción, la secretaría de Derechos Humanos y la IGJ. La Anses, el brazo del Estado con mayor llegada al territorio, estuvo a cargo de uno de los economistas que disertaba en el Instituto Patria, Alejandro Vanoli. Por problemas de ineficiencia, el Presidente lo apartó y designó a Fernanda Raverta una referente de La Cámpora que deslumbró a Fernández en la campaña. Máximo Kirchner resaltó en los últimos días que los mejores cuadros de su agrupación recalaron en el gabinete de Alberto.
Entre quienes ganaron en la consideración del Presidente figuran ministro del Interior Eduardo "Wado" De Pedro, jefe de La Cámpora devenido en articulador político. Hoy es considerado por Fernández como uno de sus funcionarios más importantes. Otra figura clave es el intendente de Hurlingham, "Juanchi" Zabaleta, que se erigió como su principal enlace con el conurbano bonaerense, el territorio que obsesiona al Presidente en tiempos de pandemia.
Fernández asumió la presidencia el 10 de diciembre con un llamado a una "solidaridad en emergencia", desde entonces su leitmotiv. "No cuenten conmigo para seguir transitando el camino del desencuentro", dijo. Advirtió que "el país tiene la voluntad de pagar su deuda, pero carece de capacidad para hacerlo". Y anunció que impulsaría una reforma judicial y de los organismos de inteligencia para terminar con los "sótanos de la democracia". Todavía no la presentó.
El intendente de Hurlingham, "Juanchi" Zabaleta, se erigió como su principal enlace con el conurbano bonaerense, territorio que obsesiona al Presidente en tiempos de pandemia
A los pocos días de asumir, Fernández se alzó con la ley "ómnibus" de emergencia económica, la "llave maestra" para gestionar la crisis con plenas atribuciones presidenciales. "La sanción de esa ley fue la primera demostración de fortaleza institucional de Alberto", dice hoy un alto funcionario.
Fernández tomó en pocos días medidas que resultaron antipáticas para distintos actores económicos como la suspensión de la movilidad jubilatoria, el decreto anti despidos, el impuesto PAIS a la compra de dólares y las retenciones al campo. Zigzagueó en los primeros conflictos y evitó desbordes con los gremios, los movimientos sociales y los empresarios. "Nosotros le decimos que es muy suertudo. Es el único que puede visitar al Papa, anunciar su proyecto de legalización del aborto y seguir trabajando con los curas", dice Valdés.
Cuarentena en Olivos
El día que asumió, Fernández le dijo a sus colaboradores que iría todos los días a trabajar a la Casa Rosada: "Néstor desde Olivos no trabajó nunca", comentó. Sus planes se vieron súbitamente interrumpidos por la pandemia. Hace casi dos meses que Fernández no pisa Balcarce 50. El Presidente mudó su lugar de trabajo a la Jefatura de Gabinete en la quinta de Olivos.
Se acostumbró. Por la mañana realiza caminatas por los parques y lee los diarios en el chalet presidencial. Cerca de las 10.30 pasa a la zona de trabajo común. Por la quinta circulan sin pedir permiso solo un puñado de colaboradores. Vitobello, Béliz, Biondi, Guzmán y Leunda comparten jornada completa, mientras que Cafiero, Todesca e Ibarra se reparten entre la Casa Rosada y Olivos.
El día que asumió, Fernández dijo que iría todos los días a la Casa Rosada: "Néstor desde Olivos no trabajó nunca", comentó. Por la pandemia, hace casi dos meses que Fernández no pisa Balcarce 50
El Presidente, que tiene fama de impuntual, trabaja con una agenda que, en buena parte, se arma sobre la marcha. Tuvo que aprender a delegar: hoy la gestión diaria de los ministerios está a cargo de Cafiero, mientras que él se concentra en el coronavirus y la negociación de la deuda. El Presidente hace, sin embargo, llamadas a sus funcionarios por asuntos puntuales, en general durante la noche. Al final del día, se da un tiempo para mirar series en Netflix con Yáñez.
En los últimos días, Fernández citó a Olivos aun cura que tiene fama de hacer milagros. El religioso le dijo que habría "luz" para la Argentina y el Presidente lo tomó como una buena señal.
Con Cristina se reunió varias veces a solas en los últimos 55 días. "Se vieron más veces que las que trascendieron públicamente", reconoce un colaborador presidencial. A ella, a diferencia de otros visitantes, la recibe en el chalet presidencial. Nadie, ni los colaboradores más cercanos, saben a ciencia cierta qué se dicen cuando se ven. "Solo ellos dos saben lo que hablan ahí", dicen en el entorno de Fernández. "A veces estamos de acuerdo y a veces no, pero yo la escucho por su gran capacidad e inteligencia", dijo Fernández días atrás sobre uno de esos encuentros.
"Lo que hay con Cristina son diferencias de lenguaje y de método, no de fondo. Alberto es un hombre que va por los acuerdos, Cristina es más explosiva. Ella tiene un dolor, una llaga, que le dificulta superar la grieta", dice alguien que conoce de cerca a los dos.
En los últimos días trascendió que a la vicepresidenta no le gustó el acercamiento que Fernández exhibió con Horacio Rodríguez Larreta. "No es que le molestó, simplemente es algo que ella no podría hacer", aseguran allegados a la vicepresidenta. Un estrecho colaborador presidencial aseguró que fue testigo de un mensaje que Cristina le envió a Alberto diciéndole que le había gustado la foto con Axel Kicillof y el jefe de gobierno porteño en el último anuncio de la cuarentena.
La bandera blanca duró poco. La decisión del jefe de gobierno porteño de liberar el comercio en la Ciudad puso en pie de guerra a La Plata y a intendentes del kirchnerismo que temen que la mayor circulación del virus desborde la General Paz. Fernández intentó poner orden y se sacó otra instantánea con Rodríguez Larreta en Olivos.
La relación con la oposición y la revisión del pasado es algo que deja a la luz las diferencias de criterio entre el Presidente y su vice. Cristina sostiene que existió un lawfare y que su situación en los tribunales es producto de una persecución política del macrismo. El kirchnerismo duro tenía redactada desde hace meses la denuncia penal contra la llamada "mesa judicial" del ex gobierno que presentó en los últimos días. Fernández había pedido evitar la guerra en los tribunales.
El Presidente aspira ahora a impulsar una reforma judicial que lleve su nombre, un proyecto hasta este fin de semana muy pocos conocían. Abrirá otro frente de tormenta, justo cuando está de cara a los peores fantasmas.
Hoy, a un año del inicio de su carrera presidencial, enfrenta el momento más duro de su gobierno. Le toca atravesar la peor parte de la pandemia y transitar el sprint final de una negociación de la deuda que lo tiene al filo del default.
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