A 50 años del asesinato de Aramburu: Natalio Botana: "No hicieron autocrítica y hoy se los presenta como soñadores y jóvenes idealistas"
"Con el secuestro y posterior asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, los Montoneros estrenaron en 1970 la década más negra que vivió el país en todo el siglo XX. No solo no hubo autocríticas, sino que algunos hoy los ven como jóvenes idealistas y soñadores". A 50 años de la violenta presentación en sociedad de la organización que condujoMario Firmenich, el politólogo e historiador Natalio Botana mantiene el juicio sereno y no pierde el rigor para evaluar el impacto que ha tenido en el país aquel hecho fundacional.
A los 83 años, este académico y profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella, que desde hace 30 años vive en el mismo edificio de donde Fernando Abal Medina, Emilio Maza e Ignacio Vélez Carreras salieron por la puerta y se llevaron por la fuerza a quien había liderado la Revolución Libertadora y se presentaba entonces como una posible carta para un eventual retorno a la democracia, está habituado a los análisis de la política y la violencia como dos elementos superpuestos en la historia del país.
"En mi mirada se cruzan la historia que el historiador procura interpretar y la historia que yo mismo he vivido. Tenía 33 años y el asesinato de Aramburu me conmovió. Observé en su figura una secuencia muy profunda que atravesaba la Argentina desde hacía décadas y culminaba en los años 70, la década más negra que vivió el país en todo el siglo XX", resumió Botana, en una entrevista con LA NACION.
Explicó que, desde 1930, la política argentina había quedado presa de la violencia, marcada por cuatro golpes de Estado sucesivos, en 1930, 1943, 1955 y 1966. "Carlos Fayt nos decía que la política argentina era una política armada: la sucesión en el poder no se daba por el voto, sino por la violencia", graficó.
-¿Cómo se llegó a tan altos grados de violencia?
-Hubo un penoso proceso de violencia, que estalló a comienzos de 1970 y desembocó en una espiral que los argentinos jamás habían imaginado, alentada por un terrorismo de Estado como instrumento para dilucidar los conflictos y las discusiones políticas.
-¿Los grupos que intervinieron hicieron alguna autocrítica?
-Muy poca. Uno de los problemas más serios de la Argentina es la falta de autocrítica. Es muy débil. Además, a falta de algún arrepentimiento de los responsables de Montoneros, nos encontramos con el reflujo que conocimos en los últimos años. Durante el período kirchnerista se los vio como jóvenes idealistas y soñadores, agentes de una revolución frustrada, a quienes el terrorismo de Estado martirizó.
-¿El país superó esa etapa?
-Fue importante el paso que la Argentina dio en 1983. El presidente Raúl Alfonsín no solo llevó a juicio a los comandantes de las Fuerzas Armadas, sino que también se juzgó a los responsables de la Triple A y de Montoneros. Es la gran enseñanza que nos dejó Alfonsín, pero el país siempre navegó entre amnistías parciales, indultos, olvidos y faltas de autoexamen y reconocimiento. De algún modo, con el tiempo, la etapa de la violencia política se cerró en el país. Desearía que hubiera una mayor revalorización de la figura de Alfonsín, lo planteo en el libro "La libertad, el poder y la historia", que escribí con Fernando Rocchi. Prevalecen siempre las miradas facciosas y menos ajustadas a lo que realmente ocurrió.
-¿Por qué Aramburu fue el blanco de los Montoneros?
-En esos años difíciles, cuando fue víctima del ataque de los Montoneros, Aramburu tenía una visión más abarcadora y generosa de lo que debía ser la democracia. Estaba tendiendo la mano y buscaba una reconciliación con el sector al que había enfrentado y el peronismo estaba proscripto. Avanzaba hacia un entendimiento con vertientes peronistas.
-¿El objetivo del secuestro era frenar ese acercamiento?
-Es una de las causas probables. La otra es más amplia. Entró a tallar la gran crisis de legitimidad de la Revolución Cubana y la concepción de que el poder podía ser conquistado a punta de pistola, especialmente cuando enfrente estaba una dictadura con signos de agotamiento. Era una idea combinada con el catolicismo integralista, que se había desarrollado inicialmente como una versión de extrema derecha, admiradora de Uriburu y de Franco, que hizo eclosión y quiso instaurar un nuevo orden mediante el uso sistemático de la violencia y la redención social. Las ideologías apelan a los sentimientos y a las creencias.
-¿Por qué el ideario de los Montoneros prendió en ese tiempo en muchos jóvenes?
-Por el clima de ese tiempo. En la Argentina no existía una vocación por la democracia republicana. Había un gobierno de fuerza. Eran muy pocos los que defendían el ideal de la democracia, como sí ocurrió a partir de 1983. En esos tiempos el peronismo estaba proscripto.
-¿Fue un error la proscripción del peronismo?
-Sí, la proscripción del peronismo fue un error. Yo dije y escribí ya en 1971 que si la Argentina no superaba el drama de las proscripciones no íbamos a ningún lado.
El país siempre navegó entre amnistías parciales, indultos, olvidos y faltas de autoexamen y reconocimiento
-¿Faltaron dirigentes a la altura de las circunstancias en ese tiempo?
-En la década del 60 había un flujo de figuras civiles importantes. Lo que existía, también, era un aparato militar dispuesto a tomar el poder. Arturo Frondizi, Arturo Umberto Illia, Ricardo Balbín, eran políticos de envergadura, en un escenario de tensión. La dirigencia de esos años pecó de faccionalismo y divisiones.
-¿Hoy el país tiene dirigentes con capacidad para superar la crisis?
-Es muy difícil comparar. No sé cómo podremos salir de esta crisis sanitaria y económica. Lo que se requiere es defender a rajatabla el régimen democrático, pese a sus fallas.
-¿Con el correr de los años, el país se distancia de lo que significó la acción de los Montoneros?
-Se los viene reivindicando desde hace muchos años, por lo menos hace una década, desde que fue cuestionado el Informe Nunca Más, encabezado por el prólogo de Ernesto Sabato, que distinguía entre los distintos tipos de violencia y se cambió en 2006. Se los quiere presentar como idealistas y soñadores.
-Usted vive en el edificio donde vivía Aramburu. ¿Mantuvo relación con su familia?
-Llegamos veinte años después, en 1990, y convivimos muchos años con doña Sara Herrera [fallecida en 1997], particularmente a través de la amistad con su hijo Eugenio Aramburu.
-¿La viuda de Aramburu perdonó a los asesinos?
-No lo sé. Me quedo con la imagen de doña Sara, una bella combinación de dignidad y austeridad.
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