A 45 años del golpe: postales de una jornada dramática a la que no le alcanzaron las horas
Crónica de los instantes previos al derrocamiento de Isabel Perón, con la clase política movilizada para evitar una decisión que ya estaba tomada; la calle vivía agitada la antesala de uno de los momentos más oscuros de la historia
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El día en que iba a ser derrocada, María Estela Martínez de Perón se despertó agitada, tras pocas horas de sueño en la residencia de Olivos, y no se decidió a ir a la Casa Rosada hasta el mediodía. Los diarios del martes 23 de marzo de 1976 anunciaban la inminencia del fin de su mandato en un ambiente de debacle, sazonado por muertes violentas y negociaciones destinadas al fracaso.
Cuando, a las 12.25, el helicóptero presidencial se posó sobre la terraza de la Casa de Gobierno, los comandantes de las tres fuerzas armadas ya habían decidido que ese sería el ultimo día del gobierno constitucional. Estaba nublado, hacía 26 grados y empezaba una de las jornadas más dramáticas de la historia argentina.
La Presidenta –tailleur beige, blusa floreada y zapatos marrones– bajó a su despacho y pidió a sus colaboradores que la pusieran al tanto de la situación. Los ministros de Trabajo –Miguel Unamuno– y de Interior –Carlos Ares– no tenían más noticias que las que todos sabían.
El panorama: la policía había reprimido esa madrugada en La Plata un ataque en el que habían sido abatidos 14 personas de un grupo armado no identificado; un episodio confuso que elevó a 1799 la cifra oficial de muertos por atentados o enfrentamientos políticos desde la restauración democrática de 1973. En San Juan habían acribillado al jefe de la Policía Federal en la provincia. Y en Buenos Aires un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) había asesinado de un escopetazo a Atilio Santillán, secretario general de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA).
Los líderes políticos tramitaban contra reloj una reunión multipartidaria en la que acordarían una defensa de las instituciones y un plan para salir de la crisis social y económica. Las peleas sindicales calentaban más el ambiente. Nadie le dio a la Presidenta la respuesta que esperaba: ¿habría golpe de Estado?
Reunión con Videla, Massera y Agosti
Detrás de esa misión para salvar el gobierno estaba el ministro de Defensa, José Deheza, un hombre que llevaba 12 días en el cargo. Desde las 11, Deheza recibía en su despacho a los jefes de las Fuerzas Armadas: Jorge Videla (Ejército), Eduardo Massera (Armada) y Orlando Agosti (Aeronáutica).
El ministro casi les rogó que desmintieran que darían un golpe de Estado. Videla le recordó que no se habían cumplido los requerimientos de la cúpula militar: un cambio en la economía y terminar con la subversión y las protestas sindicales.
A las 13, los comandantes se retiraron del ministerio y Deheza se quedó sin respuesta. Corrió a Presidencia y relató la conversación.
Mientras la viuda de Juan Domingo Perón se retiraba a almorzar con Unamuno y el metalúrgico Lorenzo Miguel en el comedor de la Casa Rosada, el ambiente político vivía las horas finales del sueño democrático.
En el Congreso, los legisladores dejaban sus despachos con cajas llenas de papeles; a las tres de la tarde quedaban 27 diputados en el palacio. El secretario general de la CGT, Casildo Herreras, se tomó discretamente un catamarán a Uruguay. Un periodista que se lo cruzó en la otra orilla le preguntó: “¿Qué pasa en Buenos Aires, Herreras?” La respuesta saltó a la tapa de los diarios de la tarde y marcó el final instantáneo de una trayectoria política: “Ah, no sé: yo me borré”.
Las calles de Buenos Aires seguían en una convulsión que ya era costumbre. Ese día no hubo trenes.
La noticia de que había movimiento de tropas en distintos puntos del país hacía mas irrespirable el aire político.
La Casa de Gobierno empezaba a llenarse de legisladores, gobernadores y sindicalistas. Todos habían leído el titular de La Razón, que, desde las 16, inundaba las calles: “Todo esta dicho. El final es inminente”.
Antes de las 18, los comandantes dieron la orden de comenzar el operativo para tomar el poder. Faltaba saber dónde iba a ser detenida la Presidenta. Pero Deheza creía que tenía una oportunidad de evitar el golpe cuando volvió a reunirse con Videla, Massera y Agosti, a las 19.
Isabel esperaba en su despacho el éxito de la negociación.
Al anochecer, la multipartidaria alcanzaba un agónico comunicado en el que refirmaba “la vigencia de las instituciones de la República”, y el líder del Partido Intransigente, Oscar Alende, usaba un espacio en cadena nacional para dar un discurso trágico, en el que señaló: “Es el final de un ciclo”.
Apenas terminó su alocución, el Canal 7 -con relatos y comentarios de Oscar Gañete Blasco y Enrique Macaya Márquez, Mauro Viale y Marcelo Araujo- transmitió el partido en el que River le ganó por 2 a 1 a Portuguesa, de Venezuela, por la Copa Libertadores. Eran las 21.30.
Muchos porteños pagaron esa noche 14.000 pesos para ver en el cine un éxito del momento: “El gordo de América”, con Jorge Porcel.
Apuestas perdidas
Deheza terminó su reunión con los jefes militares a las 22.20. “Seguimos mañana”, le dijeron. Volvió a la Casa Rosada con la esperanza de haber comprado tiempo.
En la explanada de la calle Balcarce, la policía obligaba a retirarse a la Plaza de Mayo a unos 50 militantes peronistas, que gritaban: “¡Isabel, solución, contra toda la reacción!”.
Deheza explicó que había pactado otra reunión, y algunos pensaron que existía una posibilidad de salvar la continuidad democrática. El presidente del Partido Justicialista y gobernador de Chaco, Deolindo Felipe Bittel, dijo que había que festejar con champagne. Lorenzo Miguel se jactó ante periodistas que se apretujaban en busca de novedades: “Juéguense por nosotros. Pagamos dos con diez”.
A las 23, cuando Isabel levantó la sesión, un grupo comando intentaba copar la comisaría 2a. de Martínez: cinco muertos. La Marina tomaba el Palacio Pizzurno y el gobernador de Buenos Aires, Victorio Calabró, abandonaba su cargo.
Después, la cúpula militar recibió la información que esperaba: la Presidenta iría a dormir a Olivos.
A la 0.40 despegó en el Sikorsky de la Fuerza Aérea desde el techo de la Casa Rosada. Acompañaban a Isabel su secretario privado, Julio González; el edecán naval, Ernesto Diamante; el jefe de la custodia, Rafael Luisi, y el policía Mariano Troncoso. Hacía 18 grados y una suave brisa la obligó a acomodarse el cabello.
Los pilotos del helicóptero -oficiales de la Aeronáutica- tenían la orden de desviarse a Aeroparque.
Los esperaban el general José Villarreal, el contralmirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo, designados para la primera misión oficial del denominado Proceso de Reconstrucción Nacional.
“Hay un desperfecto. Tenemos que desviarnos”, dijo un piloto. A la 0.50, la nave bajó en la zona militar del Aeroparque y el jefe de la estación invitó a la Presidenta a su despacho. Un grupo de francotiradores seguía la escena a corta distancia.
Apenas entró en la sala, Villarreal le informó que estaba detenida y que las Fuerzas Armadas se harían cargo del gobierno. Isabel Perón intentó una tibia defensa, pero pronto se resignó a su destino de cárcel, al que cinco años más tarde sumaría el exilio, a la postre definitivo, en España.
El golpe estaba dado.
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Texto: Martín Rodríguez Yebra
Edición fotográfica: Juan Manuel Trenado
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