“Yo fui censista 2010″
Una de las chicas de OHLALÁ fue una de las encuestadoras que ayer participó del censo nacional y nos cuenta su experiencia
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- -¿Te tocó ser censista? ¡Qué garrón! - No me tocó. Soy censista voluntaria - Un embole...
Este diálogo se repitió tantas veces en los últimos días que, casi casi, termino por creerme que había cometido un grave error; que no iba a ser una gran experiencia; que asumir como una responsabilidad cívica esta tarea y ofrecerme a hacerla era más una locura que una buena decisión.
- - Yo no le voy a abrir la puerta al censista, me da miedo.
También escuché. Y pensé que por ahí me daba miedo a mí entrar a ciertas casas.
Preparados...
La semana pasada, después de leer (y estudiar) un manual de 98 páginas, fui durante cuatro horas uno de los veinte "censistas en potencia" que nos capacitamos en una escuela técnica de Salguero y Lavalle. Fui una de las 650.000 personas que en todo el país estábamos aprendiendo a identificar qué es un hogar (personas que comparten el techo y los gastos de alimentación), que practicamos cómo llenar correctamente los casilleros con lápiz para que el scanner después pueda leer las respuestas que volcamos en los formularios del Indec y también, de los que asimilamos con atención lo importante que era empezar por presentarnos y avisar que toda la información que íbamos a recibir era confidencial, para eso firmamos un pacto.
"Sean amables, gánense la confianza de la gente antes de preguntar", nos dijo Norma Conre, una docente jubilada que también nos contó que estaba feliz de participar nuevamente en un Censo (como ya hizo tantas veces mientras era maestra), esta vez como capacitadora y, de paso, ganarse unos pesitos.
La paga no era nada mala: los censistas ganamos $250 por nuestro trabajo. Los jefes de sección, $600. Y los capacitadotes, más de $3000 (con dedicación full time). El cobro, nos avisaron, va a estar disponible a fin de noviembre.
Listos...
Llegué a la escuela de mis hijos, sede de la sección en la que me iba a desempeñar, puntualmente a las 7.30. Recibimos el material (un bolsito lleno de planillas, un lápiz, goma, sacapunta y nuestras credenciales). Me alivió bastante enterarme (por escuchar una conversación ajena, lo confieso) que la chica que se sentó al lado mío tampoco había dormido bien anoche. Creí que era la única que podía ponerse nerviosa por semejante cosa. Nos dieron un plano señalando el segmento que tocaba a cada uno ¡y a la calle!
¡Ya!
No tuve suerte de principiante. La primera vecina de Almagro a la que intenté censar, de muy mal modo, me aclaró por el portero eléctrico que no contara con ella para esto. Pero después siguieron censados más amigables. Algunos me invitaron a pasar a sus casas. Conocí viviendas precarias y coquetos departamentos. Otros, prefirieron que los indagara en la calle (nada fácil hacer equilibrio en la tablita e intentar que salga una letra legible) y otros me habilitaron un pedacito de escalara del edificio o alguna mesa en el palier de entrada. Dentro o fuera de las viviendas, fui itinerante por universos lindantes pero completamente diferentes.
Me propuse aceptar, agradecidamente, todo lo que me convidaran. Tomé tres vasos de agua, dos mates con edulcorante, un poco de Tang de naranja, una gaseosa de las que no son bajas calorías y un café bastante aguado pero servido con muchísima hospitalidad.
No me quejo, pero me dio un poco de envidia cuando supe que a algunos de mis colegas les habían ofrecido comida casera y hasta fueron invitados a degustar chocolates.
Apenas empezada la mañana, la noticia del día dejó de ser el Censo 2010. Falleció Néstor Kirchner y el acontecimiento le imprimió otra temperatura a la jornada. En la mayoría de los hogares intentaron darme ellos la primicia (¡como si yo viniera de otro planeta y no de casas donde era de lo único que se hablaba!). Acto seguido me contaban cómo se habían enterado: que los llamó un hijo para avisarles, que los gritos de aquella vecina que salió a la calle a anunciarlo, que la tele o la radio. Encontré gente triste y gente contenta, como si se tratara del resultado de un partido de fútbol.
La pregunta que más inquietud causó fue es "¿Quién es considerado por ustedes el jefe o jefa de este hogar?". Cuando el jefe era un hombre, todo terminaba en la respuesta. Cuando era una mujer, venía necesariamente una explicación: "Porque es la que trabaja más o porque siempre fue ella las que llevó las riendas de la casa, al fin y al cabo".
Era un cuestionario corto (algunos rezongaron por eso -"¿por qué no aprovecharán la movida para saber más sobre nuestra salud o nuestra situación laboral?" "¿y los jubilados no tenemos que poner que somos jubilados?" -y otros agradecieron la rapidez del trámite- "regio, así me puedo ir comer una asado con mi hija, que ya la censaron").
- En términos generales, encontré más buena disposición que reticencia.
- Me sorprendió que muchísimas mamás no se acordaran de la fecha de nacimiento de sus hijos.
- Me conmovió adivinar orgullo en varios padres humildes, que ni habían terminado el primario, cuando respondían que sus hijos iban a la universidad.
- En una casa, se empeñó en contestar la encuesta una nena de seis años, compenetradísima con el momento histórico que protagonizaba. Me dijo que su papá no era argentino, porque había nacido en Tucumán, y se indignó bastante por no poder incluir a su perro entre los habitantes del hogar.
- Me tocó censar a alguna pareja gay y a muchas mujeres solas.
- A las 2 de la tarde ya había pasado por 34 viviendas y había censado a 38 hogares. Creí que ya terminaba la tarea pero vinieron unas cuantas horas más de burocracia, para poder darle coherencia a tantos datos, sacar algunas cuentas y entregar las planillas como nos enseñaron.
- Terminé mi primera jornada de censista a las 5 de la tarde.
- No fue un garrón. Ni un embole. No tuve miedo ni hubo tanto temor hacia mí como esperaba. Definitivamente, fue una gran experiencia, de ésas que le sirven a uno y a la vez aportan algo al resto.