Vinos y bodegas en una ruta de pueblos originarios
Los 30 km que unen Amaicha con Colalao del Valle sorprenden con nuevos emprendimientos vitivinícolas, en un circuito que combina arqueología y paisajes de altura
El enoturismo se hace cada vez más fuerte en provincias viñateras tradicionales como Mendoza y San Juan, y llega hasta el norte de la Patagonia, en Neuquén, y el NOA, sobre todo en Salta. Y ahora Tucumán también quiere sumarse a los caminos del vino.
Desde Tafí, hacia el Oeste, la ruta 307 va trepando en los 57 km de un camino de montaña hasta llegar a El Infiernillo, para aterrizar en la sequedad del valle envuelto por los bellos cerros calchaquíes. Al alcanzar Amaicha, Ignacio, el guía, anticipa una visita a la bodega de la comunidad, con cacique y todo. Imaginamos una construcción de adobe, pero sobre una lomada aparece la moderna estructura circular de concreto que en un par de meses estará lista para recibir a visitantes. Allí se podrán degustar Los Amaichas, los vinos de la bodega, y enfrente sumará una feria de artesanías del grupo originario.
"El sistema será rotativo, para que nadie quede afuera", aclara Eduardo Nieva, joven abogado y cacique de la comunidad diaguita, elegido en la última reunión del Consejo de Ancianos, que de jeans y camisa nos invita a un recorrido por el lugar. Mientras, relata cómo pasó de ser sólo un tomador casual a codearse con enólogos e ingenieros, hasta aprender a descubrir los secretos del terroir y las particularidades de los vinos de altura de la zona.
La bodega se suma a la Ruta del Vino tucumana, concentrada mayormente sobre los 30 kilómetros que unen Amaicha con Colalao del Valle, producto de la asociación de empresarios y productores agrupados en Vinos del Tucumán. Esta entidad ya integra 16 bodegas, algunas de las cuales dan ahora mismo los toques finales antes de su apertura. El proyecto se dirige a mostrar la permanente expansión de la industria, que con un sello propio invita a disfrutar de las particularidades de sus vinos de altura entre paisajes, comunidades originarias e importantes sitios arqueológicos.
Dentro de un circuito básico, especial para hacer en auto con mapa en mano (la señalización de la ruta está en pleno proceso), se puede llegar a diferentes sitios que reciben visitantes como Río de Arena, hotelito de campo, rústico, pero equipado, con Wi-Fi y TV, recomendable para hacer noche, darse un chapuzón a la mañana siguiente y de paso disfrutar de su cocina casera y los vinos de Roberto Carro, propietario y anfitrión.
Nada consigue cambiar la habitual quietud pueblerina del recorrido. Aunque se percibe alguna nerviosa actividad previa a una apertura, como en Albarossa, un coqueto enohotel boutique que una pareja de emprendedores italianos decidió instalar en los valles y que dirige el ingeniero nórdico Hoy. El rojo del edificio resalta bajo el sol en la brillante sequedad del lugar y desde su terraza se disfruta del bello paisaje vallisto de cerros y viñedos.
En algunos tramos el circuito depara amables toques, con visitas a pequeños emprendimientos como Finca La Silvia, donde Silvia Gramajo abre su casa y bajo una parra de la galería invita a degustar ricos tes o mates con postres caseros, como prólogo de una cata de sus vinos torrontés y malbec, que ya embotellados tapizan las paredes de la nueva cava bajo tierra, frente a la piscina y los viñedos.
A Luis Rolando Díaz, de antigua estirpe patera, tradición que continúa en su bodega de Altos La Ciénaga, es común encontrarlo al atardecer en la casa de su hermana Lucrecia en Colalao, donde la anfitriona brinda en el florido patio, algún refrigerio con tortillitas recién salidas de su parrilla y dulces caseros, antes de aprontar las copas para catar los vinos caseros de Luis, como el rico trivarietal que mereció el Racimo de Oro de ese concurso en Mendoza. A la salida y sobre la ladera de un cerro se avizora un caserío: es El Pichao, un poblado originario que no hay que dejar pasar.
La ruta 40 gira hacia el oeste donde los límites se desdibujan al tocar levemente la provincia de Catamarca en Fuerte Quemado hasta Santa María, luego de llegar a Colalao, desde donde se accede a la ciudad sagrada de los Quilmes y sus emocionantes ruinas, otra joya turística de la provincia.
Desde aquí, el camino los deposita en sitios a visitar como la moderna construcción de la bodega Posse, que desde hace unos años está en el mercado de alta gama con sus vinos, y sobre la ruta que enfila aquí ya derecho hacia Cafayate aparece el amarillo toque de la bodega Chicco Zossi, una de las pioneras de la provincia, que sigue con la tradición familiar y ofrece degustaciones en el lugar.
El broche de despedida lo da Arcas de Tolombón, cuyo exótico edificio no pasa inadvertido. La gran construcción, con dos altas columnas a la entrada, es la más importante de la provincia en producción de vinos, y en una visita por sus interiores se escuchará al ocasional guía contar la fantástica historia de las siete vacas, que dio lugar a la principal etiqueta de la casa.
Atardecer en los cerros de Tafí del Valle
Punto de partida o broche final del recorrido, según se lo encare, Tafí del Valle siempre es una buena parada en la hoja de ruta turística tucumana. Los 108 kilómetros que la separan de la capital se hacen en un par de horas y el recorrido combina vertiginosos cambios de paisajes que aparecen sobre la ruta, especialmente después de atravesar Yerba Buena, el exclusivo distrito tucumano, casi un satélite de la capital, con barrios cerrados, galerías y shoppings. Desde allí la ruta se sumerge en un panorama de cañaverales y plantaciones de cítricos hasta emprender suavemente el ascenso a la quebrada de Los Sosa, impactante Reserva Natural Provincial. Una gran cantidad de especies de animales se cobija dentro del intrincado esplendor de las yungas, plena de lapachos, laureles y jacarandás, donde acompañan la ruta que se va convirtiendo en una cornisa que se asoma en vertiginosas curvas cerradas al fondo de la quebrada, hasta llegar al Monumento al Indio, a 1100 metros sobre el nivel del mar. En unos kilómetros más aparece el espejo de agua del dique La Angostura, para abrirle paso al paisaje de aterciopelados cerros de Tafí. La encantadora villa recibe al visitante con su reconocido microclima que se suma a la placidez imperante, con ese aire rural a pocas cuadras del centro, en las viejas estancias, algunas jesuíticas, que hablan de tiempos coloniales y son parte de la historia del lugar, reflejada en el Museo de la Orden, como parte de una infaltable caminata para asomarse a sus interiores e imaginar cómo se vivía aquí en el siglo XVIII.
Las cabalgatas son uno de los programas más recomendados en Tafí, especialmente para recorrer los bellos paisajes apastelados del entorno con fulgurantes toques de amarillo. Los caballos se entrecruzan en las calles y se los puede ver descansando a la entrada de una confitería o un súper, esperando pacientemente a su jinete.
Los amantes de la pesca y los deportes náuticos también tendrán lo suyo en el gran espejo de agua de La Angostura, que duplica en sus aguas parte del paisaje tafiteño.
Mientras tanto, en los atardeceres, el centro se llena de turistas que deambulan por los negocios del circuito a la caza de alguna buena artesanía para llevar de recuerdo. No sin antes recorrer sitios donde probar quesos al estilo manchego, producto de bandera del lugar, para luego recalar en algún restaurante y comprobar las bondades de las famosas empanadas tucumanas, como infaltable entrada, ideal para combinarlas con vinos de altura de la provincia.
Recomendados
-En Tafí, Estancia Las Carreras. Como detenida en tiempos jesuíticos y entre majestuosos cerros, la estancia, a unos pocos minutos de Cachi, recibe visitas para sumergirse en un día de campo tradicional, un almuerzo con una excelente cocina o instalarse allí para disfrutar de la elegancia del exclusivo establecimiento rural.
-Hotel Waynay Killa. En un bello entorno y recién inaugurado, el impactante hotel equipado a todo confort, con una impronta ecológica a través de la energía sustentable que originan sus enormes pantallas solares, encargadas, luego del electroactivado de las aguas, de proveer del imprescindible servicio al gran edificio.
-Desde Colalao del Valle se emprende la subida hasta un sitio perdido en las soledades de un cerro para sumergirse en la apacible vida de las familias de la comunidad, famosa productora de dulces artesanales e imprescindible parada en el camino hacia las Ruinas de Condorhuasi, que perteneciera a la cultura Santamariana del Período Tardío (970-1470 d.C.) y cuyos vestigios aparecen en una corta caminata desde el poblado en construcciones defensivas, sistemas de cultivos y estructuras habitacionales.
-Ruinas de Quilmes. Uno de los más importantes asentamientos prehispánicos del país, ofrece en una visita una emocionante visión de lo que fue este poblado calchaquí que en el siglo XVII llegó a tener más de 10.000 habitantes. Entre otras construcciones a visitar está la ciudadela a 1850 m de altura y dos fortalezas en las crestas de la montaña. En la falda del cerro se encuentra la zona residencial con cerca de cien unidades habitacionales. Desde el Museo de Sitio se puede seguir el circuito más aconsejable para recorrerlas.