Valles de altura y verdes sorprendentes, la otra Catamarca
Hacia el este de la capital, entre el rumor del agua y las cumbres nevadas surgen villas de clima agradable, gente hospitalaria, folklore y paisajes de postal
Hay otra Catamarca, a contrapelo del estereotipo de esta provincia, el de los paisajes áridos y la clásica postal de la iglesia de fachada blanca detrás de los cerros mate. Es una Catamarca de verdes, que comienza a unos 30 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca, la capital, donde se despliegan, entre los valles centrales, las villas veraniegas.
Pero antes, caminar por la ciudad -como se llama por aquí a la capital, sobre todo por las calles que rodean la plaza 25 de Mayo, diseño de Carlos Thays, con desniveles, escalinatas, lapachos, jacarandás, tipas, un algarrobo y hasta un retoño del pino de San Lorenzo- es un placer. Más aún cuando cae la noche y se instalan las mesitas de los bares en las veredas, con vista a la fachada rosa de la catedral. Es hora de misa y parecería que no falta nadie. La iglesia, abierta en 1869, pero concluida en 1875, está colmada. Sus techos son una obra de arte, literalmente, con las telas pintadas de Orlando Orlandi, que recrean la historia de la Virgen del Valle, cuya imagen aparece detrás del altar. Y allí, entre los laicos, está Rina Quiroga, muy mayor y de andar encorvado, que hasta hace poco era la única persona autorizada en vestir y cuidar esta imagen: una talla de madera, de 42 centímetros de alto y tez morena aceitunada, sin rasgos raciales definidos, hallada por un aborigen, entre 1619 y 1620, en la Gruta de Choya.
A unos 7 km de la capital, una galería comercial da la bienvenida a esta gruta con puestos de rosquetes y gaznates (una masa levemente anisada rellena con dulce de leche), nueces y cerezas confitadas, aceitunas, alfajores que se deshacen en la boca y un vino de uva chinche de Tinogasta, aromatizado con frambuesa, que Ricardo Nassin, un puestero, sirve en un vaso pequeño y bien frío para combatir el calor que se hace sentir. En las laderas de la gruta, donde hay una réplica de la imagen original, se suman patentes de autos, maquetas de casas, escarpines, chupetes y fotos de todos las tamaños y épocas a modo de agradecimientos o pedidos. El altar de piedra tiene una pequeña sacristía al lado. Todo es sencillo, al aire libre, con un centenar de asientos y donde la fe de este pueblo no pasa inadvertida.
Flores silvestres y guitarreada
Las nubes dibujan sus caprichosas sombras en las laderas de la sierra de Ancasti, mientras la capital va quedando atrás. Son cuatro km por la ruta provincial 4 hasta llegar al Centro de Interpretación de Pueblo Perdido de la Quebrada. Desde allí, 150 metros por un sendero de tierra en el que sólo se escucha al río El Tala y que culmina en una pequeña explanada, donde están los vestigios de la plaza, las viviendas, y áreas de pastoreo y rituales; unas 40 construcciones de piedra y adobe que no superan el metro de alto, estudiadas desde 1991 por científicos de la Universidad Nacional de Catamarca. Los cardones, ahí nomás, obligan a elevar la vista. Son altos, imponentes. Algunos tienen más de 300 años y 10 metros de alto. "No se sabe bien por qué este sitio fue abandonado, pero se dice que cuando llegaron los primeros encomenderos españoles hallaron en una de las habitaciones un cráneo de un aborigen orientado hacia la puerta. Tal vez fue dejado allí, en esa posición, en forma simbólica, como diciendo nos fuimos, pero aún seguimos vigilando", cuenta la catamarqueña Cristina Capilla, nuestra guía.
Es hora de volver a la ruta 4. Espera El Rodeo, la villa veraniega por excelencia de la provincia, entre algarrobos, talas y nogales, a 1260 metros sobre el nivel del mar y a 40 km de la capital. Un pequeño oasis, como todas estas villas, con un microclima muy agradable y 7 grados menos que en la capital. El Rodeo está en un breve valle de altura y en enero último fue sacudido por un alud que trajo lodo, piedras enormes y muertes, en un hecho tan descomunal como infrecuente en esta zona. Sin embargo, Niquixao, como lo llamaban los aborígenes (en quechua, Pueblo de niebla), con esfuerzo se recupera y está operativo desde lo turístico. Claro, como todo pueblo, El Rodeo tiene su casa de hadas o, mejor dicho, la Casa de Chicha, que abrió en 1963 y es simpática por donde se la mire, rodeada de flores y cerros verdes, en lo alto del valle de Ambato. En su galería, con techo de cañas, se sirven empanadas de carne y vino tinto regional, y por un sendero se llega hasta el río Los Nogales, uno de los cuatro (todos de vertiente) que recorren el pueblo. Es casi una obviedad decir que sentarse en una de las rocas para ver escurrir las aguas, entre el trinar de los pájaros, es la tentación incontenible de todos.
Los 17 kilómetros que separan El Rodeo de Las Juntas son un suspiro, por lo breve del trayecto y lo lindo del paisaje. Las Juntas está un poco más alto que su vecino: a 1550 metros, y se extiende junto al río homónimo, sobre el faldeo oriental de las sierras de Ambato. Basta poner un pie en tierra para entender que aquí las agujas del reloj se mueven a otro ritmo o, mejor dicho, no se mueven. A eso vienen los turistas en busca de este pueblito manso, de 700 habitantes, en un angosto valle con vistas magníficas.
Gabriela Ávila, incansable gestora cultural del municipio, nos habla de las fiestas del pueblo, como el Concurso Provincial de Caballos Peruanos de Paso, del que participan más de un centenar de animales, y del Festival Provincial del Membrillo, que va por su edición N° 43 y empezó tímidamente como una cita informal, en la que se tocaba guitarra y cantaba entre amigos. "Se hacía en un corral, frente a la casa de don Chucho Salman, el gran impulsor de la fiesta. Un personaje capaz de convocar a Margarita Palacios, Jorge Cafrune y Los Chalchaleros. Mucho folklore, comidas típicas y recibimiento con dulce de membrillo con nuez, porque esta zona es nogalera por excelencia", explica Gabriela.
El encuentro se realiza ahora en el Complejo Cultural Las Juntas, para 3000 personas y orgullo local. Lo que no cambió es la pasión por el folklore. Por eso no extraña que en las Cabañas Municipales, cada tanto, casi espontáneamente, se arme una guitarreada como la que se armó, animada por Rolando Vega, que toca al bandoneón de oído y como los dioses, acompañado en guitarra y bombo por dos de sus trece hijos, Ennio (28) y Bryant (17). Y entre vino tinto y empanadas de carne, cortadas a cuchillo con huevo y cebolla de verdeo, se sumaron Gabriela Ávila, también cantora y de las buenas, y Cristina, nuestra guía, que bailó e hizo bailar zambas y chacareras a casi todos, bailarines y no tanto, porque aquí el folklore se vive haciéndolo.
Pero no es cuestión de trasnochar. Mañana, temprano, espera Piedras Blancas, a 15 km del pueblo. Mientras la camioneta 4x4 trepa por el camino de cornisa y tierra arcillosa, en medio de un silencio encantador, un par de cóndores planea allá arriba, posa para la foto y alimenta un proyecto del intendente Jorge Herrera, amante de los caballos y corredor de motocross: comenzar a explotar ese espectáculo único con miradores y guías especializados.
Piedras Blancas tiene unos 150 habitantes, escuela primaria -de lunes a viernes también es casa de sus 50 alumnos-, destacamento policial con un solo efectivo, cancha de fútbol alambrada y campanario, desde donde "el cura, que cada tanto llega desde Ambato, llama a los vecinos a misa", cuenta Mauro, chofer de la camioneta, criado en este pueblo. Pero lo que más impacta es el escenario: montañas verdes que dejan ver, a lo lejos, en las laderas, las terrazas de cultivos de la antigua cultura Aguada. Un poco más allá, los Nevados del Aconquija, con sus mantos blancos eternos.
La Silleta
A La Silleta, a 15 kilómetros de Las Juntas, se llega en camionetas de doble tracción, cuatriciclos, caballos o a pie, para los más entrenados, como Verónica, catamarqueña, y Francisco, de San Felipe, Chile, a quienes cruzamos allá arriba en un ascenso que puede llevar más de tres horas y alcanza los 2200 metros. En camioneta la subida demanda una hora y media, y no está libre de sacudones, sobre todo cuando se transita, literalmente, sobre grandes rocas. Y no faltan los caballos, mulares, vacas y toros echados en medio del camino. Pero vale la pena: el destino final es un antiguo puesto rural de piedra y techo de chapa, que parece tocarse con las nubes y es el punto de encuentro de las vacas y toros que todos los años participan de una particular fiesta de doma, en el pueblo. Es el momento de obturar sin parar: a los lejos, una zona llana y verde parece un campo de golf, rodeado de montañas, mientras que las margaritas silvestres dan el toque justo de blancos y amarillos.
Pesca de truchas en los tres ríos del pueblo, Las Juntas, La Salvia y Las Trancas, servidas al roquefort, al limón o al escabeche; sus postres y dulces de membrillo o pera, el cayote en fibra con queso y nuez; los pinares, las cabalgatas, el trekking, los safaris fotográficos y las esperadas noches frescas de verano. Las Juntas es todo eso, además de algunos planes en el horizonte: desde un hotel 5 estrellas y la instalación de una aerosilla hasta uno más ambicioso, la construcción de un dique. Pero su fuerte es y seguirá siendo su paisaje, y su gente, amable, hospitalaria y... cantora.
Datos útiles
Cómo llegar. En avión de Buenos Aires a San Fernando del Valle de Catamarca, desde $ 2870, con tasas e impuestos incluidos. En ómnibus, desde $ 650.
Dónde hospedarse. La capital. Hotel Ancasti. Habitación doble, $ 681. Incluye desayuno, Wi-Fi, TV cable, cochera, sauna y piscina climatizada (www.hotelancasti.com.ar).
El Rodeo. Hostería La Casa de Chicha. Habitación doble, con desayuno, $ 395. lacasadechicha@gmail.com
Las Juntas. Cabañas municipales. Para dos personas, $ 395, incluye desayuno, TV cable, Wi-Fi, ropa blanca y heladera. www.complejolasjuntas.com.ar
Estrenos. Casa de la Puna. Inaugurada en julio último está en una réplica de un templo incaico, en adobe y piedra. Talleres de telares rústicos, venta de productos típicos y comidas regionales. Av. Recalde, esq. Padre Dagostino. (0383)-4437438.
Museo de la Ciudad Casa Caravati. Abrió en octubre último en un edificio de 1875, en el que se realizó una tarea de puesta en valor. Para conocer el patrimonio histórico, religioso y plástico de la ciudad. En la planta alta, el Museo de Arte Contemporáneo y parte de la Pinacoteca Municipal. Además, librería y cafetería. Av. Virgen del Valle, esq. Gral Roca. (0383) 4455308.
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