Una pócima mágica para sanar
Sofi,
Un placer leerte, como siempre. ¡Y qué fotos tan espectaculares!
En tu post me preguntas cuántos hombres conocí que se sienten presionados para casarse, o que son considerados como un "trofeo final", que hay que exhibir y "pulir" para que se perfeccionen.
Muchos.
Escuché historias de mujeres convencidas de que al fin su novio llegaría con la pregunta anhelada "porque me invitó a comer a un lugar romántico y ya hace años estamos juntos."
Pero nada. Falsa alarma. "Entonces voy a tener que ser más directa y presionarlo."
En fin. Todas tus reflexiones me dejaron pensando y recordando. ¿Cómo fue mi experiencia?
En mi caso la propuesta llegó una noche, en el balcón de alguno de los tantos lugares en los que viví, cuando de la nada el cielo se iluminó con increíbles fuegos artificiales. No era fin de año, nadie había ganado algo importante en algún torneo de fútbol...... simplemente aparecieron, alucinantes. Entonces él, inspirado por ese regalo casual de algún señor adinerado del barrio, me miró y deslizó la pregunta. No la esperaba, no la necesitaba, no la imaginaba, y sin embargo tardé medio segundo en contestar que sí.
Ahora me da la sensación de que la relación duró lo mismo que esos fuegos artificiales. Y que únicamente se trató de eso: algo que te maravilla por unos segundos, pero después sólo deja olor a quemado.
Hoy me doy cuenta que no hay fórmulas, que ninguna determinada acción previa deriva en un resultado certero. Mi propuesta fue muy romántica, espontánea y sentida, pero vino con garantía vencida. Y quizás la chica que presionó a su novio ya esté casada y duren para toda la vida, quién sabe...... Personalmente jamás forzaría nada ni a nadie. No está en mi esencia. Pero bueno, cada ser humano es distinto, y así son los caminos hacia ese lugar que se llama "ser feliz": diversos.
Es increíble, ya pasaron más de tres semanas desde mi viaje a Tierra del Fuego. La verdad, tengo días muy malos y otros buenos. Por algún motivo esperaba que esa travesía, volar esos 6000 km para enfrentar a mi ex y rescatar mis cosas, funcione como una pócima mágica de sanación. Eh... no estaría resultando así precisamente. Por un lado lo único que quiero es dormir, llorar y mirar series; y después, cuando me pongo a cocinar me invade un deseo intenso de poder compartir la comida con alguien que ame y me ame por igual. Esto último es lo que quiero, sin dudas.
Momento ideal para que escuches este tema:
Hay algo que me gustaría contarte que me pasó después del viaje, algo que me impactó y me "rescató" de un tirón en uno de esos días de bajón. Es una historia mínima.
Yo estaba volviendo del trabajo. Llovía. Era una de esas lluvias finitas, casi imperceptibles; esas que de pronto te encuentran empapada y con un fresco que te cala los huesos. Sentía el peso de mi ropa mojada y de mi pésimo estado de ánimo. Iba con la cabeza baja por la calle paralela a las vías, con mi nudo en la garganta y la sensación de cargar un elefante a cuestas. A unos metros divisé a una señora grande, una viejita podría decirse. Llevaba una bolsa de super, el pelo plateado lacio y por los hombros. A lo lejos se veía prolija, una señora común. De pronto frenó su marcha y se quedó parada, justo al lado de un poste, mirando al piso. Con la punta de su pie derecho empezó a frotar la baldosa. Con movimientos cortitos y mecánicos, su zapato iba para atrás y para adelante; y ella seguía con la mirada clavada en el suelo. En un segundo levantó la vista y siguió caminando hasta cruzarnos.
Entonces la miré y la vi. No era una mujer normal, era una mujer indigente y triste. En sus ojos pesaba el dolor y la soledad. O al menos así lo percibí yo, como los flashes de la vida que te muestran en la película Corre Lola corre.
Sin pensarlo dos veces, me acerqué al poste para ver qué había en el suelo. Lo que se veía era una chapita plateada fundida en el piso. En seguida me di cuenta: la viejita había estado frotando la baldosa para ver si era una moneda; me largué a llorar como una nena. Quería salir corriendo a buscarla y abrazarla.
Esta experiencia la compartí hace unos días por primera vez con José. Le conté que lloraba por ella y por todos, por darme cuenta de las historias que pesan en este mundo, por sentir de manera intensa lo solas que están algunas personas, por la pobreza y el abandono. Y le conté que por otro lado, cuando llegué a casa, tenía la sensación de ser una mujer con suerte, a pesar de todo, a pesar de un matrimonio roto, de tener que trabajar el triple para pagar un techo, a pesar de los sueños no concretados y que a veces me parecen inalcanzables.
"Lo que me pasó fue que....", le dije. "Que pudiste poner las cosas en perspectiva.", completó él. "Sí, exactamente eso".
"A veces necesitamos abrir los ojos, salir de nuestro centro, para darnos cuenta de todo lo bueno que tenemos y ver de qué forma podemos ayudar al prójimo, a los que necesitan tanto en todos los sentidos." (Palabras aproximadas de José).
Gracias a esta historia mínima entendí que sí, que el viaje fue bueno para comenzar a cerrar una etapa, pero que también sirvió para ver con claridad otras cosas: que pude viajar, que había cosas mías que rescatar porque tengo una historia, que tengo amigos y familia que fueron y son incondicionales en el proceso, y que tuve un techo al cual volver.
Y que, aunque no sea todavía con un hombre que ame y me ame, tengo personas que me quieren y con quienes puedo compartir mi comida y momentos inolvidables.
Te quiero,
Cari
P.D: Hermanita, te extraño mucho. Quisiera tenerte cerca para ver cómo crece mi sobri en tu pancita.
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