Tras las pistas de detectives famosos
Los detectives son guías informales de turismo. Inicialmente lo hacían en folletines o libros en papel. Luego, en películas y series de TV que duran años. Ahora le agregan tours virtuales y apps para teléfonos inteligentes.
La mayoría están profundamente identificados con las ciudades de sus andanzas, transmiten estilos de vida poco comunes, y saben comer y tomar. Son más interesantes que el caso policial en sí mismo y establecen una relación tan amigable con sus lectores que eclipsan a los propios autores. Incluso los sobreviven.
Le pasó a sir Conan Doyle (1859-1930). La casa de Sherlock Holmes en el 221B de Baker Street de Londres no existió, pero le siguen sus pasos y el correo tuvo que reconocerla por la cantidad de cartas que le llegaban. La misma dirección usó en su homenaje el Dr. House. La estación Baker Street del Tube (subte) tiene azulejos que repiten su pipa y su gorra con una estatua de tres metros. Y los muchos actores que lo interpretan, de Basil Rathbone a Robert Downey Jr., repiten su E lemental Watson...
Lo mismo sucedió con Hércules Poirot con el Pera Palas construido en 1892 para los pasajeros del tren Orient Express. La cadena hotelera Jumeirah de Dubai lo restauró y es una gran atracción en Estambul. Allí se alojo Kemal Ataturk, creador de la moderna Turquía, y celebridades de la realeza y el espectáculo, pero el cuarto 411 es el que despierta más interés porque allí escribió Agatha Christie (1890-1976). Una vez se cansó y mató a Poirot. Y el New York Times, el 6 de agosto de 1975, le dedicó su primera necrológica a un personaje imaginario. Es tan inmortal como Sherlock y en el hotel se puede pedir un té fuerte (Koyu cay) en lugar de café para imaginar sus huellas mientras buscaba soluciones con sus células grises.
La fusión con los ambientes que podemos recorrer personalmente continúa en París con el commissaire Jules Maigret, del belga George Simenon (1903-1989). Sabemos que tenía su despacho en el 36 del Quai des Orfèvres y solía ir a tomar una cerveza a la Brasserie Dauphine. Su comprensión ante la fragilidad y el dolor humano no le hacía faltar el placer por la buena comida y el Calvados, mientras le anticipaba a su mujer que iba a llegar tarde a su casa del 132 del bulevar Richard Lenoir cerca de la Bastilla. Los episodios en Eurochannel siguen siendo una invitación a volver a vivir en aquella Europa del siglo pasado.
En Venecia tenemos otro buen orientador de viajeros, el commissario Guido Brunetti, imaginado por la norteamericana Donna Leon radicada en la Sereníssima. En esta ciudad mágica con 15 millones de visitantes por año hay pocos habitantes permanentes, no más de 60 mil. Uno es el imaginario policía que vive en la calle Tiepolo del barrio de Cannaregio, cerca del Gran Canal, y va a la Questura en San Marco en vaporetto, el colectivo del agua. La primera de sus novelas, en 1992, fue Mue rte en La Fenice, y en las 22 que la siguieron nos permite compartir la vida de un personaje de familia, amante del arte que lo rodea, y que sabe y disfruta de comer y beber. Por eso tiene un libro de recetas y también un itinerario para un tour personal siguiendo la Marca de Agua de la que habló el poeta ruso Joseph Brodsky, premio Nobel de 1987.
En el placer de vivir con los cinco sentidos llegamos a Barcelona de la mano de Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003). Personalidad tan rica que dijo que era "periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé (hincha del Barcelona) y prolífico en general". Es el creador de Pepe Carvalho, que vivía en el barrio del Raval, que fue cambiando tanto, pero sin perder su fisonomía multicultural. Se lo puede evocar siguiendo la ruta en las Ramblas en el Mercado de la Boquería y el Bar Pinocho, del que era habitué. Un consejo: preguntar por la fuente de Canaletes, porque un dicho popular asegura que es la contraseña para volver a Barcelona, como la de Trevi, en Roma.
Manuel Vázquez de Montalbán murió en Tailandia en 2003, donde lo había llevado la novela Los pájaros de Bangkok. Porque en esta clase de detectives, la seducción por los viajes no se limita a su propia ciudad. Son fantasías globalizadas.
Lo confirman otras historias de autores vivos como Henning Mankell, creador de la saga que protagoniza Wallander, nacido en Suecia, que pasa medio año en la pequeña Ystad y el resto en Maputo, la capital de Mozambique, donde dirige teatro. O Petros Markaris, griego nacido en Turquía y traductor del Fausto, de Goethe que ubica la peripecia personal y familiar del comisario Kostas Jaritos en la Atenas de nuestros días.
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