Tarot: Dos de copas, el arcano menor que nos invita al romance
Uno de los arcanos menores del Tarot, el Dos de copas, es el deseado por cualquier persona que no está en pareja y quiere estarlo; se vincula con uno de los cuatro elementos plasmados en las cartas: la emocionalidad
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Los arcanos menores están integrados por cuatro elementos: la energía (bastos), la emocionalidad (copas), la mente (espadas) y la autorrealización (oros). Dentro del elemento agua (las copas) hay una carta que es la más deseada por casi cualquier consultante que está sin pareja y quiere tenerla: el Dos de copas.
Silvina Pizarro, tarotista terapéutica y estudiosa de la obra de Jung, nos propone este tema y deja en claro que el abordaje terapéutico de las cartas no es adivinatorio. Si esta carta aparece en una sesión lo que nos está comunicando es que las posibilidades de materializar una pareja son reales y concretas. Pero esta “concreción” siempre dependerá del trabajo interno del o la consultante.
A lo largo de la historia de la humanidad fue y es la pregunta infinita: ¿Qué es el amor? Pizarro dice: “Todos los maestros espirituales insisten en que los humanos poseemos una fuerza vital que nos acompaña siempre. Es la inteligencia amorosa del milagro de la vida que nos permite, por ejemplo, respirar sin que se lo pidamos al cuerpo”. Y agrega: “Eso que la vida nos ofrece ‘de regalo cada día’ es lo que el maestro espiritual Echkart Tolle llama ‘el amor que le pertenece a la vida’”.
Ese amor no tiene polaridad. Hay otros tipos de amores que sí requieren de la polaridad para materializarse. En el libro El arte de amar, de Erich Fromm, el autor señala que para que el romance entre dos seres humanos sea posible se tiene que encender la complementariedad de los polos opuestos. De esta complementariedad nos habla justamente esta carta, el dos de copas: la unión amorosa entre la energía femenina y la masculina.
El terreno de lo femenino es el alma, el inconsciente, la intuición y el eros. El de lo masculino, la mente consciente, voluntaria y activa. Esto quiere decir que en lo femenino se halla el misterio (inconsciente), la emoción (el eros) y lo intuitivo (el alma); mientras que lo masculino es el pensamiento, la voluntad y la acción. Si resumimos ambos, la receptividad y la conquista.
Ambos principios (el femenino y el masculino) son los dos polos de la energía (negativa y positiva) que le pertenece al reino de la naturaleza. Tal como lo plantea el terapeuta Carl Jung, no hay un masculino y un femenino: son la energía de la que estamos hechos en tanto hijos de la madre tierra y, por tanto, del Universo.
Para que se produzca un romance, siguiendo las palabras de la investigadora junguiana Sallie Nichols, tenemos que recuperar el principio femenino por tanto tiempo abandonado, algo que beneficiaría a ambos sexos.
Según opina Pizarro, en la actualidad, cuando el dominio de lo masculino es predominante, esta polaridad fértil del romance se encuentra amenazada. “Los hombres se enamoran distinto a como lo hacen las mujeres y, si pudiéramos incorporar el lado femenino a lo social, intuyo que el amor de pareja germinaría cual fruto natural de la tierra”.
Dice que, en términos prácticos, el hombre precisa “cazar”. Para esto, la fantasía surge cuando aquello que desea es justamente lo que defina al deseo: lo que no está. Es en ese “intento de conquista” que “su objeto” se convierte en una película imaginaria embriagante.
La mujer, en cambio -mandato de por medio- lo “necesita”. Agrega que hemos intentado cambiar este paradigma. “Si bien una mujer ya no necesita a un hombre para considerarse íntegra, sí aún lleva en sus genes la información ancestral de siglos de “naciste para casarte” lo cual produce que, en líneas generales, en vez de nutrir su costal natural de fémina, se haya masculinizado. Ella conquista al que ama ser el conquistador. La polaridad no se realiza. No se fecunda el romance”.
Propone que si, en cambio, las mujeres recuperamos nuestro poder “natural” (la emoción, la intuición, la receptividad) la polaridad encendería fuego. Hay que dejarlo a él que planifique “el mapa de la conquista” pues en esa fantasía ella se convierte en su pensamiento iluminado. Para esto, se recomienda trabajar el merecimiento, le infinita seducción de lo que lleva trabajo develar, la tibieza de esa particularidad tan de la mujer de comprender la irracionalidad del sentir. Al fin y al cabo, el premio será de ambos: esa cuestión trascendente que solo el buen amor produce en los corazones”.
Pero, si no nos enseñaron a amarnos y a confiar en nosotros mismos, ¿cómo aprenderlo?
“Iniciar una terapia que nos permita conocer aquellas aristas fecundas y luminosas de nosotros mismos siempre será una muy buena opción”, dice. Para personas que no son afines a la terapia, Pizarro acerca estos ejercicios:
- Atender al diálogo interno: ¿Cómo me hablo a mí mismo? Diferentes corrientes de la salud mental/emocional lo confirman: lo que decido pensar crea mi destino. Decidir nuestro diálogo interno es nuestro principal libre albedrío. Los pensamientos generan emociones y las emociones producen que “leamos” la realidad de un modo fundante o de un modo destructivo.
- Escribir en un cuaderno todo aquello que busco en un compañero/a, dejándose llevar por la imaginación creativa, sin filtros. Luego, dejar ese manuscrito reposar un par de días para luego leerlo con la siguiente pregunta interna: ¿Qué de lo que le pido al otro yo mismo/a lo tengo?
- Trabajar mi autoimagen: qué ropa me sienta bien, qué olores resultan agradables en mi piel. Reforzar los rasgos que nos gustan de nosotros mismos siempre es infinitamente reconfortante.
Silvina Pizarro en IG: @silvinapizarrotarot
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