Superpoderosas. Siete mujeres que descubrieron su fortaleza con la maternidad
Siete mujeres descubrieron una fortaleza propia ligada a la experiencia maternal. Te contamos sus historias, que inspiran para asumir nuestro propio poder. Todas tenemos uno (o varios).
AGUSTINA ROBIC
- Mamá perseverante
- Su superpoder: esperar sin perder las esperanzas. Le diagnosticaron una enfermedad en el útero por la que no podía quedar embarazada. Junto con su marido, iniciaron los tratamientos de fertilidad a la vez que trámites de adopción y todo sucedió de una manera muy especial.
Agustina y su marido querían ser padres jóvenes, por lo que a los 31 años empezaron a buscar un bebé. Luego de varios test negativos, los estudios médicos le diagnosticaron una enfermedad en el útero llamada endometriosis grado 4 y adenomiosis: "Iba a tener varios problemas para ser mamá". Les aconsejaron recurrir a tratamientos de FIV (fertilización in vitro) y no lo dudaron ni un instante: "Ser papás era nuestro gran sueño así que fuimos a por él". La búsqueda biológica fue a la par de la búsqueda de adopción. Sin embargo, los golpes no tardaron en llegar: "Los especialistas comenzaron a decir que yo no iba a poder tener hijos, y los juzgados nos hablaban de diez años de espera para adoptar". Pasó por seis tratamientos en tres años: "Mi enfermedad empeoraba con cada tratamiento, lo cual me llevaba a operaciones, estar postrada en una cama durante 20 días al mes, con dolores terribles, sumado al dolor en el alma con cada nuevo test negativo y pérdida de embarazo". Cuanto más duro se ponía el camino, Agustina más pensaba que "todo eso no podía ser en vano, no podía ser que después de tanto dolor, el resultado fuera nada".
"El camino fue muy duro, pareció imposible por momentos, pero fue el que me llevó a mis tres milagros, y no lo cambio por nada. Cada lágrima que me llevó hasta ellos lo vale".
Pero sufrir era inevitable: "Salía y veía embarazadas por todos lados", dice. En ese momento, no imaginaba el milagro que la esperaba. Intentó de todo: "Medicinas alternativas, reiki, acupuntura, sanaciones de útero, videntes, ir a ver al padre tal, visitar a la Virgen tal". Incluso consiguió ir a pedirle por su sueño hasta al mismísimo Papa: "El 4 de noviembre de 2015 a las 12 a. m., viví uno de los momentos más sagrados de mi vida. Pude estrechar mis manos con el Papa y, con una mirada, decirle que vine a esta vida para ser madre, que por favor me ayudara". Exactamente el mismo día, un año después, se produjo el milagro: "El quirófano estaba ya reservado para nuestro sexto tratamiento a las 12 a. m., en el que me iban a transferir un embrión". Mientras entraba, sonó el teléfono y junto con su marido se enteraron de que eran padres adoptivos de dos hermanitos. "Entre lágrimas, el útero explotado de hormonas y el corazón rebalsado de felicidad e incertidumbre, el medico nos miró y nos preguntó: ‘¿Transferimos?’, y dijimos: ‘¡Claro que sí!’". Así fue que llegó su tercera hija. Tres hijos en un mismo instante: Dylan (7), Martina (5) y Berenice (3). "Muchos pueden decir coincidencia, suerte, destino..., pero para nosotros siempre va a ser nuestro milagro personal".
DELFIN ROLDÁN
- Mamá integradora
- Su superpoder: integrar. Es mamá de tres chicos, Olivia (7), Félix (6) y Cruz (3). Su hija mayor nació con una parálisis facial e hipoacusia y Delfina remarca la importancia de la integración.
Su primera hija, Olivia, nació con una parálisis facial y con hipoacusia. A los dos años la operaron para ponerle implantes cocleares que le permiten escuchar, aunque no puede apropiarse de los sonidos, por lo que se comunica a través de lenguaje de señas. A su vez, debe compensar su falta de equilibrio con un caminador. Esos rasgos son lo que se ve de Olivia cuando se la conoce de lejos. Si se la integra, en cambio, puede descubrirse mucho más. "Integrar tiene que ver con mirar al otro y pensar de qué manera puedo jugar con esa persona. El juego es una gran herramienta para romper esa barrera, ver qué intereses tiene para poder charlar con él y acercarme. Preguntarse, ¿qué le gustaría?, ¿de qué manera se puede sumar a mi juego?", señala Delfina, que hasta hace unos años ejercía como maestra jardinera. "La gente a veces tiene miedo o no sabe cómo acercarse, pero la interacción es necesaria para que cualquier persona se desarrolle al 100% y pueda sacar lo mejor de sí misma", explica. "Es muy lindo y emocionante cuando los amigos o familiares normalizan situaciones como invitarla a Oli a jugar a la casa, cuando se sientan a jugar con ella o alguien nos visita con alguna sorpresa o un juego que armó pensando en ella", dice. En la familia, todos aprendieron el lenguaje de señas para poder comunicarse de la mejor manera con Oli, "incluso los abuelos y los tíos", cuenta. Para Delfina, cuando tenés un hijo con una discapacidad, lo más importante es vivir el día a día y no ponerse constantes metas a futuro, ya que "la prioridad es que ellos sean felices". "Oli podría hacer muchas más terapias, pero para mí es tan importante que haga eso como que juegue con sus hermanos, con sus primos y que vaya a los cumpleaños de sus compañeros", comparte.
"Para que la integración sea buena, uno tiene que poder mirar al otro y entender cuál es la mejor manera para relacionarse con él, tenga alguna dificultad o no".
Lo más difícil, confiesa, "es cuando alguien se burla", pero ella tiene muy claro que "como padre uno tiene que estar abierto a recibir esos comentarios y tratar de explicar de manera tal que la otra persona lo entienda". Aunque a veces ciertas preguntas o la forma en que se califica con palabras la lastimen, Delfina se mantiene fuerte: "Los padres de hijos que tienen alguna dificultad tenemos que ser los principales agentes de voz para educar a los otros, para que se empiece a integrar de forma más natural".
AGUSTINA LYNCH
- Mamá narradora
- Su superpoder: creó un cuento para ayudar a sus hijos a dormir. El libro fue best seller y le mostró su nueva pasión.
Cuando fue mamá por tercera vez, Agus dejó la profesión de abogada para dedicarse a sus hijos. Al menor le costaba dormirse, "cada noche, era una hora o dos para lograrlo", recuerda. Con su marido, habían probado todos los métodos y nada funcionaba. "Un día empecé a contarle el cuento de la vaca Paca que se subía a su hamaca y que, de a poco, se le iba durmiendo cada parte del cuerpo", cuenta, y asegura que él se durmió en quince minutos. Al día siguiente, volvió a probar: "¡quince minutos!", sintió que hacía magia. Entonces, se sentó a escribirlo y lo compartió con sus hermanas: "Una me llamó y me dijo: ‘Mi hijo se acaba de dormir escuchando el cuento’". Pensó que su texto podría convertirse en un libro que ayudara a otros padres con el sueño de los chicos: fue un best seller inmediato. Al poco tiempo, escribió La vaca y la espinaca, al ver que a sus hijos les costaba animarse a probar comidas nuevas. ¿Su secreto? "Creo personajes que se asemejen a ellos, como la vaca Paca, que solo come fideos y no quiere probar nada", dice. Hoy es contadora de cuentos y, desde que empezó la cuarentena, lo hace cada día a las 11 a. m.: "Es mi granito de arena para ayudarlos a distraerse por un rato". Mientras hace los vivos, sus hijos están en los meet del colegio: "Es raro que me vean, pero cada tanto se escapan para sumarse al ritual".
ROMINA MAURO
- Mamá resiliente
- Su superpoder: la fortaleza. Se curó de cáncer a los 20 años y su fertilidad siempre estuvo en duda. Hoy espera a su segundo hijo.
"Cuando me diagnosticaron un linfoma de Hodking, mi mundo se derrumbó: estaba enferma y era posible que no pudiera tener hijos", confiesa. Su oncóloga prometió cuidarla, pero sabía que la quimioterapia y los rayos podían hacer estragos en su fertilidad. "Gracias a mi familia, mi marido, mis amigos y los médicos que tuve, nunca bajé los brazos", y logró curarse. A los 29, quedó embarazada y nació Tiziana (6), pero cuando quiso buscar otro hijo, fue a ver a eminencias en fertilidad y todos le decían que la quimio y los rayos habían matado todos sus óvulos. (Casi) no había chances de quedar en forma natural ya que su capacidad ovulatoria era del 0,1%. "Un doctor llegó a decirme: ‘Si quedás embarazada, escribimos un libro porque sería un milagro’", recuerda. Cuatro años pasaron, y Romina nunca perdió la fe en esa mínima posibilidad: "Buscaba notas que hablaran de alguien a quien le hubiera pasado lo mismo y eso me ayudaba a seguir teniendo fe". En abril de este año las dos rayitas mágicas aparecieron en su test, era su segundo hijo, un varón que nacerá entre diciembre y enero de 2021. "Conocí una realidad que solo conocés si te pasa de cerca: sin salud no tenemos nada, y con salud tenemos todo. El resto, si lo deseás mucho, llega".
SOFÍA CALCATERRA
- Mamá cocinera consciente
- Su superpoder: alimentar de manera consciente y natural a su hijo, Cruz (18 meses).
Hace nueve años, Sofía inició un camino hacia una alimentación más natural y comenzó su formación como coach de nutrición y salud. Con el nacimiento de Cruz, todo lo que venía llevando a la práctica se potenció: "Él me obliga, desde el ejemplo, a llevar una alimentación aún más consciente". Dejó su trabajo en el ámbito corporativo y empezó a explorar, aprender y estudiar sobre la nutrición infantil, con la convicción de que "el paladar se educa desde temprano": "Es muy difícil que, luego de años de comer galletitas, jugos industriales o hamburguesas, podamos hacer que disfruten de comer una fruta como desayuno, pasas de uva como snack o legumbres, si nunca las probaron antes". Por eso se enfocó en hacer recetas adaptadas a su hijo: encontró sustitutos para los ultraprocesados, reemplazó las galletitas industriales por snacks saludables, hace manteca de maní casera y para cocinar usa ghee. Eliminó los fideos de supermercado y preparan jugo de manzana casero con las cáscaras que van quedando de la fruta. Aunque todavía Cruz no lo comprenda, su mamá está convencida de estar sembrando una semilla: "Valorar el alimento, entender de dónde viene y conectarse con el poder curativo que tiene creo que hará que él viva más conectado con el universo en el futuro".
DANIELA GALLO
- Mamá y maestra
- Su superpoder: acompañar el homeschooling de sus hijos (Lucas, de 15, y Clara, de 12) y darles clases a sus alumnos de 3 años.
Cuando llegó el aislamiento, empezaron a lloverle mails de la escuela de sus hijos con miles de tareas, pero a Daniela se le sumó una nueva modalidad de educación para otros 18 chicos, sus alumnos del jardín. Tuvo que aprender a editar videos, a descargar música y, sobre todo, a mantener el interés de sus pequeños alumnos frente a la cámara: "Cuando terminaban las primeras clases virtuales, quedaba como si hubiera corrido un maratón". Recuerda esos días como "caóticos": "Grababa videos a cualquier hora, les explicaba matemáticas a las 20 a mis hijos, saltaba de las témperas a pagar las facturas de la casa". Con el correr del tiempo, su familia se convirtió en un verdadero equipo: "Me levanto antes que ellos y aprovecho la mañana para trabajar. Al mediodía, los despierto, almorzamos y empiezan con sus rutinas. Si tengo clase, me encierro en mi habitación". A veces, son sus propios hijos quienes la filman: "Se fastidian cuando hacemos la misma toma diez veces", bromea. Compensa los días de mucho trabajo con una película juntos, su comida favorita o pidiendo helado, pero sobre todo, contándoles lo que hace con sus alumnos: "Así todo cobra sentido, porque siento que este es mi aporte a esta situación y eso me da orgullo y motivación".
CECI ACUÑA
- Mamá mono-marental
- Su superpoder: ser el único sostén emocional y económico de su hija, Lucía (7).
Desde hace siete años, Cecilia tiene un trabajo que adora y que siente como el más difícil de su vida. Su hija es, sin duda, lo mejor que le pasó, "lo más alegre y hermoso" y su compañera para siempre, pero asegura que no es fácil criar en soledad. "La vida de madre e hija muchas veces se romantiza con imágenes de chicas que todas las noches bailan y cantan saltando en un sillón", dice. Si bien a veces disfrutan de esas escenas felices y tantas otras, admite que vive en una agenda sin fin, en el tironeo entre ser madre, profesional, ama de casa y, si alcanza, lograr una hora de soledad para descomprimir la demanda. Nunca olvidará lo que sintió la primera noche juntas: "Las dos llorábamos. De miedo, tristeza, alegría, incertidumbre y de dolor en las tetas lastimadas", evoca. Si se olvidaba el agua en la cocina, caminaba arrastrando los pies para que no le dolieran tanto los puntos de la cesárea. A la beba, la rodeaba de almohadones: "No había alguien que se quedara a cuidarla ni que pudiera traerme el agua".
"El desafío de criar sola es superar la ausencia de una tercera persona que represente lo mismo que yo para mi hija, que también sea su referente de cuidado, confianza, amor y seguridad".
Cuenta con el apoyo incondicional y amoroso de su familia ("me salva", confiesa), aunque sabe que es el único sostén emocional y económico de su hija: "Mientras hago el presupuesto del mes y me angustio porque no llego al día veinte, ella me pregunta: ‘¿Ma, por qué tenés que trabajar tanto?’". Si bien prefiere que las decisiones sobre la crianza sean suyas y agradece no discutirlas con nadie, sabe que las preocupaciones tampoco se comparten: "No hay otro adulto con la misma autoridad con quien pelotear ideas o a quien preguntarle si hice bien enojándome por algo". No le gusta que le digan que es valiente: "Lo cierto es que tuve que convertirme en esta versión de mí, obligada por la soledad y por una sociedad que te halaga para invisibilizarte, que te dice que sos una leona pero no ve tu necesidad de compañía y consuelo", opina. Para Cecilia, si tuviera un superpoder como madre que cría sola, sería: "Ser capaz de atender todos los frentes con una sonrisa sincera, sin colapsar, porque me siento la responsable de armar una vida feliz para mi hija y para mí". •
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