Sorpresa
Me gusta que me sorprendan.
Sí, lo digo en un sentido amplio, pero sobre todo en un sentido pequeño, acotado.
Quiero decir, cualquier acto de buena humanidad puede sorprenderte si estás instalado en el asombro, si tenés la capacidad de reconocer la maravilla debajo de lo obvio.
Pero cuando digo que me gustan las sorpresas no estoy tan embebida de esa conciencia, lo digo desde el sentido común, como lo diría mi hija de 6 años.
Me gusta que me sorprendan con un gesto, con palabras, con un desayuno, con cualquier forma de la que pueda vestirse un regalo.
Ah, no, no crean que me mandé este preámbulo por el Día de los Enamorados. Este año me abstengo de hablar de ese día, toda mi opinión al respecto se resume en: bienvenida cualquier excusa para festejar, agasajarnos, sorprendernos.
Tengo en mi haber, en mi historial, dos sorpresas dignas de ser mencionadas en este blog.
Las sorpresas de mi mamá.
Me siento grandota (por no decir como diría mi progenitor masculino, huevo... grandota) cuando escribo "mi mamá". Por lo menos no tiro "mamá" sin en el posesivo.
La primera sorpresa, la que más recuerdo, aquella que caló más hondo: una carta.
Ya me han leído en varias oportunidades diciendo que mi madre no es ni un poquito todo lo sentimental, ni un poquito todo lo palabrera que yo sí soy. Madre es una mujer ariana, pragmática, resolutiva, concreta, expresiva, sí, también, gordita, mi amor, te quiero mucho, que sueñes con los angelitos, incluso la recuerdo queriendo besuquearme y yo, adolescente, sacándomela de encima...
Pero en aquella carta evidentemente se revelaba algo que no conocía de ella.
Me recuerdo en el toilette del pasillo del departamento de Juramento 2021, no me pregunten por qué me había metido en el baño para leer aquello. Me recuerdo en el toilette en uno de los primeros días del año. Ah, sí madre estaba inaugurando ese año algo que luego repetiría todos o casi todos los comienzos de años. En ese entonces había optado por una carta en papel, escrita a máquina, maquina electrónica, cuando todavía no existían las computadoras, no las hogareñas.
Lo propiamente sorpresivo de aquella misiva era el tono. Se abría una suerte de espacio interdimensional, de comunicación consciente entre madre y yo, que yo hasta ese momento desconocía. Madre se detenía a decirme a mi hermano y a mí (la carta era para ambos), se detenía a poner en palabras lo importante, a explicitar lo que no se decía a diario.
Todo lo que yo sí escribo, frecuentemente, acá.
(Juegos de contraste entre un hija y su madre).
Acaso esa carta fue mi primera referencia de un texto sensible, real, visceral, de una madre a sus hijos, qué pena no haberlo conservado.
Doy vueltas preguntándome qué diría, ¿que me quería mucho? ¿habrá reconocido algún error como madre?
No recuerdo mucho su desarrollo, sí recuerdo que para mí el gesto fue a todas luces sorpresivo.
Otra sorpresa de mi madre que merece ser contada... Yo ya estaba definitivamente grandota. Tendría unos 23 años. En teoría ya no vivía con ella, vivía en casa de mi padre (padres se habían separado), pero una serie de infortunios, una cadena de malos tragos -una separación, quedarme sin trabajo, etcétera- hicieron que necesitara volver a aquel nido.
Y sí, estaba grandota, sin dudas, pero cuánto me alegraban, cuánto me alegraron esas mañanas sus pequeñas notas.
Madre se iba temprano al trabajo y cuando yo bajaba a la cocina a prepararme el desayuno, me encontraba con unos cartelitos, improvisados, en los que ella me decía "buen día gordita, en la heladera tenés tal cosa...". Generalmente me indicaba algo que ella sabía a mí me gustaba y por supuesto agregaba un "te quiero mucho".
Ah, para muchos el gesto será una tontería pero para mí está en el ranking de los más luminosos de mi vida.
A aquellos cartelitos se le sumó en esa mi época otra linda sorpresa, técnicamente no sorpresiva. La cuento porque no puedo evitar el recuerdo, me vino en combo.
Nos recuerdo a las dos en su cuarto y de repente escucho que dice: "vos necesitas irte una semana afuera, un viaje, unas vacaciones".
Ya dije que estaba sin trabajo, y la situación de madre no era holgada (mujer separada) pero tampoco tan justa, porque después de aquella primera ocurrencia, agregó: "vamos a hacer una vaquita, le pedimos un poco a Lidia, otro poco a tu papá, y yo te doy otro tanto. Y te vas una semana a tal lugar (me dijo que me fuera a Itaparica)".
Aquel viaje fue para mí un antes y un después en mi vida.
Ah... No puedo creer haber llegado tan lejos, en recuerdos, habiéndome propuesto no hacer sino un preámbulo para contarles mi idea.
Ah, sí, toda esta revisión no tenía sino un norte.
Y ahora después de aquel nostálgico paseo ese norte queda chico.
No creo que mi sorpresa tenga un impacto similar al que tuvieron aquellos pequeños gestos de mi progenitora.
Cuán lejos podemos llegar con algunos pequeños actos... Sinceros, sentidos, desprovistos de cursilería. Cuán lejos, cuán lejos.
El caso es que vengo disfrutando a más no poder de estas dos semanas sin hijas en casa. Un tiempo tan necesario, tan aconsejable, debería ser obligatorio para todos los padres, pero (¿pero o por lo tanto?) desde hace unos días empecé a sentir las ganas de hacer algo, chiquito, mínimo para que al momento de hijas entrar al departamento se sientan sorprendidas.
¿Qué les parece mi cartel? ¡Me siento una niña!
¡Y bueno! ¿Pero saben qué extrañé estos días? Extrañé esas chiquiteces que suelo hacer con ellas (el cartelito para el cumple, la cartita para el Ratón Perez... ), las hacemos juntas, echadas en el suelo, nos peleamos por la plasticola, chiquiteces que a ellas, por suerte, les encantan y todavía las sorprenden. Ojalá les guste.
También aproveché para comprarle a Lupe su primera mochila de primer grado. Mochila con rueditas, estaba de super oferta.
Y mañana le compraré a China una cartuchera nueva.
¿Les gustan a ustedes las sorpresas? ¿Cómo les gusta ser sorprendidas? ¿Son de sorprender a otros, a sus hijos, a sus parejas?
PD: Para escribirme por privado o por seminario de marzo de "Un cuerpo que dicta", me encuentran en FB. ¡Que tengan un muy buen fin de semana!