Son madre e hija, escaparon de la guerra de Ucrania y, tras dos meses de espera, se reencontraron con su familia en Argentina
Debido a la guerra que se desató en su país, migraron a Argentina y gracias a Amnistía Internacional lograron refugiarse en el país
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“Vivo en Argentina hace siete años. Me escapé como refugiada en 2015, cuando allá empezó este conflicto. No es que empezó de golpe ahora”, señala Alla Shaforostova, que nació y se crió en Odesa. Debido a su trabajo se mudó a Dnipropetrovsk (hoy Dnepr), pero recorría toda Ucrania como supervisora de una cadena de supermercados. En sus visitas veía que la situación se ponía cada vez más peligrosa.
Una noche se topó con un soldado en el camino y lo que vio la llevó a dejar su país. Viajó a Argentina, donde vivía su prima hacía veinte años, junto con sus hijas Larisa y Hanna, y su nieto Illia. Pero al tiempo, Larisa regresó a Ucrania para reunirse con su marido, mientras su hijo quedaba en el país, a cargo de la abuela.
Huir de la guerra
Larisa vivía con su marido en Odesa. Ella trabajaba en una tienda de ropa de bebé y él como constructor. Hace cuatro años tuvieron a Sofía, que conoció a la abuela Alla por videollamada. Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero, ambos perdieron su trabajo y todo se empezó a complicar. “Los primeros días había toque de queda. Un día Larisa volvía a la casa y empezó a sonar una alarma muy fuerte. Ella estaba sola en la calle, no sabía dónde estaba el búnker y fue corriendo al departamento. Me llamó a mí para pedir ayuda, porque estaba muy asustada y no sabía qué hacer. Ahí se dio cuenta de que había una situación grave que ella ya no podía soportar”, explica Alla y confiesa que hasta que su hija no le envió los videos de los bombardeos, no lo podía creer.
Su madre empezó a tocar puertas y pedir ayuda por todos lado. Después de tres semanas, gracias a la ayuda de Amnistía Internacional, Larisa y Sofía consiguieron un tren a Rumania. Pero su marido, al ser hombre menor de sesenta años, no pudo dejar el país. Tan solo con una mochila y lo puesto, las dos emprendieron una odisea de varios días para poder escapar. Luego de dos noches de espera, ya que las filas para los trenes que dejaban el país eran interminables, Larisa y Sofía pudieron subir al tren. Entre el estrés, el miedo y la poca comida, la nena se desmayó. Las bajaron del tren y las llevaron a un hospital, donde pasaron la noche. Recién al cuarto intento pudieron salir de Ucrania.
“Salieron con el tren hasta un río y cruzaron con un barco. Así llegaron a Rumania. Ahí los recibieron los voluntarios de Amnistía Internacional. En Bucarest primero estuvieron en un centro de refugiados, con otras cien familias y luego las pasaron a un hotel. Pidieron los papeles en la embajada de Ucrania. También salió con ellas el cuñado de Larisa que tiene diecisiete años y en agosto lo iban a mandar a la guerra”, relata Alla.
En la embajada pusieron la foto de Sofía en el pasaporte de Larisa y un permiso para que pudiera viajar, pero al chico dijeron que no lo podían ayudar. Entonces, nuevamente Alla recurrió a tocar puertas y fue en la embajada Argentina en Rumania, donde lograron sacar un certificado de viaje de la Cruz Roja y así viajar los tres a la Argentina, después de dos meses de espera.
El reencuentro
“¡Por fin llegamos! Tanto tiempo esperando: en Rumania, Ucrania, cincuenta horas de viaje y acá estamos”, exclamó Larisa al ver a su madre en el aeropuerto, aliviada de volver a ver a su familia y a su hijo mayor. “Tenía muchas ganas de venir antes y no podía. La guerra hizo que ellos vinieran y yo los extrañaba mucho. La distancia fue muy larga”, agrega.
Alla las fue a buscar al aeropuerto, junto con los voluntarios de Aminstía. Al verlas, corrió a abrazarlas. Era la primera vez que veía a su nieta en persona. Sofía, abrumada por el viaje, los cambios y tantas personas en su recibimiento, se sentó en el piso. “No sabía qué hacer, hasta que me acerqué y la levanté. Ilia, su hermano, la abrazó, pero ella no entendía lo por qué pasaba todo eso”, cuenta la abuela.
A un mes de su llegada, Sofía ya empezó en un jardín de infantes estatal para, de a poco, familiarizarse con la lengua. Extraña mucho a su papá y no entiende por qué él no la puede llamar. “A veces no hay luz, otras no tiene posibilidad de hablar. Siempre que no recibimos noticias no sabemos qué pensar: si está sin luz o sin vida. A Sofía le dijimos que hay guerra y que él se fue a defender, pero no le decimos en qué peligro está”, explican. La nena aún tiene pesadillas con las alarmas y los bombardeos.
Larisa trabaja con Alla, en “Tu buena modista”, el negocio de costura que ella tiene en el Barrio Chino. Pronto comenzará clases de español, ya que no maneja el idioma. No quiere volver a Ucrania y espera que algún día su marido, que hoy está al frente de batalla, pueda venir a Argentina. Cada vez que logran conectarse por videollamada, Larisa vuelve a respirar. Pero la angustia continuará hasta que termine la guerra y puedan encontrarse.
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