Sexo: ama al prójimo ¿como a ti mismo?
Nuestro filósofo analiza qué implicaciones tiene la frase bíblica en nuestras relaciones de pareja
Hay frases con historia. Frases que, repetidas como mantras, parecen condensar ideas y regir prácticas, conductas y, sobre todo, ideales. Frases así pueden ser acusadas de reduccionismo, de simplificación y hasta de banalización de conceptos más complejos, pero también pueden ser disparadores que inicien una problematización. Así, lo que parece un dogma puede transformarse en todo lo contrario: una invitación a la apertura.
Es lo que sucede con la frase bíblica "ama a tu prójimo como a ti mismo". Repetida dogmáticamente, pierde toda su riqueza y su principal tensión: ¿tiene sentido poner el amor en el plano de la obligación? Parecería que el amor por el prójimo debería surgir espontáneamente para que tuviese algún tipo de valor, ya que si la entrega al otro fuera un mandato de ley, la naturaleza misma del amor se perdería. Hay un punto donde el amor se expresa más que en la prioridad del otro, en el despojamiento de lo propio. Por eso, si este movimiento de retracción en función del otro se da a partir de una orden, se vuelve contradictorio: los acuerdos se cumplen siempre en defensa de los intereses propios. O desde un punto de vista más emocional: ¿a quién le gustaría que lo amaran por obligación?
Hacia un plano ético
Evidentemente, en el mandato hay otro propósito que –como sostiene el filósofo André Comte-Sponville– busca desde la moral relacionarse con el otro "como si" lo amáramos para que por lo menos la proyección de un amor aparente sostenga por un tiempo los pilares del orden social: uno ama a poca gente (los íntimos), pero si nos comportáramos en la vida como si amáramos a muchos (el prójimo), todo funcionaría un poco mejor.
El desplazamiento de la frase desde el plano del amor hasta el plano ético nos trae un segundo problema: la inversión de la causalidad. De nuevo, parecería pensarse que el criterio para amar al prójimo es el amor por uno mismo, pero los límites o excesos del autoamor ponen en cuestión el sentido mismo de la máxima. ¿No debería ser al revés y darle prioridad al otro? El mandato parece perder su propósito al tomar como modelo justamente aquello que el amor busca resquebrajar: la hegemonía del yo. Así como nos amamos a nosotros mismos, así tendríamos que amar al prójimo, con el único impedimento de que todo amor por uno mismo en realidad niega al otro. O sea, niega el amor. Solo una concepción fragmentaria del yo podría romper esta contradicción, en tanto que el amor por uno mismo sea siempre amor por los "diferentes otros" que siempre estamos siendo.
¿Quién es el prójimo?
Pero tal vez el problema central tenga que ver con la misma idea de prójimo. "Prójimo" viene de "próximo". El prójimo es el cercano, el que, no siendo un propio, sin embargo puede ser abordado y aceptado ya que su diferencia no molesta, no provoca zozobra. En realidad, el prójimo supone la aceptación previa de un plano común a partir del cual es aceptado. Por eso, el problema no se resuelve, ya que el amor en tanto entrega, como sostiene Nietzsche, no tiene que ver con lo cercano sino con lo lejano. No tiene que ver con lo tolerable sino con lo que escapa a toda racionalidad y sin embargo se lo recibe. El amor como hospitalidad no mide ni distancias ni semejanzas. No mide. Ama. Se pelea con sí mismo para amar, no al próximo sino al extraño. A ese extraño que también es uno mismo. •
¿Qué te parece este análisis? ¿Sos de cuestionar tu forma de amar? ¿Cómo definís vos el amor? Leé otras reflexiones sobre nuestros modos de amar: Simone de Beauvoir: La mujer rota y Sexo: Miss Stalker, ¿cuánto investigás antes de tu primera cita?
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