Semana Santa: José Ignacio y sus lugares exclusivos para descubrir
Es el pueblo costero más chic de Uruguay; si te hacés una escapada, te acercamos estos recomendados que no te podés perder
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El pueblo costero más chic de Uruguay -y del cono sur- empezó a crecer como tal en 1920, donde el agua potable llegaba a caballo. Se cree que el nombre José Ignacio es un homenaje a uno de sus primeros pobladores en 1763. Debido al gran número de naufragios que había en las costas rocosas cercanas a José Ignacio, en 1877 se terminó de construir un faro de 32 metros y medio de altura que dio el nombre oficial del poblado: Faro de José Ignacio.
Recién hace 20 años empezó a convertirse en el balneario exclusivo que es hoy y poco a poco crece y aspira a abrir sus puertas al turismo todo el año. Este adorable lugar es reconocido por sus extensas playas vírgenes, paisaje ondulante, increíbles puestas de sol, y su estilo bohemio descontracturado, emplazado a tan solo 20 kilómetros al noreste de Punta del Este.
Pero ¿qué tiene de especial este pueblo de pescadores, con calles de arena y ripio? Pareciera que son sus habitantes cosmopolitas y su deseo de crear un lugar de disfrute y glamour en un lugar recóndito: el resultado es un pueblo que mira al mar lleno de bodegas exclusivas y sustentables, restaurantes para festejar noches eternas de verano, casas de diseño en madera, chapa y hormigón y locales de productos manufacturados con ese Je ne sais quoi (no sé qué) encantador.
Estos habitantes que formaron el lugar que se conoce hoy, llegaron de casualidad hace cerca de 20 años y quisieron quedarse. En un mundo que va a mil por hora y se mueve en masa, José ignacio nos invita a detener el tiempo, a contemplar atardeceres, a tomar un baño de mar y a poner en valor los oficios, aquello que es único, que se hace con las manos como antes y, por sobre todo, la belleza de lo simple.
Lo clásico por recorrer
Un lugar para contemplar la belleza del lugar es el hotel Bahía Vik, que significa Bahía en sueco. Este hotel está unos metros antes de José Ignacio y justamente ofrece una vista única a la playa, en primera línea del mar. Sus habitaciones amplias miran a la playa o al jardín, con tres piscinas alucinantes para relajarse a toda hora. Bahia Vik abarca diez acres (4 hectáreas) de dunas en Playa Mansa, en José Ignacio, mirando hacia el oeste con una vista privilegiada a través del Océano Atlántico Sur y Playa Mansa hacia Punta del Este.
Entre el edificio principal de Bahía Vik y su colección de bungalows de playa cuentan con 49 habitaciones. Cada uno de los bungalows se caracteriza por su exterior diferente y exclusivo, interiores decorados con obras de arte y estar emplazados en las dunas de las playas de José Ignacio. El diseño de Bahía Vik se enfocó en minimizar la necesidad de uso energético mediante la maximización de los recursos naturales para calefacción, refrigeración y ventilación. Además, el hotel ofrece actividades como yoga, caminatas, gimnasio y todos los amenities para tener una estancia inolvidable. Su restaurante de playa, La Susana, de madera y sin ventanas es el escenario de los mejores Sunsets del pueblo, donde ofrecen cocina mediterránea con productos orgánicos y cócteles refrescantes. También es un lugar ideal para escuchar el silencio del mar por la noche y el mejor ambiente todo el día, se puede ir aunque no sea huésped del hotel.
Otras de las maravillas uruguayas es la Bodega Garzón, uno de los techos verdes más importantes de Latinoamérica. Una bodega familiar hecha con la última tecnología, totalmente sustentable y con obras de arte en su interior impoluto. También tiene un restaurante exquisito, comandado por el chef Francis Mallman y visitas por el viñedo con catas de vinos. Si bien está en las afueras de José Ignacio, en el pueblo de Garzón, vale la pena hacer la escapada.
Si de lugares mágicos se trata, comer en Marismo es una experiencia inigualable. El restaurante tiene 20 años y fue fundado por el chef Federico Desseno. “El primer invierno que me quedé en José Ignacio fue una prueba, al poco tiempo sabía que quería vivir ahí y me enfoqué en ahorrar para comprar una tierra, años después con la ayuda de mi padre pude lograrlo y así fue como compré el lugar donde hoy está mi casa Marismo”, dice su creador.
El restaurante con cocina abierta, piso de arena y con mesas alrededor del fuego es uno de los lugares más elegidos para vivir el espíritu del lugar, un poco hippie y muy gourmet. “Mi identidad es trabajar, hacer las cosas con pasión y dar lo mejor de mí. No soy amigo de lo inmediato, creo en los procesos lentos pero seguros, los que requieren de esfuerzos lindos, me gusta pensar que cada día que paso hice lo que quise hacer con el mismo amor que voy a encarar lo que voy a hacer mañana”, agrega.
Otro que no puede faltar a la hora de comer bien es la Huella, con una vista privilegiada de la playa brava de José Ignacio, Es un restaurante de playa, pero en clave divertida y romántica. Ya es un clásico.
Lo nuevo para descubrir
Edda Koffler es una austríaca que llegó hace dos años a las costas de Uruguay y se enamoró a primera vista: “El cielo naranja de este lugar no se ve en Europa”. Inspirada por los atardeceres que se ven en la Playa Mansa, Edda creó junto a toda su familia la Posada Ayana, un lugar hecho de piedra, hormigón, mármol y madera con vista al mar desde las terrazas.
Con una decoración exquisita, moderna en sus líneas simples y paredes hormigonadas, pero con la calidez de los tonos rosa, naranja y la madera. Los muebles de la posada son de los años 60 y en cada habitación hay un guiño al arte sudamericano, especialmente pintores y escritores uruguayos y del cine argentino y del mundo. Una escalera caracol con la letra de Stairway to heaven lleva a un mirador con dos sillones para mirar el espectacular cielo esteño.
En línea con su pasión por la colorimetría del paisaje, reservó un espacio de la posada para la obra del norteamericano James Turrel, emplazada en un domo que utiliza la luz del lugar y que está abierta al público, pero no a las redes, ya que el artista pidió que no se tomen fotografías, “No le hacen justicia, para conocerlo hay que vivir la experiencia”, dice Edda.
Entre los más jóvenes y más singulares está Solera. El emprendimiento de la sommelier Soledad Bassini, una uruguaya que junto con su marido pusieron el lugar con sus propias manos. Solera es un lugar despojado, con lucecitas bajas y lleno de botellas de vino y barricas. Tienen una tienda, también, por lo que se puede ir a comer, a tomar una copa o por un vino. Uno de los lugares más chill de José Ignacio que invita a aprender más sobre los buenos vinos del país.
Compras con onda y para toda la vida
Gonzalo Massa es un uruguayo amante de los viajes y del buen vivir que, también, quiso materializar su camino andado con Mutate, un concept store que comenzó con sus camisas de lino cortadas a mano y terminó con muebles antiguos, joyas traídas de mercados de pulgas de todo el mundo, diseño de autor, libros de viaje y decoración, una colección de relojes y detalles que todo curioso puede pasar horas mirando. Vanguardista y lleno de diseño de autor Mutate es el lugar donde se atesoran todos los accesorios que queremos conservar.
Paula Martini también llegó hace 20 años al lugar más tranquilo y decidió quedarse junto a toda su familia y aportar su granito de arena con su atelier Bajo el Alma. La tienda vende los diseños de Paula, pero con los materiales más nobles del mercado, lana de alpaca, lino, y tinturas hechas a mano. Las prendas llegan en colores neutros y en el taller las tiñen de forma natural, en piletas y las secan a la sombra. Las prendas son cálidas, de calidad y hechas una a una como se hacían antes.
Cruzando la ruta en camino desde la playa, dos argentinos decidieron ponerle libros al lugar, porque para los amantes de la playa no podía faltar el libro y el café, y el resultado fue Rizoma. Un rizoma es un tallo que sigue dando frutos y esta es la esencia de la librería del bosque, ya que además de libros se enraíza un taller de cerámica, un café y un pequeño hotel de 4 habitaciones. Todo gira entorno a la librería de madera, con su interior lleno de colores de los lomos de los libros. Otro lugar donde el tiempo se detiene.
Otra argentina instalada en José Ignacio es la arquitecta Julia Garay, dueña de Monoccino, una tienda conceptual con prendas únicas de diseño, objetos de decoración y bazar y la posibilidad de comprar mobiliario de diseño traído de todo el mundo. Julia en sus viajes encuentra lo mejor de cada lugar, como alfombras danesas sintéticas, portuguesas hechas con corcho y otros detalles increíbles para vestir la casa mientras busca la armonía entre belleza y funcionalidad.
Tras varios años de ser una tienda dedicada en la venta de objetos de diseño, con una curaduría especial de productos importados, Monoccino dio el gran salto hacia un modelo inspirador: un Estudio para el desarrollo de Proyectos y Consultoría, donde se involucran tres procesos fundamentales que se conectan y constituyen un proyecto global de interiorismo, un verdadero Hub de diseño.
Actividades y pasatiempos
Otro de los pasatiempos más lindos para contemplar la naturaleza en este lugar es una práctica de yoga con Mica Pichniy, también conocida en las redes como @yoguilover.
“Disfruto enseñar y compartir herramientas que, con un compromiso y práctica diaria, nos pueden cambiar la forma de vivir, de expresarse e interactuar con un otro, con mayor empatía, escucha, presencia y amor”.
Sus clases son una mezcla de vinyasa, Hatha y ashtanga, dinámicas que invitan a desafiar el cuerpo y ser conscientes de la respiración y cada movimiento sin olvidarnos de la importancia del descanso y la meditación. Sus clases grupales en José Ignacio son en The Shack, y privadas en toda la zona.
También se puede practicar Kitesurfing, Paddle surfing y también aprender a leer el viento para maniobrar embarcaciones, unas de las actividades preferidas que enseñan en la escuela A Pura Vela.
Y como broche de oro de este lugar mágico, hace doce años que el pueblo tiene su propio festival de cine, el JIFF. Surgió en 2011 como propuesta cultural en la temporada de verano. “Sentíamos que las propuestas eran playa, fiestas y no mucho más”, explica Fionna Pitaluga, alma mater del festival quién siempre quiso hacer un festival bajo las estrellas del José Ignacio.
Luego, con sus socios eligieron la bajada de pescadores, lugar que quedó como emblema. Actualmente trabajan en la edición número 13, otro desafío luego de años de pandemia donde se hizo en autocine y en Vik. El festival tiene una selección de largometrajes internacionales con estrenos en Uruguay y el jurado es el público.
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