Rumania, con sangre latina
Hasta la puerta misma del vampiro más famoso, para conocer un país alegre, ruidoso y muy poco visitado de los Balcanes, que sorprende con iglesias rusas, mezquitas, fortalezas medievales y soberbios palacios franceses
BUCAREST.- No muchos países pueden darse el lujo de conservar en perfecto estado una mezcla muy particular de la cultura ortodoxa, europa y turca. Uno de esos países es Rumania, un paraíso poco conocido de los Balcanes donde conviven alegremente iglesias rusas, castillos y fortalezas medievales, mezquitas y soberbios palacios franceses.
Aunque los rumanos presumen de sus orígenes romanos, ya que fue el emperador Trajano quien conquistó parte de estas tierras en 107, la Rumania moderna tiene más que ver con la influencia de los turcos, que dominaron el país hasta 1875; la fuerte presencia de la Iglesia Ortodoxa Rumana y la llegada de los Hohenzollern, los príncipes alemanes que gobernaron Rumania desde el fin del dominio otomano e intentaron europeizar el país. Tal vez por eso Bucarest parece cualquier capital alemana, hasta que uno se encuentra con sus ruidosos y alegres habitantes, que bien podrían ser italianos, turcos o porteños. Esta mezcla de aspecto europeo y carácter latino es una de las cosas que vuelve a Rumania más encantadora.
La primera parada obligada es Bucarest, capital a la que el primer rey del país, Carol I, convirtió en una réplica de París. Allí hay inmensos bulevares que cruzan el río Dambovita, parques que podrían competir con el Bois de Boulogne, un portentoso palacio real, un edificio faraónico que ahora alberga dos museos y hasta un Arco de Triunfo que conmemora la reunificación de Rumania en 1918.
Para conocer la ciudad no hay nada mejor que perderse por sus avenidas o caminar siguiendo la orilla del río y descubrir sus tesoros: el gigantesco Palacio Cotroceni, última residencia de los reyes; el parque Cismigiu, ideal para caminar o improvisar un picnic; el Jardín Botánico (Gradina Botánica), el Ayuntamiento, el Teatro Nacional y las iglesias ortodoxas, que se multiplican por mil y cuyo mejor ejemplo es la iglesia de San Nicolae.
El Museo Histórico Nacional es otro punto de interés adonde se atesora, en un cofre de oro, el corazón de la famosa reina María de Rumania, una de las impulsoras de la unificación del país en 1918.
Para los museos, antes de ir es mejor averiguar bien los horarios. Rumania aún no tiene del todo desarrollada su cultura turística, por lo que no hay que sorprenderse, por ejemplo, si se es rechazado en la entrada del Palacio Cotroceni. ¿La causa? Para visitar el palacio hay que sacar turno, como si se fuera al médico, y los espacios son limitados. Pero vale la pena el esfuerzo.
A la hora de la comida hay de todo como en cualquier capital turística. La comida rumana típica tiene influencia turca y rusa, así que es común encontrar opciones en los menús como falafel, comidas preparadas con garbanzo y cordero, o el típico borscht (sopa de remolacha). Pero lo mejor de la gastronomía rumana tal vez no sea la comida, sino sus restaurantes. Hay una gran cantidad de locales en los antiguos palacetes de lujo de la aristocracia, como Carul Cu Bere, Casa Capsa o Casa Vernescu, adonde uno se siente transportado a otro siglo.
Una vez recorrida Bucarest, vale la pena tomarse el tren a otros destinos: el castillo Bran, Sinaia, Curtea de Arges, Poenari, son algunos de los nombres más atractivos. Una opción para conocerlos es hacer base en Bucarest, donde hay infinitas alternativas de alojamiento, y visitar estos lugares por el día, en los cómodos trenes que el país ofrece. Hay bastante frecuencia de salidas desde la Gara du Nord, la principal estación de la capital.
Uno de los destinos más visitados y atrayentes es Sinaia, localidad clavada en medio de las montañas Bucegi, de temperaturas frescas y a sólo dos horas de tren de Bucarest. Además de sus casitas y hoteles que parecen colgar de la montaña, y de sus senderos empinados, Sinaia ofrece dos atractivos destacados: un monasterio medieval y un complejo de castillos donde veraneaba la familia real, que incluye tres edificios soberbios: Peles, Pelissor y Foisor.
El castillo Peles es tal vez el palacio más ecléctico del mundo. Allí se amontonan sin solución de continuidad galerías de espejos estilo Versailles, salas de armas oscuras e intimidantes, salones estilo turco e hindú, cuartos barrocos y rococó, y abundante profusión de dorado a la hoja. Aunque personajes como la emperatriz Victoria de Alemania lo calificaron en su momento como un adefesio, la combinación de estilos resulta muy atrayente y la diversidad de su decoración es casi infinita.
Sus hermanos menores, el Pelissor (con el cuarto de la reina María, íntegramente recubierto en oro) y el Foisor también valen la pena. Claro que para visitar el complejo hay que armarse de paciencia. Aunque la boletería abre a las 9, no es anormal que los empleados lleguen a las 10, de modo que conviene tomarse la visita con calma.
A dos horas de Sinaia está la localidad de Bran, un poblado de montañas más bajas que las que rodean a Sinaia, pero eminentemente turístico. Es que se supone que allí vivió el Voivoda (príncipe) Vlad Tepes, que inspiró la leyenda de Drácula. Por eso en sus inmediaciones se puede encontrar toda clase de merchandising del famoso vampiro.
Luego de subir una empinada cuesta adornada por árboles y flores se puede acceder al castillo, un excelente ejemplo de la arquitectura medieval, y conocer más de la historia del vampiro, que en la vida real se destacó más por sus virtudes de gobernante que por su supuesta pasión por beber sangre ajena.
En Bran también se puede aprender de la historia de la reina María, a quien fue regalado el castillo luego de que lograra recuperar Transilvania para el país en la Conferencia de Paz de París de 1918. El castillo está lleno de fotos y recuerdos de María y su familia, entre ellos, el rey Miguel, último monarca del país y actualmente residente en Suiza.
Hannah Pakula, la Lady Di del siglo XIX
Nacida en Inglaterra en 1875, nieta de la reina Victoria y de Alejandro II de Rusia, de niña la princesa María parecía destinada a brillar por su belleza, que la volvería legendaria hasta el fin de sus días. Pero las maquinaciones de su madre, que la colocaron en un lejano trono en los Balcanes casada con un príncipe desconocido, torcieron su destino y la convirtieron en un personaje de influencia en la Primera Guerra Mundial.
Llamada por su biógrafa, Hannah Pakula, la Lady Di del siglo XIX, por su hábil uso de la prensa y su belleza y simpatía en la Primera Guerra Mundial, María logró atraer la atención del mundo a su país. Así logró ayuda para reconstruir a una Rumania devastada por la guerra y, tras reunirse con Clemenceau, Poincaré y Jorge V de Inglaterra, logró ampliar al doble la superficie del país, constituyéndose así la Gran Rumania en 1918.
Aunque la reina murió en 1938, el recuerdo de su legado continúa hasta hoy y su leyenda. El hecho de que su nieto, el rey Miguel, siga vivo alimenta los vientos monárquicos en Rumania. "Mucha gente en Rumania se pregunta por qué en 1989 no volvimos a la monarquía. Los Hohenzollern hicieron mucho por este país, por eso hay mucha gente que tiene simpatías con el rey Miguel", contó Matei Simion, guía del castillo Bran.
Hasta el castillo (¿real?) del conde Drácula
En Valaquia se encuentra Curtea de Arges, un poblado rodeado de los montes Fagaras. Queda a tres horas de tren de Buscarest y contiene rastros de la antigua corte medival rumana y una iglesia-monasterio ortodoxo de belleza singular, donde están enterrados los primeros príncipes de Rumania y los reyes de la dinastía Hohenzollern. La basílica está íntegramente decorada en oro por dentro, con frescos alegóricos a los primeros príncipes rumanos, y un evangelio ortodoxo pintado en oro por la reina Isabel, la mujer de Carol I.
De forma alargada y rodeada de montañas, Curtea de Arges también sirve de base para la excursión a lo que se cree que es el verdadero castillo de Drácula, la fortaleza Poenari, una excursión que promete miedo a los que se animan a hacerla, aunque gran parte de lo que queda del castillo sean ruinas.
Datos
Cómo llegar
De Buenos Aires a Bucarest hay que hacer escala en al menos una ciudad europea como Madrid o Roma. En el primer caso hay vuelos de Air Europa desde US$ 1620, y en el segundo, por Alitalia, desde 1790. La combinación en París es la más directa (17 horas en total). Por Air France desde US$ 1934.
Más información
Sitio oficial de turismo en Rumania, www.romaniatourism.com
Embajada de Rumania en Buenos Aires, 4326-5888 y 4322-8656. www.rumania.org.ar