Rockear la soltería
Siempre pensé que era muy Susanita. A los 4 años, me inventé un casamiento con mi “novio” del jardín (el temita era que él no estaba invitado), me puse un vestido de cumpleaños y me armé un tocado con una toalla blanca, agarré un ramito de flores y, después, usé las minicopitas de huevo poché para simular un brindis. Todo frente a los únicos invitados, mis papás con mi hermana María recién nacida. Yo quería casarme, me acuerdo perfecto. Cuando me hice un poco más grande –a los 10 años–, recortaba vestidos de novia de las revistas y hacía catarsis cantando desquiciada los temas de los Pimpinela. De adolescente, leía a Benedetti, Neruda, Alfonsina Storni, Cortázar: como buena escorpiana, quería descifrar el amor y pronto supe, como buena escorpiana, que el amor dolía. Fue cuando mi primer novio me confesó, después de arrinconarlo inquisidoramente en algún recreo, que había besado en el cine durante la película ¡Viven! a mi amiga Laura. Tenía 14 años, pero siempre creí que tarde o temprano una encuentra al amor de su vida. Ese donde acurrucarte de noche, que te alienta en tus proyectos, que sueña tus sueños, que te mira con deseo, que te acompaña, te escucha, te mima. Y llegó un momento en que pensé que lo tenía, que había encontrado a mi compañero de ruta, el que caminaba conmigo. Y resultó que cuando nadie se lo esperaba, estuve soltera después de más de una década de estar en pareja. Es como pasar de la era analógica a la realidad virtual en un abrir y cerrar de ojos. Soy una analfabeta de la soltería, lo juro. Casi me estoy por bajar un tutorial para entender cómo catzo te conectás en esta época en la que todos miran sus celulares, ¿cómo te ves, te reconocés, te encontrás?, me pregunto. Pero en el mientras tanto, la única cita real que pude tener fue conmigo misma. Reconocí que por algo el Universo me dejaba sola. ¿Era cómodo? No. Es que comodidad y crecimiento nunca van de la mano. ¿Qué tendré que aprender?, me suelo preguntar cuando me atrapa la ansiedad. Uno de mis hallazgos más increíbles es que amo bailar cachengue en mi casa, que en realidad puedo viajar sin tanta planificación, que logré organizar mis finanzas, que no pasa nada si llevo yo el auto al mecánico, que amo mi libertad y que todo lo que buscaba afuera puede encontrarse adentro. ¿Puedo ser yo la cheerleader de mis proyectos?, ¿me animo a soñar y confiar?, ¿soy capaz de mirarme con amor y deseo?, ¿logro ser mi mejor compañera?, ¿me escucho?, ¿me mimo? Lo de cucharear de noche, te la debo, no es tan fácil de reemplazar, como tantas otras cosas que solo te da un vínculo de a dos. Esto no es una apología de la soltería, ja, cada momento es perfecto tal cual es. Pero hoy hay esto y el desafío es ser feliz con lo que me toca; entonces, estoy dispuesta a rockearla. Me resisto a la mirada de “pobre, está sola”, porque la vida se vuelve tan inmensamente increíble cuando el GPS está recalculando. El rumbo todavía no está definido y vos te sentís una grosa, porque hay que ser muy valiente para, sin certezas, mirarte cara a cara y preguntarte: ¿quién soy? Nunca en mi vida me sentí más poderosa: me la banco, avanzo, habito el caos, resuelvo, pido ayuda, colapso, lo que sea, me lo permito. Y de vez en cuando, tomo mate con mi Susanita, que hoy entiende que el compromiso siempre arranca con una misma, igual que en mi casamiento imaginario.
Justo hoy me apareció esta frase de Maharishi Mahesh Yogi que te regalo: “La felicidad se irradia como la fragancia de una flor y atrae hacia vos todas las cosas buenas”.
Siempre viene lo mejor, ¿no? Aventura, allá vamos.
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