Renovación
Hacer una revista mensual implica viajar un poco en la máquina del tiempo. Estamos siempre habitando lo que viene, lo que podría ser el futuro: con 10 grados pensamos el número de primavera y con bikinis fantaseamos con los tapados. Así estamos. Vos quizás estés leyendo este número en la playa, o en un bar tomando una limonada, o en la paz de las sierras cordobesas, o –sí, también– en el subte con 35 grados de sensación térmica... OK, pero ¡para nosotras todavía no pasaron las fiestas! Te develo esta interna periodística para que me tengas paciencia. Estoy en blanco, pero no ese blanco de borrón y cuenta nueva, sino ese otro de la última página del libro, que miramos con nostalgia y alivio. Por eso, rasco del pote lo último que me queda de “nuevo” para que se alinee con enero de 2017.
Hace unos nueve meses, en plena crisis personal, cuando colgaba la ropa en el placard de mi nuevo depto, de pronto tuve una revelación: todas mis prendas eran cuadradas o XL; en general, me tapaban la cola y la mayoría eran blancas (pero no estilo Punta del Este, sino más bien tirando a túnica de templo tibetano). Durante unos meses, sentí que me disfrazaba mientras buscaba alternativas en esa paleta convencional que ya no me representaba. Me acuerdo de que en un encuentro con Ruth, mi psico, me dijo: “Es como si estuvieras en otro planeta y no supieras ni qué idioma se habla ni qué calle tomar ni cómo vestirte”. Estaba definitivamente sin Lonely Planet. Me empecé a sentir incómoda con mi ropa, así que hice algunos intentos de salir de shopping, pero fracasaron. Entonces, un día vino a mi casa mi amiga del alma Kenta, que abrió mi placard y empezó a sacar, a aprobar, a descartar. De su coacheo me quedaron palabras sueltas: “potranca”, “relieve”, “salvaje”, “jugá”, “ondón”. Fue como una iniciación, así que la bauticé mi gurú de estilo. Durante un par de meses, todos los días a la mañana, en el casi minuto que dura mi viaje en ascensor hasta PB ¡desde el piso 25!, me sacaba una “selfie de ascensor” (es cierto, “la selfie ya fue”, si no, lean la página 80) y se la mandaba. “Amiga, me copa, pero soltate el pelo”, “esos taquelis no van, son de oficina”, “estás potra total”, me respondía por WhatsApp. Qué afortunadas somos de tener amigas, en serio; ella fue una de las tantas mujeres que me acompañaron a encontrar mi nueva versión (“gracias” es poco). Al mismo tiempo que empezaba a entender quién era, supe qué ponerme y me propuse cada día elegir quién quería ser. Incluso Vir Gandola, nuestra vestuarista del programa de televisión Charla de chicas, me desafió a encontrar cuál podía ser mi estilo. “¿Querías rock?”, me preguntó un día cuando yo le fruncía el seño frente a un outfit un tanto provocador; “OK, entonces ponételo”, me dijo sin dejarme opción. Así, me saqué ese chip de me-visto-solo-para-no-estar-desnuda, como cuando sin pensar nos poníamos el uniforme del colegio, para disfrutar de las prendas y de mi cuerpo. Muchos me preguntan qué me pasó: “¿Bajaste de peso?”, “estás más...”, “¿es tu look de directora?”, “cómo te pegó la soltería...”. Me río. En realidad, no es nada de eso y, al mismo tiempo, todo eso junto, es el proceso de sanar.
A veces estamos desfasadas (igual que la redacción de la revista con el calendario), pero llega un momento en que se sincroniza tu tiempo interno con la vida, y ese chispazo produce un despertar.
Entonces, ahora que estamos en enero, te invito a pensar qué sentís que querés desconfigurar, qué es lo que te está pesando y podés dejar ir. Para mí, eso es #ActitudTanga: ser lo que queramos ser, sin prejuicios, abrazando nuestro deseo, potenciando los sentidos. Te juro que se puede, aunque creamos que el tiempo cristalizó las formas, la esencia rompe cualquier molde.
¿Qué significa para vos?, te invito a que compartas con nosotras en las redes. Gracias y #DespegáFuerte.