Relato en primera persona: “Viajé a las islas Malvinas”
Tenía una obsesión con visitar las Islas Malvinas. Yo nací en 1986, cuatro años después de la guerra, y sentí que viajar al territorio del conflicto era mi oportunidad para poder conocer a fondo todo lo que había pasado. Mi deseo era respirar y vivir las Islas: quería vivenciar el día a día isleño y tener el tiempo para conversar con la gente. Siempre me llamaron la atención aquellos lugares no tan visitados turísticamente. Si bien vivo en Francia, una vez por año vuelvo a la Argentina y en cada viaje me hago una escapada a algún otro lugar en Sudamérica. En 2017, les conté a mis allegados que iría a las Malvinas y los invité a venir conmigo. Sin embargo, nadie me quiso acompañar. Muchos decían que no querían que les sellaran el pasaporte como si estuvieran entrando a otro país, la excusa de otros fue que era un viaje caro (y es verdad, ya que hay que pensar en moneda extranjera). Y aunque no conseguí compañeros de viaje, no lo dudé ni un segundo: iría sola. Cuando empecé a averiguar cómo viajar, la verdad es que no había mucha información. De hecho, solo había encontrado un par de cruceros extranjeros que, en su viaje a Tierra del Fuego o Antártida, hacían una escala de unas horas en Malvinas. Así que decidí que iría por mi cuenta, ya que no podía afrontar los gastos de un crucero ni tampoco era lo que buscaba. Además, tenía otra condición: quería viajar desde mi país, eso lo haría aún más especial.
LA PARTIDA
El sábado 9 de diciembre de 2017 tomé un vuelo desde Río Gallegos hacia Puerto Argentino, la capital de las Islas Malvinas. Éramos unas 40 personas en el aeropuerto; había algunos excombatientes con sus familias, grupos de amigos, un grupo de egresados de una escuela secundaria de Mar del Plata y hasta viajeros independientes. Uno de ellos sacó el mate para compartir y ahí ya sentí que ese viaje sería inolvidable. Todos teníamos algo que nos unía: el ser argentinos e ir a un lugar que para nosotros tiene un valor afectivo muy grande. Llegar a las Islas no es sencillo; la única forma para hacerlo desde Argentina es con un avión que sale el segundo sábado de cada mes, desde Santa Cruz. Así que estaba obligada a quedarme una semana en las Islas, ya que ese mismo avión regresa el tercer sábado de cada mes al continente.
LA LLEGADA
Previo a mi viaje, contacté a Fernando, un chileno que organiza excursiones en las Islas. Me ofreció quedarme en su casa ya que alquilaba habitaciones a extranjeros. Yo sería su segunda huésped, y la primera argentina. Cuando llegué al aeropuerto, me estaba esperando y lo primero que me dijo fue: "No te preocupes, va a estar todo bien". Él está casado con una isleña o "kelper" (así suele llamarse a los habitantes de las Islas, nombre que deriva de un alga que abunda en la zona y que en inglés se llama "kelp"). Ahí me enteré de que antes de la Guerra eran frecuentes los intercambios estudiantiles, en los que chicos ingleses venían a Buenos Aires a estudiar. Luego de la Guerra, los intercambios se cortaron y todos los recursos –comida y los productos– vienen de Chile o directamente de Inglaterra. No bien pisé suelo malvinense, me dijeron que para no generar "conflicto", en vez de decirles "Malvinas" o "Falklands", las llamara simplemente "Islas". Esa primera noche, por casualidad, coincidí en el restaurante con cinco excombatientes argentinos que estaban cenando ahí, así que me uní a su mesa. Esa fue la primera de varias cenas que compartimos, en las que las anécdotas de la guerra eran el tema del encuentro. Ellos estaban felices de compartir esos recuerdos con nosotros, los nacidos posguerra, porque estoy segura de que para ellos fue una forma de que su historia siguiera presente y no se olvidara.
EL MONTE LONGDON
Una de las cosas que más me llamaron la atención del viaje fue que había un grupo de chicos de Mar del Plata que, como viaje de fin de año, habían decidido visitar las Islas. Se estuvieron preparando durante dos años para cumplir su sueño. Uno de los excombatientes los ayudó durante todo ese tiempo y fueron ellos quienes me invitaron a subir el Monte Longdon, una elevación de menos de 200 metros sobre el nivel del mar, que fue una posición clave para el Ejército argentino durante el conflicto. Así que al día siguiente preparé mi mejor calzado y ropa de abrigo. Fueron tres horas de caminata en las que pude interiorizarme más –y encima con el testimonio de un exsoldado– sobre lo que había pasado, pudiendo ver los restos de objetos que aún quedan de las posiciones argentinas: garrafas, zapatillas, ropa, mantas. La caminata no fue fácil; había mucho viento y no era sencillo moverse entre los arbustos y la tierra inestable. Y eso que estábamos en diciembre, cuando las temperaturas son agradables y el clima no golpea tanto. Por eso, en esas tres horas no paré de pensar en los chicos que fueron a combatir, en el frío que pasaron y ni quería imaginarme el viento. Hay tanto viento que cada mañana me despertaba el ruido feroz, golpeando fuerte contra la ventana de la habitación.
EL PASADO VUELVE
Otro lugar que visité fue el Museo de Historia. Recuerdo que hacía mucho frío y que los paisajes alrededor me recordaban a mi infancia y los viajes a Río Negro y Santa Cruz. La inmensidad de las vistas de las Islas con el cielo perdiéndose en el mar me generaba tranquilidad. Durante una de las cenas, uno de los excombatientes me contó que al día siguiente iría al lugar en el que había visto por última vez a uno de sus amigos en 1982. Era la segunda vez que él volvía a las Islas y, al igual que para muchos excombatientes, visitarlas era "cerrar" un capítulo de su vida y así sanar algunas heridas del pasado. El viernes fue un día especial: me habían invitado a participar en una ceremonia de reconocimiento de cuerpos en el cementerio argentino de Darwin, donde solo unos pocos cuerpos habían sido identificados. Gracias a una investigación conjunta entre un excombatiente argentino, un exsoldado británico y Roger Waters, el músico británico, se logró identificar 88 cuerpos. Ayudé a los chicos de Mar del Plata a organizar unos rosarios que luego pondríamos en las tumbas de los soldados argentinos. Cuando estaba desenredando los rosarios –que se habían enredado durante el viaje de Mar del Plata a las Islas–, me puse a pensar si lo que estaba viviendo era real. Sabía que ese momento sería documentado para el mundo entero. Era un hecho único y yo fui una testigo privilegiada. Fue muy emocionante estar ahí y cerrar así mi visita. Antes de viajar, todas eran dudas. No sabía cómo me recibirían los isleños, si el hecho de ser argentina sería una desventaja, o incluso si me sentiría incómoda. La realidad es que en ningún momento durante esos siete días me sentí "fuera de lugar". Y cuando volví a París decidí hacerme una pulsera de las Islas Malvinas, que hasta hoy me acompaña todos los días vaya a donde vaya, porque siento que ese viaje fue un "antes y un después" en mi historia como viajera.
¿Qué necesitás para viajar?
• Pasaporte argentino.
• Seguro de viajera.
• Una dirección en las Islas.
¿Cómo llegar?
Hay vuelos desde Punta Arenas y/o Río Gallegos a través de LAN. También hay cruceros que hacen paradas en las Islas. ¿Dónde dormir? Hay casas de familia, desde £60. ¿Qué visitas podés hacer? Se puede visitar el Cementerio de Darwin y Goose Green, el lugar donde fue la primera batalla de 1982; la Casa del Gobernador y el barco de Lady Elizabeth. En Bertha’s Beach se ven pingüinos papúa, aves marinas y delfines. Cada excursión, unos £100. www.luckyprivatetour.com.
Vuelve Campo minado
El año pasado, esta obra de Lola Arias fue uno de los sucesos teatrales del año. Y la buena noticia es que se reestrenará en el mes de octubre en el Teatro San Martín. En esta obra-performance, tres excombatientes argentinos y tres británicos se unen para contar en primera persona la tragedia y el horror de la guerra. No te la pierdas. www.complejoteatral.gob.ar
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