Relación tóxica: sabés que te hace mal, pero no podés dejarla ¿cómo transitarla?
Para estar en un vínculo tóxico hay una cierta vulnerabilidad de base. Claves para atravesar el proceso de cambio.
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Una pareja tóxica es la que, más que potenciarte con su amor y conectarte con lo mejor de vos, te hace sentir vacía o con una enredadera de emociones negativas en el corazón. Tristeza, incertidumbre, a veces tanta frustración que te dan ganas de desaparecer. Sentís que amás y que, a la vez, te estás haciendo mal, como cuando fumás un cigarrillo o te bajás un frasco de caramelos masticables. Porque las relaciones tóxicas son como las adicciones: vos sabés que te hacen mal, pero no podés cortarlas por esas sensaciones de disfrute que te dan. Y es precisamente esta doble cara lo que hace que sea tan difícil autodiagnosticarlas. Es que el amor no tiene certezas ni definiciones de “esto sí y esto no”, excepto en situaciones extremas como el maltrato, claro. Te habrá pasado de atravesar etapas malas con alguna pareja y cuestionarte “¿por qué me quedo pasándola mal?”. Y al ratito, sentir que le exigías demasiado a la relación, porque es normal tener peleas y malos momentos. Es que, en un vínculo normal, la conflictividad es perfectamente sana: a través de los conflictos crecemos, aprendemos a tener empatía y a repensar puntos de vista. El problema de las relaciones tóxicas es que no tienen conflictos, sino que son conflictivas en sí mismas. Son historias definidas por mecanismos que te hacen mal pero ya se volvieron costumbre, y suceden en loop. Como toda adicción, tienen consecuencias aplastantes: te quedás atrapada en relaciones de desamor, indignas, de dolor.
El mapa de las relaciones tóxicas
Lo más complejo es la dependencia que se genera en el vínculo. Y esta dependencia a niveles tóxicos en muchos casos funciona para cubrir ciertas necesidades profundas que se traen en la mochila como un trauma no elaborado, celos, búsqueda de protección, de seguridad. En este sentido, vas “envenenándote” hasta perder control de vos misma. Empieza como una experiencia linda, apasionante y distinta, pero se va contaminando, y vas dependiendo de su presencia porque perdés tu autonomía, naturalizás funcionamientos insanos, te simbiotizás. Algunas formas que puede tomar son:
1. Relaciones de fusión: en las que se han perdido las individualidades.
2. Relaciones de sometimiento: en las que uno queda siempre a merced de lo que desea el otro.
3. Situaciones en las que funcionan mucho la adrenalina y la pasión: las que hacen que queden pegados, pero con uno de los dos sufriendo.
Sea como sea, terminás tan aferrada a la ilusión de lo que podría ser que dejás de observar lo que en realidad es.
Las red flags del vínculo tóxico
Te vas aislando: te sentís cada vez más angustiada, más ansiosa. Estar mal con vos misma empieza a distanciarte de todo lo que te hace bien, como tus amigos y tu familia.
Va creciendo la obsesión: el vínculo cada vez ocupa más tiempo en tus pensamientos. En general, son relaciones en las que no podés dejar de pensar, y claramente no son reflexiones alegres. El vínculo tóxico se construye sobre miedos, y eso hace que te obsesiones.
No hay paz ni estabilidad: el vínculo tóxico es ambiguo, no sabés qué esperar, es incierto, por momentos sentís que estás en una relación amorosa, y de golpe no. Es pura incertidumbre, no hay certezas.
Te quita libertad: en lugar de potenciarte, te reduce.
¿Por qué a mí?
Para estar en un vínculo tóxico hay una cierta vulnerabilidad que se suele tener de base, que muchas veces tiene que ver con historias familiares de vacío, de abandono o de descuido. Lo que pasa es que, en consecuencia de lo vivido en la infancia, no registrás demasiado el descuido del que sos víctima en tu relación adulta. Es tal la necesidad de ser amada que te quedás atada a una ilusión amorosa. También, hay personalidades que son propensas a tener estas modalidades adictivas. Se quedan atrapadas como en cualquier adicción, como consecuencia de una sensación de vacío, de angustia o de una experiencia traumática. En estos casos, los vínculos tóxicos funcionan como una anestesia que te desconecta de tu realidad.
¿Refugio de qué?
Al final de la historia, sabés que, lejos de ser un refugio y dar una solución, el vínculo terminó siendo un infierno. Pero es cierto que, a priori, puede ser que, en ciertos momentos vitales, nos refugiemos en un vínculo de este tenor por temas que traemos sin resolver. Es un refugio que le pide al amor algo que este no puede dar, como que sea “un remedio para la soledad” o “que nos cure de un duelo no resuelto”.
Es importante analizar con qué propósito o para cumplir cuáles objetivos te uniste a ese vínculo: fijate qué hizo que dependieras tanto de esa relación. ¿Fue en búsqueda de un proyecto de familia? ¿Por qué aguantaste tanto hasta desilusionarte?
¿Cómo salir?
Una vez que lo detectaste, llega el momento de soltar, que no es nada fácil por la dependencia que se generó.
1. Dejá de naturalizarlo: no justifiques los códigos de ese vínculo y conectate con la frustración que sentís.
2. Abrile paso a la desesperanza: una parte importante para poder soltar el vínculo tóxico es pasar por el momento en que no tenés esperanza de que eso vaya a cambiar. Conectarte con el “esto no va a cambiar”.
3. Terapia y apoyo de amigas: suele pasar algo que no está bueno, y es que las amigas, en lugar de quedarse al lado, entendiendo la dificultad de la superación, se ponen juzgonas: “Le volviste a contestar, sos una boluda”, “no tenías que verlo”. No pueden comprender la dinámica de ese vínculo. Es importante que las personas que acompañan entiendan.
4. Hay que transitar el camino: atravesá la frustración y la desesperanza, sabiendo que eso no va a cambiar ni va a mejorar. Es necesario transitar el camino de salida para poder volver a armarte.
La reconstrucción
Suelen ser procesos largos, que toman mucho tiempo, porque la dinámica de la relación hace que la persona no logre reconocerse sin ese vínculo. Ahí, es tan importante poder salir de una relación tóxica como el trabajo de introspección posterior a ella.
Entonces, lo primero es poder mirar hacia adentro:
- Revisá y reconfigurá ciertos patrones y ciertas dinámicas. Preguntate: “¿Qué me enganchó de esta situación? ¿Qué forma de intercambio me era funcional en ese momento? ¿Qué cambió en mí?”. A lo mejor tenés un estilo de apego patológico. Si es el caso, puede que te suceda también en otra relación, por lo que conviene que trabajes en eso.
- ¿Cuál fue tu rol en esa relación? Quizá necesitabas que te protegieran, pero estabas a dos segundos de que te trataran como a una nena o de tener que pedir permiso. A lo mejor, desde tu autoestima, creías que no te iba a amar nadie y él te amó. Quizá seas una persona escrupulosa y viste que el otro daba su vida por vos, entonces juraste no dejarlo y después te dio demasiada culpa. Son varias las opciones, hay que ver cuál fue tu punto de vulnerabilidad, pero hay que pensarlo piadosamente, nunca machacándote.
- Repensá tus creencias sobre el amor. Una relación que te obsesiona, que te sumerge en el dolor, en el descuido, en la falta, no tiene que ver con el amor, aunque la percibas como tal, aunque creas que es pasional y te mueras de amor por el otro. Te morís, pero no de amor.
- Las relaciones pasionales tienen que ver con atracciones intensas, pero no con amor ni con la construcción de un proceso de empatía. ¿Cómo fuiste poniendo los ladrillos en esa relación? ¿En qué te apoyabas?
- Trabajá en la deconstrucción de tu idea del amor con la que te manejaste hasta acá, y también sobre aquellas experiencias de inseguridad o dolor de tu propia vida que estás anestesiando con relaciones. •
Expertos consultados: Lic. Paula Mayorga. Psicóloga (@epsicoterapia). Lic. Luciano Lutereau. Psicoanalista y doctor en Filosofía. Lic. Patricia Faur. Psicóloga y escritora, especialista en dependencias afectivas.
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