Quién es la cocinera inglesa que se quedó en Argentina para crear una empresa solidaria
Alicia Amende dejó Inglaterra para encontrar una manera de trabajar más cerca de la gente, sin ayuda del gobierno u otras instituciones. Cree que las empresas sociales son el futuro
Alicia Amende venía buscándole el sentido a su profesión y la manera de darle curso a su vocación. Sabía que -hasta el momento- no habían ido de la mano. Licenciada en marketing y administración de empresas, la frustraba el poco contacto que tenía con su comunidad y sentía que, esto último, era su verdadero motor.
No tenía muy claro cómo podía reunir esos dos caminos pero decidió dejar su Inglaterra natal y venir a Latinoamérica para ver si podía descubrirlo. A los 28 años, parece haberlo logrado con Delicias de Alicia, una empresa social que costea sus gastos a través de un restaurante a puertas cerradas. Así paga los sueldos de quienes trabajan en la organización y cumple su objetivo más importante: dar clases de alimentación y nutrición a chicos que viven en barrios de bajos recursos.
Si bien Ali hizo un largo recorrido para lograr su sueño, sostiene que no es necesario viajar de Inglaterra a Buenos Aires para cumplirlo. “Cada persona, desde su lugar -seas costurera, artista o contadora-, con un poco de creatividad e ingenio, puede darle una mano a los demás. Si querés hacerlo, tenés que pensar en un negocio que tenga la parte social, aprovechando lo que vos sabés hacer”.
Andando
Ali lanza un “che” o se pone a cantar alguna cumbia con sus compañeras de trabajo. Ella se mueve como una porteña más pero es inevitable que su acento british la delate. “Ay, a mí me encanta la Argentina pero quedarme acá no fue algo que planifiqué” recuerda mientras sirve limonada y hace un breve recorrido por la ruta que tomó para llegar a donde hoy se encuentra.
Creció en Bristol y después fue becada en Oxford para seguir una carrera cien por ciento abocada a lo empresarial. Mientras estudiaba, trabajaba en una importante compañía de catering. Durante las vacaciones, volvía a su ciudad y ahí hacía unas libras extras como moza en un bistró. Cuando recibió su título de licenciada en marketing, se fue a Londres y ahí ejerció por un año. Al no sentirse plena, al notar que esa vocación de servicio que su mamá y abuela le habían transmitido (ambas trabajaron como enfermeras o parteras), no se le hacía presente trabajando tras un escritorio, se propuso ahorrar durante seis meses y emprender un viaje como voluntaria en Latinoamérica.
Durante su recorrido, trabajó en distintas ONG. “Llegaba para dar clases de inglés y siempre terminaba en la cocina, jamás imaginé que iba convertirse en una pasión. Aunque con mi familia materna de origen francés, era bastante posible”, reconoce. En distintas oportunidades, su misión fue empoderar mujeres a través de su labor: les enseñaba a cocinar para que tuvieran la posibilidad de independizarse económicamente de sus parejas o pudieran conseguir un trabajo mejor.
Cuando llegó a la Argentina, empezó a colaborar con comunidades de bajos recursos a través de la organización ETF (Education, Technology and Food). En un festejo del Día del Niño, notó que sobre la mesa abundaban las papas fritas, los alfajores y la gaseosa. “Todo azúcar, harina y sal y nada que alimentara realmente bien, que era algo que los chicos necesitan”. Fue por esa razón que propuso dar una clase de “pizzas caseras” con verduras para los más pequeños del barrio de Laferrere con el que trabajaba y, sin darse cuenta, terminó dictando un taller semanal de nutrición y alimentación.
Que ayudar sea un trabajo
Después de seis meses dando las clases, Ali se dio cuenta de que quería seguir. Enseñaba platos nutritivos con legumbres, frutas y verduras de estación que tenían un valor muchísimo menor que el de una gaseosa y podían alimentar a una familia. “El tema es que yo estaba poniendo la plata para comprar todo y no daba para más. Tengo la idea firme de que ya no puede existir, como antes, el solamente dar. Uno tiene que tener y brindar la oportunidad a la gente que quiere trabajar de esto de tener un sueldo”. Por esa razón, buscó con fervor una manera para que ayudar no sea “algo extra” por fuera del trabajo diario.
Empezó a investigar en profundidad sobre el movimiento creciente de empresas sociales: “Es algo muy parecido a una ONG pero financiado por una actividad que vos desarrollás. No recibís subsidios de instituciones o del Estado. Es como Hecho en Buenos Aires o The Big Issue, una revista que hay en Inglaterra que es muy exitosa, que se sustenta a través de la venta”. Con esta modalidad en mente, decidió hacer lo propio y así fundó Delicias de Alicia, un restaurante a puertas cerradas con espacio para 15 personas. Una vez por semana -desde hace casi cuatro años- brinda una cena con un menú gourmet y vegetariano, en una casona en Perú y avenida Caseros, justo en el límite entre San Telmo y Barracas.
“Con el cubierto que cobramos en Delicias, además de sostener los talleres, puedo brindar un trabajo social a personas que están interesadas en ayudar a otrospero no lo pueden hacer gratis. Acá tienen la posibilidad de ser mozos y ganar lo mismo que en otro restaurante, que quizás no es un montón, pero es un trabajo digno”, cuenta la inglesa que hace un tiempo le dio un nuevo formato a sus talleres. Ahora duran seis clases, son itinerantes y cada receta tiene en cuenta las carencias de las distintas comunidades, a las que a veces les falta el gas e, incluso, el agua.
Si bien su tarea como tallerista está solventada por el emprendimiento, Ali dicta clases de inglés y trabaja como babysitter para poder bancar sus gastos personales. “Lo importante es no pensar que siempre hay que donar. Hay que valorar lo que vos hacés y ofrecerlo como servicio. Si tenés un trabajo dentro de una empresa, podés hacerlo desde ahí, con la ayuda de esa organización. Tenés que pensar qué podés hacer en ese ambiente, donde ya estás. No es necesario dejar todo”, reconoce a pesar de que ella sí lo hizo.
Después de la larga charla, toma un último sorbo de limonada y sonríe: “Vos podés tener mucho talento para los números pero si tu pasión es ayudar a la gente, ¿cómo es que tenés que ganar mucho menos que una persona que trabaja en un banco? Es muy fuerte. Ser solidario no tiene por qué ser una tarea de los sábados -aunque si esa es tu posibilidad, adelante-. Pero si querés unir tu profesión al servicio, para mí no es vergonzoso cobrar. Es tu derecho a ganar. Creo que ese es el futuro”.
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