Pidieron un préstamo de 200 mil pesos y lanzaron su marca de cosmética orgánica
Analizamos la historia de Candelaria Lussich (28 años, estudiante de Psicología) y su socia, Lucila Rolón (37 años, administradora de empresas y muy recientemente mamá, por lo que no apareció en las fotos) que lanzaron Al Bosque , un emprendimiento que conjuga su pasión por la naturaleza y el cuidado personal desde una perspectiva holística y sustentable.
Las creadoras de Al Bosque son de la idea de que verse bien tiene más que ver con nutrirse y respetarse que con esconder las imperfecciones, y sentían que al mercado local le estaba faltando esa propuesta: una serie de productos hechos con materias primas nobles y pensados para embellecer la piel desde su interior.
¿Cómo arrancaron con el emprendimiento?
Con Lu siempre compartíamos cosas paralelas a la facultad. Después ella dejó porque quedó embarazada y no nos vimos por un año. En ese interín yo me empecé a saturar de la estructura y me puse a estudiar fitomedicina. Subía cosas de lo que estaba aprendiendo a Facebook, y un día Lu me dijo: "¿Qué estás haciendo? ¡juntémonos!". Yo hacía preparados para mis amigos, así que le hice una crema de caléndula y se la llevé. No lo podía creer y me dijo: "¡Tenemos que hacer algo con esto!". Es una conversación muy típica con amigas, el "hagamos", pero con Lu, que es muy meticulosa, fue directamente "nos vemos el martes", y desde hace dos años no paramos. Empezamos haciendo todo artesanal y ahora logramos que esté todo aprobado por la ANMAT, con certificación orgánica.
¿Cómo es Lu como socia?
Ella es clave en un montón de cosas. Es muy para adelante, no cree que nada sea muy complicado o imposible. A todos los lugares a los que íbamos yo era más de pensar: "No va a ser viable" y ella, en cambio, decía: "Preguntémosles, porque capaz si lo hacemos de esta manera se puede...". Es muy positiva, tiene una energía muy de sentir que todo va a salir, y todo sale.
¿Cuánta investigación lleva un emprendimiento de este tipo?
Mucha. Todo es prueba y error. Nos quisimos meter en un lugar en el que no había mucho antecedente. En todo fue abrir camino. No es que llegamos y nos dijeron: "Esto se hace así", porque en general se trabaja con materia prima que está muerta, literalmente, y con la que no pasa nada. Los productos con los que nosotras trabajamos están vivos y no reaccionan siempre igual. Usamos aceites vegetales con certificación orgánica que no se pueden creer: aceite de nuez pecán de Entre Ríos, jojoba de La Rioja, rosa mosqueta de Chubut, cera de abeja del Impenetrable de Chaco.
¿Cuál es la principal diferencia con la cosmética tradicional?
La más grande es que cuando los cosméticos tienen químicos, al igual que puede pasar con un fármaco o con un alimento, eso que vos ingerís genera una reacción, porque el cuerpo no lo reconoce como propio. Esa reacción puede hacer que parezca que la piel está hidratada o que tiene menos arrugas, pero no porque realmente esté nutrida. Con la cosmética orgánica natural, en cambio, la piel reconoce lo que le das como parte de ella, porque somos parte de la naturaleza y esa naturaleza se absorbe. Es decir, no es reacción, es incorporación. Lo que pasa con las reacciones de la piel constantes es que a la larga hacen surgir cosas como rosácea, psoriasis y granitos. Con lo natural no hay tanta receta porque todo es comida, todo hace bien. Si tenés la piel grasa, te ponés un poco menos, y si es seca, un poco más. Es nutrición a largo plazo y las cremas son un complemento.
¿Tuvieron que hacer una gran inversión para lanzarse?
Aplicamos al Fondo Semilla del Club de Emprendedores de Vicente López. Es un préstamo bajo, de 200 mil pesos, que sirve para arrancar. Después lo devolvés en un año y sin intereses. Podés decir que no podés devolverlo porque no te fue bien. Estuvimos tres meses trabajando para aplicar. Un mes antes teníamos todo listo: los proveedores, el laboratorio, los diseños, la imprenta, la certificadora. Solo nos faltaba pagar todo, pero ya habíamos engranado todo el sistema. Pensábamos: "sale o sale". Y salió. Siempre trabajamos pensando en que iba a salir, y si no pasaba, no sé qué hubiésemos hecho… Supongo que salir a pedir plata por ahí.
¿Cómo consiguieron el laboratorio?
Por Internet. Nos volvimos locas, llamamos a tres millones de lugares y alguien finalmente nos pasó el contacto. Hasta entonces nadie nos daba mucha bola, nos ponían unos mínimos de producción enormes o no les cerraba la idea. Ellos se coparon y apostaron al proyecto. No es tan diferente a lo artesanal. Con Lu dijimos: "Esta es nuestra licuadora, pero gigante". Nosotras flasheamos una máquina supersónica que mete cosas por un lado y sale la crema envasada. Y no, es un pibe tirando el aceite y una megacosa que revuelve. Todo esterilizado y cerrado, pero muy parecido. Nuestro desafío fue llevar lo artesanal a la formalidad y que el producto esté en cualquier góndola, para que no tengas que ir a conseguirlo a una feria o comprarlo online. Está buenísimo eso, pero a veces la gente, por no tener opción, compra cosas que son súper nocivas.
¿Tienen costos muy altos?
Sí, y nos retan por todos lados. La gente que sabe de finanzas dice que por el costo que tenemos los precios son muy bajos. Y sí, es verdad, pero es una decisión que tomamos con Lu porque si no, es inaccesible. Una crema de noche, que es el producto más caro que tenemos, cuesta $750, pero nosotras queríamos ser competitivas y que la gente nos pudiera elegir.
¿De dónde viene el amor por la belleza?
Tiene que ver con una fascinación por lo natural. Con Lu nos conmueve mucho la perfección de la naturaleza y su belleza. La asociamos mucho al bienestar. La gente, cuando quiere descansar, se va a un lugar verde, busca la naturaleza. Te sentís mal y es sentido común comer algo más natural y más sano. Creo que es eso: las dos honramos mucho la vida y la naturaleza.
Maquilló y peinó Luisa Estévez para Estudio Duo con productos Urban Decay.
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