Pérdida gestacional en primera persona
Hace unos meses hablamos sobre la pérdida de embarazos, ese tema tabú del que nadie habla salvo que se trate de alguna patología asociada. En su momento, entrevisté a Leila Ramos, psicóloga perinatal, y quiero traer algo de lo que ella me dijo:
“Frene a la muerte aparece un gran vacío que generalmente está acompañado de un desolador silencio. El entorno no encuentra las palabras adecuadas para acompañar, para sostener. La muerte gestacional potencia ese no saber qué hacer, decir o qué posición tomar por parte de la red de sostén. Asimismo, estos duelos no son reconocidos por el ámbito legal y laboral quienes no proporcionan ningún tipo de contemplación. A nivel social, la perdida gestacional tiende a ser relativizada, dando lugar a las clásicas frases como "sos joven, ya vendrá otro bebé", "estas cosas pasan", "pronto podrás quedar nuevamente embarazada". Estos dichos, a pesar de haberse construido desde un intento de consolar a un ser querido, solo enfatizan el dolor ya que le restan importancia al sentimiento de una madre y de un padre frente a la pérdida de su bebé.”
Hoy invité a Marian, muchas la conocen porque es una de las caras visibles de Muy Nosotras, un portal de moda femenino que tiene con su hermana Andy, para contar su historia. Las dejo con ella:
¿Por qué a mi?
Cuando decidimos ser padres por primera vez tardamos muy poquito en recibir la noticia. El positivo llegó en plena Luna de Miel y unos meses más tarde conocimos a Maitena, que llegó sin mayores sobresaltos.
Salvo por la lactancia, que duró muy poquito, yo sentía que me desenvolvía como pez en el agua. Tenía confianza en mirol de madre, mi hija crecía sana y yo había logrado volver bastante rápido a la rutina.
Cuando tenía un año y medio sentí que mi cuerpo daba señales de un posible embarazo. No dejé pasar ni un día de atraso, me realicé el test y vi el positivo. Fue un cimbronazo. Si bien estaba feliz –porque tenía deseos de tener una familia numerosa– me costó asimilar el hecho de estar embarazada sin haberlo planificado.
Mi obstetra (León Mintz) me mandó a hacer una ecografía y nosotros estábamos tan contentos que decidimos llevar a Maitena para que vea a su hermanito. Había saco pero ni rastros de un embrión. como estaba de seis semanas nos dijeron que debíamos repetirlo en 15 días. En el medio: las vacaciones.
Fue un viaje extraño. Yo sentía que algo andaba mal y me la pasé leyendo foros –no lo recomiendo– sobre estos casos, lo que me generó más angustia e incertidumbre.
A la vuelta nos hicimos otra ecografía que confirmó que la bolsa seguía vacía y estaba perdiendo su forma y medida. Un embarazo anembrionario. La sensación fue de desconcierto, sabía que existían estos casos pero nunca pensé que me pasaría a mí. Sentí culpa (por no haber tomado ácido fólico, por haber tomado alguna vez alcohol) y angustia.
Mi obstetra me explicó que es algo “normal”, que puede pasar y que “lo esperable en estos casos es que el cuerpo lo expulse naturalmente”. Pasó un mes y medio hasta que lo expulsé.
Justo la noche siguiente a la primera producción de fotos para el blog que tengo con mi hermana –Muy Nosotras– comenzaron las contracciones.
Lo paradójico de todo esto es que yo nunca había querido experimentar un trabajo de parto. Maitena, por voluntad propia, nació por cesárea. Yo le tenía miedo al parto. Pánico.
Fue muy duro todo el expulsivo. Viví ese proceso de forma muy salvaje, sin medicación y casi en silencio porque mi hija dormía en la habitación contigua. El apoyo de mi pareja fue fundamental. Yo puse el cuerpo, es cierto, pero él estaba tan angustiado y dolorido. El machismo les impone a los hombres estar -mostrarse- siempre fuertes y no creo que deba ser así.
Intenté pensar que no fue buscado, que no perdí nada porque en realidad nunca hubo embrión y convencerme de que en una nueva búsqueda todo saldría bien, pero la verdad que la pasé muy mal, fueron días de mucha angustia y no fue fácil reponerme.
Un nuevo embarazo, una nueva ilusión
Dejamos pasar unos meses y decidimos buscar otro bebé. Quedé embarazada enseguida y la ilusión volvió, así como la sensación de que iba a estar todo bien. Sin embargo, esta vez elegimos ser cautelosos y no gritar la noticia sino esperar.
Un domingo me desperté con malestar y pasé varias horas haciendo reposo en la cama. Con las primeras pérdidas sentí que mi mundo se venía abajo.
El médico de guardia –que sabía muy poco de tacto y empatía– me mandó a hacer una ecografía. Esta vez había bolsa, saco, embrión y latidos, pero la sumatoria no era suficiente para devolvernos la calma. Me dijLuego de revisarme me dijo que en estos casos no tenía sentido hacer reposo, que “si se pierde el embarazo es porque así tiene que ser”. Tal vez tenía razón pero yo necesitaba una esperanza.
Mi obstetra, en cambio, me recetó un remedio para frenar las contracciones y me indicó reposo. Después de estar una semana en cama las pérdidas seguían.
Además de miedo, yo sentía culpa por no poder estar disponible para Maitena. Ella reclamaba mi atención, quería upa, y yo no podía ni estar de pie. Durante esos días ella tuvo llagas en la boca, mocos, se constipó, todas cosas infrecuentes en ella, como si estuviera somatizando todo lo que me ocurría. Su papa, otra vez, al pie del cañón, cuidándonos a pesar de su dolor.
A las 7 semanas fue el expulsivo. Paradójicamente, no sentí dolor, sino pérdidas como de menstruación. Cuando pararon (luego de una semana) realice una eco de control y estaba el útero totalmente vacío. Y escuchar “vacío” también fue devastador, porque así me sentía yo. Con mi marido, incluso, nos preguntamos si no habría algo mal en nosotros. Muchos subestimaron esa sensación porque ya habíamos sido padres pero eso era lo que sentíamos.
Nuestro sueño de una familia numerosa estaba en peligro. El acompañamiento profesional de mi obstetra, en paralelo al psicológico, fue fundamental.
Caerse y levantarse, otra vez
Luego vinieron varios controles y estudios de rutina. Entre ellos, uno para descartar trombofilia y otro genético que también se hizo mi pareja.
Yo me sigo preguntando cómo puede ser que Maitena llegó de forma tan natural y después nos costó tanto. Sé que es lo que nos tocó, que por algo las cosas se dan así, pero duele, duele muchísimo perder un bebé. El hecho de haber sido madre previamente, como muchos suponen, no cura el dolor de las pedidas.
Hoy, estoy cursando mi cuarto embarazo. Estoy de cinco meses y me siento maravillosamente. En las redes todo el tiempo me dicen que estoy “radiante” y así me siento.
En lo personal, las pérdidas me hicieron valorar muchísimo el estado de embarazo. La primera vez, fue todo queja y molestia, pero esta vez lo vivo con mucha felicidad. Estoy de 23 semanas y esperando un varón. ¡Orgullosa de mi familia, orgullosa por no haber bajado los brazos!
Gracias Marian por compartir tu relato.
Nos encontramos el próximo viernes. Entre semana las espero en Instagram.
Debbie
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