Pensamientos en voz alta
Hace unos días una amiga me preguntó si ya amaba a Julieta. No me preguntó si estaba contenta o ansiosa por su llegada. O qué destino me imaginaba para nosotras de acá a un tiempo. Ella quería saber si yo amaba a esa persona que vive y crece adentro mío desde hace más de ocho meses pero que todavía no conozco. Que nunca vi. Ni nunca me vio.
Sé que la respuesta es SI, con mayúsculas y negrita, pero qué difícil explicarlo. ¿Ya me pasó alguna vez de querer a alguien sin siquiera conocerlo? ¿Sin verle la cara al menos una vez? Claro que siento estima y aprecio por familiares que no conocí y por artistas que nunca vi. Pero el amor que siento por la pequeña burbuja que en cualquier momento va a salir es otra cosa. Es más intenso, más puro e instintivo.
Me es imposible precisar cuándo nació ese sentimiento. ¿Fue amor lo que sentí cuando vimos el signo "+" en el Evatest? ¿O habrá surgido durante esa primera ecografía cuando escuchamos los latidos de ella (que todavía no tenía nombre ni era "ella") tan fuertes y salvajes? ¿O a medida que fuimos armando su cuarto y la imaginamos jugando y soñando? ¿Habrá sido por amor que Fer compró tapones de seguridad para las puntas de las mesas y tapó todos los enchufes? No sé.
Sin embargo, creo que todos esos sentimientos se hubieran manifestado incluso si Julieta hubiera sido Ámbar, Facundo, Renata, León o Pedro. No es a Julieta como persona a quien amo sino a Julieta en su condición de hija. Es más animal e irracional el sentimiento. Ya tendré tiempo de enamorame de sus características, de su imagen y sus acciones. Pero por ahora amo a "Julieta hija" y ese sentimiento me une a millones de mujeres.
Otra prueba de que la amo son los sacrificios que hice por ella durante estos meses. Me saqué dos verrugas ínfimas que convivían conmigo desde hacía años pero que el dermatólogo consideró que podrían contagiarla, hice dos meses de reposo y pese a la contractura seguí durmiendo del lado izquierdo, reemplacé las gaseosas por el agua mineral y resigné varios viajes de trabajo, solo por nombrar unos pocos ejemplos.
Y todo esto no es nada en relación a las mujeres que sacrifican su cuerpo y su economía haciéndose tratamientos de fertilidad, o a las lágrimas acumuladas por tantos Evatest negativo.
Hace unos días me llegó la gacetilla de una muestra que expone la artista Florencia Ciliberti desde el 6 de marzo en el Centro Cultural Rojas que se llama "En reposo" y es para difundir la trombofilia (un trastorno vinculado a los coágulos sanguíneos que afecta a varias mujeres y puede generar complicaciones durante el embarazo). Ciliberti, que desde hace un año es mamá, perdió dos embarazos por esta patología. Una de las obras principales de la instalación es una cama realizada con todas las jeringas que contenían la heparina que tuvo que aplicarse durante su embarazo.
Y así como Ciliberti hay a muchísimas mamás que tuvieron que inyectarse heparina durante el embarazo (algunas incluso son lectoras de este espacio), o tuvieron que hacer reposo absoluto para que sus bebés no corran riesgo por diferentes motivos. Y creo que la única razón por la que las mujeres afrontan todas estas situaciones y tratamientos tan invasivos es por amor.
Claro que todos estos sacrificios tienen su recompensa. Porque seamos honestas chicas: qué privilegio crear vida y sentir los movimientos del bebé y su crecimiento adentro de una. Yo siempre odié tener el sueño liviano y despertarme a la noche con cualquier ruidito, pero levantarme con una patada que se me clava en las costillas y me deja sin aliento debe ser de las emociones más intensas que sentí en mi vida.
A solo tres semanas de que nazca Julieta, todavía me sorprendo de saber que estoy creando vida y que muy pronto mi cuerpo va a producir el mejor alimento que mi hija pueda tener.
El post de hoy se trató de pensamientos desordenados pero así estoy yo por estos días: reflexiva y con los sentimientos a flor de piel.
Les dejo dos de mis canciones preferidas que hablan sobre la llegada de los hijos. De anhelos, miedos y expectativas.
Deb
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