Pasado de tertulias en un rincón de Barranquilla llamado La Cueva
Escritores, pintores y otros artistas se reunían en este bar, hoy reciclado como restaurante-museo y dieron vida a un movimiento cultural único en el país
BARRANQUILLA.- La última vez que Gabriel García Márquez pisó La Cueva fue en agosto de 2007. Una visita que aquí nadie olvida. Lo recuerdan pensativo y emocionado frente a las fotos de un pasado que lo tuvo como protagonista. Es que en esta austera esquina de la Calle 43, N° 59, límite entre los tradicionales barrios Boston y Recreo, García Márquez pasó noches inolvidables. No fueron muchas. No más de cinco. Pero fueron las suficientes para que ese lugar nunca le fuera indiferente.
A principios de los cincuenta funcionaba allí el bar El Vaivén, que reunía por igual a cazadores y pescadores. Sin embargo, en 1954, el local dio un viraje que lo transformó para siempre: pasó a llamarse La Cueva y sumó a ese particular mundo de cazadores otro no menos misterioso: el de los intelectuales. Y en noches eternas, en las que la cerveza, el ron y el whisky no faltaba, se fue consolidando el Grupo de Barranquilla, que marcaría no sólo la vida cultural de esta ciudad, sino también la del país.
"Para Gabo este lugar significa mucho. Si bien en 1954 se radicó en Bogotá, siempre volvió. Aquí dejó a sus amigos antes de partir a Europa; es el sitio al que siempre quiso regresar y es aquí donde sus amigos corrigen y pulen su guión de cine La Langosta Azul . En realidad, sus amigos eran La Cueva", asegura el periodista y escritor Heriberto Fiorillo, que convirtió al local en un interesante restaurante-museo. El lugar nació en 2002, a partir de la creación de la Fundación La Cueva, a pedido de la familia Char Abdala, que cedió el edificio para tal fin.
García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Alvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y Próspero Morales Pradilla; los pintores Orlando Rivera, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Juan Antonio Roda y el pianista Roberto Prieto, entre otros, se reunieron aquí hasta fines de los sesenta para intentar descifrar el mundo e interpretar cuestiones que iban de lo mundano a lo más trascendental.
Zoilo Gutiérrez Martínez de la Vega, español y periodista, siente un cosquilleo especial cuando recorre el restaurante: él también participó, alguna vez, de aquellos encuentros que tiempo después ameritaron declarar La Cueva como Bien Cultural de la Nación. "Gabo amplió en estas paredes su horizonte literario con autores como James Joyce, Virginia Woolf, John Steinbeck, Hemingway, John dos Passos, William Faulkner. Además, tuvo el gran mérito de convertir a la amistad en una forma necesaria y suprema del arte", sostiene.
A la hora de sentarse a la mesa, abunda la variedad. De entrada, puede ser el tradicional ceviche La Cueva, con trozos de corvina marinados en una mezcla exótica de cítricos y especies. Le puede seguir, como plato fuerte, El Cuadro, inspirado en los colores de Obregón: un riquísimo filete de pescado fresco en salsa de leche de coco y otras frutas tropicales. ¿De postre?, los casquitos de guayaba: medias lunas preparadas al fuego en su propio caramelo y servidas con el quesos de Caribe.
De la barra original, fabricada con los tablones que el grupo encontró a mano, y armada según el diseño de Obregón, recién llegado de España, nada queda. Fue reemplazada por otra, más moderna, también de madera, que se hace eje del lugar. Sin embargo, lo primero que llama la atención es la galería, colmada de fotos de esos encuentros en los que la presencia femenina estaba vedada, salvo para dos artistas: Cecilia Porras y Feliza Bursztyn.
El fresco La mujer de mis sueños , de Obregón, y las pinturas de Noe León y Orlando Rivera forman parte del recorrido. En el salón principal, adornado con un colorido mural de animales y plantas tropicales, es posible espiar la biblioteca de José Félix Fuenmayor, y asomarse a una escotilla para ver el video sobre la verdadera historia del ahogado que originó tres cuentos, entre ellos, El Ahogado más hermoso del mundo , de García Márquez.
Para conocer más, se sugiere acomodarse en el auditorio Luis Vicens y disfrutar de un video que, en poco pero intensos minutos, narra la historia del lugar y muestra a García Márquez en su última visita al restaurante, donde sus amigos, en 1958, le festejaron la despedida de soltero, y donde tiempo después celebraron el nacimiento de su primer hijo.
"Por eso, Gabo llamó La Cueva de la Mafia a ese rincón de su casa de Ciudad de México, donde se recluía para escribir. Y también por eso, en Cien años de soledad , le puso La Cueva al pequeño cuarto donde Aureliano intentaba descifrar los pergaminos del sabio catalán", cuenta Fiorillo para reflejar una relación entrañable.
Y no parece exagerado eso que dicen los lugareños: que la noche de Barranquilla no es tal si no se pasa por esta mítica esquina para reencontrarse con aquel grupo en fotos, libros, canciones y anécdotas que con el tiempo, y en buena hora, hacen equilibrio en el delgado hilo que va de la realidad a la ficción.
Ah, para el final, el llamado tinto, un café oscuro que a estas alturas seguramente se servirá al pegadizo ritmo de la cumbia, que aquí, claro, suena de maravillas.
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