Paraná: la ciudad de cara al río que parece mar
Hay mucho para hacer y descubrir en Paraná, la ciudad entrerriana con aires de pueblo a la que siempre se vuelve
Paraná es el río. Sin ese río la capital entrerriana no se llamaría así, para empezar, y no tendría esas casas enormes como monumentos, con sus ventanales de cinco mil pulgadas, frente las barrancas verdes y escalonadas que dan al agua: el Parque Urquiza. En estas tierras altivas, diseñadas por el francés Carlos Thays, cantan teros y jilgueros; la gente corre, toma mate, se besa y duerme la siesta bajo la sombra de los palos borrachos, ceibos, lapachos, jacarandás.
El río y el parque son un solo corazón y el corazón del parque, entre el monumento a Urquiza y el Puente de los Suspiros, con cascadas y escalinatas de calcáreo -vistas de arriba, parecen arterias-, necesita urgente un bypass. La imaginación de esta cronista, que creció subiendo y bajando esos balcones naturales, forra las escaleras con mosaicos coloridos, como los del mural de la Casa de la Cultura, en la calle Carbó, o los del Park Güell, en Barcelona; y en aquel círculo de cemento destruido, justo debajo de la torre, visualiza un gran mandala hecho por Poty Zidenberg, el nuevo mosaiquista de Paraná.
Sin las islas que lo fragmentan, el río tampoco tendría esa gracia, ese ondular, esa forma de pasar. "Un laberinto de pequeños brazos, separados por islas bajas cubiertas de bosques", escribió Darwin en su diario de viaje, cuando pasó por estos pagos en 1833. Las islas, donde ahora se venden lotes que asoman o desaparecen según las inundaciones, lo diferencian del Río de la Plata y lo emparientan con el delta, pero con playa. Playas idílicas que se llenan en verano y podrían arruinarse si no se controla la basura.
"Mar oscuro" llamó al río el poeta entrerriano Juan L. Ortiz. Y por los dientes de tiburón y conchas marinas que encontró Darwin en los acantilados de la Baxada, donde se asentaron los primeros colonos, parece que este río ya fue mar. Navegarlo es debido, a remo, en lancha, en balsa o catamarán, no hay mejor vista de la ciudad que la que ofrece el río. Tal vez compita un poco la del último piso del hotel Maran Suites & Towers, que está frente al parque y a este río que parece mar. Eso es Paraná en guaraní: río pariente del mar.
La fiesta de disfraces
"La gente disfraza su auto, te subís a un taxi y el tipo tiene la careta de goma", dice Julián Abramor, treintañero, contextura de rugbier. En el fondo, él tampoco puede creer lo que pasó con esa fiesta de disfraces que su grupo de amigos hizo por primera vez en agosto de 1999, en el Club Ciclista, para celebrar varios cumpleaños.
Si uno pone "fiesta de disfraces" en el Google, lo primero que sale es Paraná, aunque el Google esté en alemán. A la fiesta del club fueron 150 personas disfrazadas, hoy van 50 mil y se disfraza hasta el taxista que te lleva. En la ciudad más tuerca del país, donde los chicos manejan desde los once años, la fiesta atrajo más gente que el Turismo Carretera. Hay rumores de que una marca de cerveza está loca por comprarla y trasladarla a Buenos Aires; o que la compró Tinelli.
En Paraná, un pueblo de 350 mil habitantes, como la describe durante un paseo el arquitecto Fernando Ponce, siempre hay rumores. Lo cierto es que en agosto del año pasado, el túnel subfluvial que une Paraná con Santa Fe tuvo récord histórico de pasadas; aparecieron muchos hostels nuevos y twitters como "Se busca un pirata rubio que se chapó un pollito amarillo". El grupo de amigos logró que esta ciudad, 500 kilómetros al noroeste de Buenos Aires, se conozca más por la fiesta de disfraces que por haber sido capital de la Confederación Argentina entre 1854 y 1861, bajo el gobierno de Urquiza.
Sí que hay
"Acá no hay nada para hacer", mienten muchos paranaenses. El Embudo es una agenda cultural mensual que confirma que al menos de miércoles a domingo se hace de todo. Hay un grupo que se llama Samba na Esquina y toca música brasileña calurosa que va rodando por distintos lugares y se hizo famosa por su fiesta callejera de los 31 de diciembre, en la esquina de Victoria y San Martín.
El Cine Club Musidora proyecta películas de culto, los miércoles, en Casal de Catalunya, y hace 27 años que La Hendija (Gualeguaychú 171) ofrece las más variadas actividades artísticas. En el Club Social, con sus aires de prestigio renovados frente a la Plaza 1º de Mayo, hay jazz, milongas, fiestas; y en La Vieja Usina, el nuevo patrimonio histórico de la ciudad, suelen tocar músicos de la región como los del Ensamble Litoral Tangó: 26 artistas en escena rebaten tambores fabricados in situ mezclando el afro (candombe) con el litoral (chamamé). Desde hace años Paraná viene rescatando algunas raíces africanas olvidadas con el Contrafestejo, una fiesta popular con llamada de tambores que se hace cerca del 12 de octubre en la plaza Alvear.
Está también el boom del stand up, liderado por el grupo Litoral Stand Up, que se presenta en La Copa y deja entrever la idiosincrasia local a través del humor. Y del stand up paddle, que es remar parado sobre una tabla en el río. En agosto Paraná va a ser sede de la quinta fecha del circuito nacional de SUP. Hay un Museo de Bellas Artes gratuito que, para celebrar sus 90 años, expone obras de su colección sobre mujeres. Cuadros del entrerriano Quirós comparten paredes con artistas contemporáneos como Javier Solari, que tiene su taller en la mítica esquina de 25 de junio y Buenos Aires y se puede visitar hasta de noche.
Los fines de semana suele haber ferias de diseño en el Puerto Viejo; y hay un Museo y Mercado Provincial de Artesanías, casi olvidado, casi desconocido hasta para los paranaenses, donde venden maravillas como mates forrados en escroto de toro o piel de surubí, muñecas hechas con chala de maíz, chalinas tejidas al telar por tejedoras de Feliciano, La Paz, Paraná, Federal; chalecos de lana de oveja y cuchillos que son obras de arte, a precio amigo.
A la hora de la siesta no vuelan ni las palomas, hasta los museos cierran de 12 a 16. La piscina climatizada del Maran sí funciona, y el casino del hotel Mayorazgo, donde se juega y se fuma compulsivamente, también. Los lunes, cuando realmente no hay nada para hacer, hay que irse a la Aldea Brasilera, fundada en 1879 por alemanes del Volga que pasaron por Brasil antes de asentarse en Argentina, unos veinte kilómetros al sur de Paraná, y sentarse en el Munich, restaurante de la familia Heim, a comer escabeche de conejo, salchichas con chucrut y lechón con papas, batatas y filser, con cerveza artesanal.
Grand Tour
En la peatonal, frente al Flamingo Grand Bar, donde sirven unos sándwiches gloriosos, hay un inodoro con respaldo de hierro, pintado con la bandera argentina. Lo dejó hace unos meses el artista plástico Ricardo Villarraza. Un chico le saca una foto, una señora pasa sin verlo, y llega el arquitecto Fernando Ponce -alto como jugador de básquet-, que conoce la ciudad como si fuera una maqueta de su estudio. Sabe por qué falta la estatua de San Pablo, al lado del San Pedro, en la catedral, y dónde está el palacio que era del abuelo del papa Francisco; que al edificio que está sobre el Flamingo y fue el primer hotel de Paraná, lo compró el marido de Valeria Mazza, y que la plaza Alvear fue un molino de harina.
Paraná es el reino de la harina. Hay una panadería por cuadra. A las seis de la tarde, de las tortas negras, los bizcochitos de grasa y los borrachitos, que se llaman así porque desbordan almíbar, no queda nada. Tomar mate con facturas es más clásico que dar la vuelta al perro en auto los domingos por la costanera. La gente anda con el termo bajo el brazo, como en Uruguay; se saluda con alguien cada dos minutos y le encanta conversar; habla pausado y agudo, como los gauchos o los uruguayos. Podría decirse que Entre Ríos es el Uruguay argentino.
Ponce no come harina, así bajó como ochenta kilos. En Paraná la gordura es todo un tema. "¿Cómo anda la Caro?", pregunta una. "Re bien, está re flaca", responde la otra. La medida de la felicidad es el diámetro de la persona y las dietéticas están de moda. Todos andan comiendo chía y quínoa.
Es, también, un semillero de talentos y gente hermosa. Valeria Mazza y Maju Lozano, Leonor Benedetto y Mauricio Dayub, el director de teatro Lito Senkman y la cineasta Celina Murga, el escritor Ricardo Romero y el periodista Eliezer Budasoff, los ex Pumas Annichini y Avellaneda salieron de acá. Las mezclas de italianos con vascos con alemanes con rusos con árabes con franceses con ingleses y algún que otro indio resultaron en bellezas que caminan por las veredas interminables que bajan hasta el río. Por eso las piernas paranaenses son famosas. Hay que subir esas cuestas. Aunque cada vez se anda más en auto y en moto.
Paraná es tan tuerca que tiene la única fábrica del país de réplicas de Bugatti y otros autos de colección: Pur Sang, de Jorge Anadon. Y es en el barrio más tuerca de todos donde crecen huertas urbanas.
Volver al pago
El que se fue de su villa y volvió no perdió ninguna silla: creó una nueva. Nina Lif todavía no cumple 30, viajó por Sudamérica, cambió sus hábitos alimentarios, volvió y construyó Mainumbí, que en guaraní significa colibrí y es la primera granja urbana de Paraná. Un caserón abandonado, entre negocios de repuestos de autos y concesionarias, fue transformado en un espacio que podría salir en revistas de decoración. Allí crecen zapallos e hinojos, dan clases de alimento vivo, yoga, telar y construcción natural; se puede comprar crackers de sarraceno y tejidos de Telar del Río. Santiago Mele volvió de Buenos Aires en 2014, con hijos chicos y demasiadas noticias sobre inseguridad. Después de trabajar años en gastronomía, abrió Nicassia, una parrilla muy bien puesta que rinde culto a la carne y el pescado hechos a leña y en el momento. Queda en el Acceso Norte, en el campo, pero a diez minutos del centro. Ventajas locales. Tal vez la pionera en irse, volver y hacer sea Estela Andreucci, que vivió 27 años en Suiza y en 1998 abrió La Fourchette, un restaurante gourmet en el Gran Hotel Paraná, cuando la palabra gourmet era desconocida. "Tres años para que entre el primer paranaense", dice Estela, delante de un plato de surubí que le hace honor a aquella palabra, ahora tan trillada.
Pasaje 501, frente a la escuela más linda del país, la del Centenario, es el bar que abrieron dos treintañeros que viajaron y volvieron inspirados: Tomás Ascua y Lucas Devinar transformaron el almacén de la esquina en un pasaje francés donde sirven cócteles, tapas y picadas con nombres de aeropuerto.
Los paranaenses se van pero vuelven, como Ana, el personaje del primer largometraje de Celina Murga -que ya filmó con Martin Scorsese- y es un fiel retrato de esta isla mesopotámica.
Datos útiles
Cómo llegar
En avión: Aerolíneas Argentinas tiene un vuelo diario desde Aeroparque. A partir de $ 1.959 ida y vuelta, impuestos incluidos. En bus: Flechabus, Zenit, Costera Criolla y Rápido Tata tienen varias salidas diarias a partir de $530. Siete horas de viaje aprox. En auto: Por la RN9 y Autopista Rosario-Santa Fe son 500 km. Por Entre Ríos: cruzar el Puente Zárate Brazo Largo, tomar la RN12(a la altura de Ceibas) y la RP11. Son 454 km, con bellos paisajes y menos peajes.
Dónde dormir
Maran Suites &Towers: Alameda de la Federación y Mitre. Tel.: (0343) 4235.444. www.maran.com.ar. Frente al Parque Urquiza, este hotel de 66 habitaciones abrió en 2005, tiene piscina, spa y es pet friendly. Desde $1.190 más IVA la doble con desayuno. Consultar promociones.
Gran Hotel Paraná: Urquiza 976. Tel.: (0343) 422 3900. www.hotelesparana.com. Frente a la plaza 1º de Mayo, en pleno centro, tiene paquetes desde $1.179 con desayuno y cena incluida en La Fourgette para las vacaciones de julio.
Dónde comer
Nicassia: Acceso Norte. Tel.: (0343) 414-0254. www.nicassia.com.ar. Parrilla de culto. Imperdible el bife de picaña madera ($190). Al mediodía tienen menú ejecutivo por $175. Fines de semana, reservar.
Lola Valentina: Mitre 302. Tel.: (0343) 423-5234. Cocina tradicional paranaense. Boga ($110), pacú, dorado y surubí; al limón, a la pizza, al roquefort. Todos buenos. Hay pastas caseras y parrilla.
Pasaje 501: Alameda de la Federación 501. www.facebook.com/Pasaje501. Desde rabas ($80) hasta tapas de caviar ($100) o burritos de pollo ($90), todo casero, acompañado por buenos tragos y djs paranaenses, de martes a domingo desde las 20h.
Munich: Avellaneda y Lavalle. RP 11 km 19. Aldea Brasilera. Tel.: (0343) 485-3015. Abierto desde 1970 y lleno de fotos con historia, sirve platos típicos de los alemanes del Volga. La bandeja Munich trae todo lo que hay que probar y es gigante ($110). La cerveza, artesanal y deliciosa. Martes cerrado.
Paseos
Costanera 241: en Buenos Aires 212. Tel.: (0343) 423-4385. www.costanera241.com.ar. Excursiones por el río, de pesca y visitas a las Aldeas Alemanas.
Arq. Fernando Ponce: Tel.: (0343) 404-1948. fernanditoponce@yahoo.com.ar. Especialista en patrimonio urbano y arquitectónico, muestra la ciudad desde una óptica artística y arquitectónica. $75 por persona.