Para hinchas del litoral, nada como la 12
De punta a punta, esta ruta recorre más de 1600 km hasta los Esteros del Iberá y las Cataratas del Iguazú, atravesando Entre Ríos, Corrientes y Misiones
La lluvia castiga con fuerza el asfalto de la ruta 12. Es un aguacero bíblico, con inabarcables nubes de tonos azabaches, relámpagos fantasmales y truenos que estremecen la tierra. Sobre los campos que se orillan al camino, los árboles se sacuden con ráfagas de viento que parecen querer arrancarlos de cuajo. A merced del mal clima, apenas si puedo apretar el acelerador de la camioneta para que los kilómetros no pasen tan despacio. Llevo ya casi diez horas de lento andar y aún me quedan un par más antes de llegar a los Esteros del Iberá.
La ruta 12 es la columna vertebral de la Mesopotamia. Corriendo paralela a las aguas del Paraná durante gran parte de su extensión, atraviesa sucesivamente el extremo occidental de Entre Ríos, Corrientes y Misiones antes de terminar su rumbo en la ciudad de Puerto Iguazú, ya en la frontera misma con Brasil. Totalmente pavimentados, sus 1640 kilómetros permiten llegar hasta algunos de los sitios más encantadores de la geografía mesopotámica, entre ellos los Esteros del Iberá y las Cataratas del Iguazú. Sin dudas, una tentación irresistible para quienes disfrutan de hacer turismo a través de las rutas.
"El asfalto está impecable en casi todos los tramos", me dijo Raúl, un chico rubio de unos treinta años que me cargó combustible en una estación de servicio de Gualeguay, en el sudoeste de Entre Ríos. Llevaba por entonces apenas 230 kilómetros sobre la ruta 12 y el cielo casi totalmente despejado no hacía presagiar la lluvia que se desataría más tarde. Imaginé que, a buen ritmo, en siete u ocho horas más podía estar en Ituzaingó, la ciudad correntina desde la que es posible ingresar a los Esteros del Iberá a través del llamado Portal Cambyretá, el más septentrional de los accesos al humedal. Treinta minutos después, con la tormenta ya desatada, me di cuenta lo errado de mis cálculos.
Después de Gualeguay, la ruta 12 lleva hasta las localidades de Nogoyá, Diamante y Paraná, la capital entrerriana. Luego, ya en tierras correntinas, se atraviesan Esquina, Goya y Empedrado antes de llegar a la ciudad de Corrientes, la capital provincial. Cualquiera de ellas bien merece una visita, en especial Goya y Esquina, en las que la pesca del surubí y los carnavales son una verdadera marca registrada que atrae a varios miles de visitantes. Sin embargo, la tormenta me obligó a pensar sólo en llegar a Ituzaingó con tiempo suficiente como para conseguir algún alojamiento antes de que llegara la noche.
Una breve detención en la basílica de la Virgen de Itatí, en el kilómetro 1090 de la ruta, fue mi único paréntesis en el viaje hasta el portal norte de los Esteros del Iberá. Ya habrá tiempo para detenerse en todos estos lugares a la vuelta, pensaba mientras seguía manejando bajo la lluvia.
Llegando al humedal
Sobre el kilómetro 1160, en las cercanías del pequeño pueblo de Berón de Astrada, la lluvia al fin termina. Enseguida las nubes empiezan a desaparecer y en el horizonte se deja ver un magnífico atardecer de tonos amarillentos y rojizos que ya no me abandonaría hasta llegar a Ituzaingó. "Mañana el día va a estar muy bueno, porque la luna se ve limpia", anticipa el conserje del hotel en el que me alojo, a apenas tres cuadras de la zona de playas que la ciudad tiene sobre la ribera del Paraná. El pronóstico es acertado, porque el amanecer encuentra al cielo totalmente despejado.
Sin desayunar, ansioso por aprovechar al máximo el día, hago 15 kilómetros por el asfalto de la Ruta 12 hasta una bifurcación de tierra y arena en buen estado que lleva hasta el Portal Cambyretá. Desde el comienzo de esa bifurcación hasta el acceso a los Esteros del Iberá son aproximadamente treinta o cuarenta minutos en camioneta en los que hay que atravesar seis tranqueras, todas sin candado. Pese a que el camino está bien señalizado, es conveniente llegar hasta allí con un guía local.
Los Esteros del Iberá constituyen un enorme humedal formado por cientos de riachos, arroyos, lagunas, bañados y embalsados que se asientan sobre viejos lechos ya abandonados por el río Paraná. Su enorme superficie, cercana al millón de hectáreas, lo ha convertido en el segundo humedal más grande del mundo, apenas por detrás del Pantanal del sur brasileño. Existe una decena de accesos a Iberá, de los que el más tradicional es el que se encuentra en Colonia Pellegrini, sobre la margen oriental de los Esteros. Sin embargo, el ingreso por Cambyretá permite entrar en contacto con un humedal más salvaje, más inexplorado, en el que es posible avistar enormes grupos de hasta treinta o cuarenta carpinchos y ciervos de los pantanos. Claro está que la falta de costumbre en el contacto con el ser humano hace huidizos a estos animales, algo que no sucede en Colonia Pellegrini, donde los ejemplares se han habituado a la proximidad con los turistas. Por eso, nada mejor que recorrer esta parte de los Esteros del Iberá con un buen par de binoculares.
La variada fauna de esta región de humedales incluye 360 especies de aves, 85 de mamíferos, 45 de anfibios y 35 de reptiles. Más allá del carpincho y el ciervo de los pantanos, el animal más representativo de los Esteros del Iberá es el yacaré. Propio de las regiones tropicales y subtropicales de Sudamérica, el yacaré es un tipo de caimán que puede llegar a medir tres metros de longitud. En Iberá coexisten el llamado yacaré overo y el yacaré negro, dos especies diferentes que pueden ser distinguidas por el tamaño de su hocico, ya que mientras que el overo posee una boca ancha, el negro exhibe un hocico alargado y angosto en el que siempre sobresalen afilados dientes. Para verlos, nada mejor que embarcarse en una canoa con algún guía local y salir a navegar entre los embalsados, unos conglomerados de vegetación y tierra que flotan a la deriva y conforman la geografía esencial del humedal.
Ruinas, saltos y cataratas
Luego de visitar los Esteros del Iberá, el viaje por la ruta 12 llega a Misiones. A poco de atravesar la frontera interprovincial, señalizada con un enorme arco de cemento, la carretera ingresa a la ciudad de Posadas, capital misionera. Tan sólo 60 kilómetros más adelante el asfalto orilla las ruinas de San Ignacio Mini, una reducción jesuítica que fuera fundada en el siglo XVII para evangelizar a los nativos guaraníes y que tras ser abandonada fuera saqueada e incendiada en 1817 por tropas paraguayas en medio de un anárquico contexto político de la región. Hoy en día esas ruinas constituyen uno de los vestigios más importantes de lo que fueran las reducciones jesuíticas en América latina y varios cientos de miles de personas las visitan anualmente, especialmente desde la muy cercana Posadas. "Ahora que tenemos un Papa que además de argentino es jesuita, estas ruinas están explotando de turistas", confiesa exultante César, un chico misionero que vende estampitas de Francisco en un puesto ambulante cercano a San Ignacio Miní. "Cada una por diez pesos. O dos por quince", ofrece.
Sobre el kilómetro 1437, la ciudad de Jardín América abre las puertas a otra bifurcación. Desde allí sale una ruta que lleva al Parque Provincial Salto Encantado, previa escala en el pueblo de Aristóbulo del Valle. Apenas tomada esta ruta lateral, la selva misionera se hace presente en toda su dimensión y cierra las copas de sus árboles más altos sobre el asfalto. Hoy en día, esta selva ocupa más de la tercera parte de la provincia de Misiones, pero hasta hace seis o siete décadas llegaba a cubrir casi la totalidad de su territorio. Sin embargo, esa superficie se vio dramáticamente reducida por la tala indiscriminada de ciertas especies de árboles y la irrupción de amplias zonas de cultivo de té, tabaco y yerba mate. "En la época de mi abuelo, Misiones no era más que puro verde, puro río y pura tierra colorada. Por acá había yaguaretés, todavía. Eso ahora se terminó", se lamenta Horacio, un hombre ya mayor, de unos setenta años, que conozco en un bar de Aristóbulo del Valle. Casi sin darse tiempo para respirar, se toma tres cervezas y me invita con una cuarta. "Lo que no ha cambiado es el calor. Eso sigue siempre igual", dice Horacio.
Desde Aristóbulo del Valle hay apenas 6 kilómetros hasta el Parque Provincial Salto Encantado, una reserva de vegetación opresiva que posee una gran cantidad de cascadas de las cuales la mayor es la que le da el nombre al área protegida. Visible desde los miradores construidos en las cercanías de las zonas de acceso al parque, el Salto Encantado es una caída de agua de 64 metros de altura que se precipita encajonada por un oscuro paredón de rocas siempre húmedas. Alrededor de este salto corren varios pequeños arroyos, como el Urú y el Cuña Pirú, ambos de aguas cristalinas que serpentean entre arboledas muy profundas.
De regreso a la ruta 12, el rumbo comienza a parecerse a un tobogán. El asfalto sube y baja, siguiendo el perfil de sucesivas lomadas. Orillados al camino, desfilan algunos carros tirados por bueyes de muy largos cuernos que marchan con el paso lento y las enormes cabezas gachas. En el kilómetro 1601 se llega a Colonia Wanda, un sitio al que han hecho famoso sus minas de piedras semipreciosas de cristales de cuarzo, amatistas, topacios y ágatas. Desde allí hay apenas media hora más de carrtera hasta Puerto Iguazú, la puerta de entrada a las maravillosas Cataratas del Iguazú.
En cada rincón de la ciudad hay agencias que ofrecen tours para visitarlas, con precios que pueden ser muy diversos según se trate de un cliente argentino, brasilero, estadounidense, europeo, chino o japonés. Declaradas desde hace casi cuatro años como una de las nuevas siete maravillas naturales del mundo, este conjunto de 275 saltos que conforman las Cataratas del Iguazú atrae anualmente a más de un millón de personas. "Con tanta gente los precios han subido para todos, especialmente para los extranjeros", señala Roberto Salvatierra, un guía turístico que nació en Buenos Aires pero vive en Puerto Iguazú desde hace una década.
El día está otra vez despejado y la lluvia del comienzo del viaje parece que ya no regresará más. Cuando menos por una semana, según marca el casi siempre confiable pronóstico del sitio web WindGuru. Tiempo entonces de visitar las Cataratas, en el final mismo de la Ruta 12.
Datos útiles
Sobre la ruta: la ruta 12 se inicia en la ciudad bonaerense de Zárate y concluye en Puerto Iguazú, al norte de Misiones. Son en total 1640 kilómetros, totalmente asfaltados. Para realizar íntegramente su recorrido se deben calcular 124 litros para un automóvil naftero standard.
Dónde dormir: en Esquina, la estancia Buena Vista ofrece cabañas con pensión completa y excursiones por 1050 pesos. Reservas en www.estanciabuenavista.com.ar
En Ituzaingó, el Hotel del Lago está ubicado a tres cuadras de las playas ribereñas y tiene dobles por 650 pesos, con desayuno incluido. Reservas en www.dellagohotel.com.ar
En Posadas, el HA Urbano ofrece dobles con desayuno incluido desde 980 pesos. Reservas en www.haposadasurbano.com
En Puerto Iguazú, el tradicional Gran Hotel Tourbillon tiene dobles desde 900 pesos, con desayuno incluido. Reservas en www.granhoteltourbillon.org.ar
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