¡Orden y limpieza!
¡Orden y limpieza!
Contaba mi madre que cuando vivía en Italia, a sus siete, parte de la tradición del 31 de diciembre, de la llamada Nochevieja, era tirar la casa por la ventana. Literalmente.
Tirar lo viejo. Desprenderse de muebles, de objetos, de todo aquello que ya no sirviera.
Se cree, se dice que para que un nuevo ciclo germine, es necesario limpiar el terreno; soltar, tirar, revolear por la ventana todo lo que ya haya caducado o de algún modo resulte obsoleto.
El verbo limpiar se escapó de su ámbito específico y es común escuchar a cualquiera en un proceso de crecimiento y/o sanación usándolo. "Estoy limpiando", te dirá, como si todos cargáramos con un stock de bolsas de polietileno llenas de basura propia y ancestral a las que debemos ir despachando... no sin trabajo.
El caso es que me tomé la tarea de orden y limpieza muy a pecho.
Si se cruzaron una tipa el 1 de enero comprando en un chino lavandina, limpiavidros, detergente, Procenex, me voilà!
Y como estaba sin hijas, que pasaban el comienzo del año con la parentela paterna, y dado que soy la mamá, puse el foco del trabajo en su pieza.
Los pichichos que Lalá Noel había regalado, a sus respectivos bolsos.
Los mil y un utensilios de cocina que hemos ido acumulando estos años, al cajón de madera.
Peluches y muñecas, al canasto rojo.
Algunos no pasaron la aduana... Estaban grises de tanto polvo acumulado, quedaron en la cola que espera (para ser lavados).
Se notó la concurrencia de mis hijas a varios cumpleaños en el mes último porque era común, tras correr cajas y canastos, encontrarse con el siguiente espectáculo:
Muchos capuchones de marcadores. Si hay algo que me da pena, en términos de pequeñas pérdidas materiales, es el extravío del capuchón.
Encontrar un capuchón perdido es tener la certeza de que la otra parte, el marcador, está sin él, lentamente secándose.
Qué difícil, en fin, inculcarles a los hijos el sentido del orden. Que se responsabilicen por su orden y su desorden. Dirán que el ejemplo es importante y, sin embargo, tengo fresco el caso de abuela y madre. Aquélla tenía (todavía tiene) disciplina suiza en relación al orden y limpieza, madre era opuesta.
Cuestión que en plan de orden y limpieza llegué a lo que hoy es su biblioteca. Una repisa que funciona a modo de juntadero de libros, cuadernos viejos y cualquier otra carpeta o papel.
Separé libros de cuadernos, a los que asigné otro espacio, y encontré un pequeño objetivo para estos primeros días del año.
Se me ocurrió sugerirles a mis hijas que les pidan a los Reyes Magos un par de repisas, así armamos una biblioteca... a consciencia.
Léase: bien ordenada y a su altura (la repisa en la que ahora tienen los libros está altísima).
La biblioteca tiene un indiscutible sentido práctico, juntar y organizar en un mismo lugar todos los libros para tenerlos a mano.
Pero a la par de esa función concreta, ¿saben qué siento cuando paseo mi vista por los diversos estantes de mi biblioteca? Recuerdo mi vida.
La biblioteca es un mapa de mi vida. Cada uno de esos libros es un sistema de símbolos que nutrió, coloreó, moldeó un bloque de tiempo determinado de mi historia.
Mi vida no sería mi vida si la biblioteca fuera otra...
Pensé, pues, qué lindo sería que, por un lado, ellas puedan disponer de sus libros cuando quieran leerlos, y que empiecen, por el otro, a tener ese archivo de lecturas, de cuentos, de historias que las fueron atravesando, como un índice de su pasado.
¿Les gusta mi idea?
¿Ustedes cómo arrancaron el año?
¿Qué sienten que deberían limpiar, soltar, tirar que ya no sirva en su presente?
¿Algún pequeño objetivo para estos primeros días?
...
Leyendo en la librería:
PD: ¡Muy buen martes! Como siempre, para contactarme por privado, me encuentran en FB.
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