... O bueno por conocer
Juan,
En tu último post pusiste: "...me gustaría que mi próxima pareja salga de un hecho accidental, como cruzarla en la calle, levantarle las hojas que se le volaron, e invitarla a tomar un café, un trago, cualquier cosa. Algo más análogo."
Parece que la cuestión de la analogía, del cara a cara, nos está costando mucho.
¿Sabés qué creo? Que tal vez estemos utilizando nuestros celulares como armaduras. Muros para protegernos de aquello que nos podría pasar si comenzáramos a observar, a vernos. Afuera hay un mundo que puede revelar muchas alegrías, pero también tristezas. Nosotros –vos, yo – somos portadores de alegrías y tristezas. A veces, simplemente nos cuesta verlo en otros y mostrarlo. Y no creo que sea algo nuevo, un patrimonio de estos tiempos, no; antes también se escondía la mirada abajo de un sombrero, detrás de un diario o un libro. Aunque ahora, tal vez, la situación sea más extrema. Pareciera que está en nuestra naturaleza la necesidad de protegernos en público. Protegernos de la posibilidad de que se develen emociones ajenas y propias. Protegernos de la posibilidad de encontrarnos ante un mundo que necesita mucho amor. Protegernos de lo evidente: la necesidad de cambio.
Porque creo que si empezáramos a mirar y sentir más lo que sucede a nuestro alrededor, observar lo que transmiten las caras, los gestos, las sensaciones, los pasos, las posturas, los aromas, las voces, creo que entonces, en ese instante, nos invadiría una mayor urgencia por reaccionar, hacer algo, lo que sea, para mejorar y mejorarnos.
Pienso que escondernos detrás de nuestras armaduras, forma parte de esa expresión tan mencionada hoy: "quedarse en la zona de confort".
Hace unos días, estuve acompañando a una autora que vino de visita desde España. Hicimos un hermoso recorrido por librerías, algunos paseos por Buenos Aires y un día intensivo en la Feria del Libro, donde dio una charla y firmó sus novelas.
Hace años, ella libró una batalla contra una enfermedad compleja, y el día de la presentación hizo referencia a ella. "Por mucho tiempo sentí que mi enfermedad era el único terreno que podía dominar, era mi escudo. Ser víctima, y en ese proceso no mirar al mundo, era mi caballito de batalla. La enfermedad me justificaba mi egoísmo. Tenía que salir de mi zona de confort.", compartió ella en un momento.
"¿Cómo hiciste para salir de la zona de confort?", preguntó una chica desde el público.
Ella, entonces, dijo algo quizás muy obvio para muchos, pero yo no lo había escuchado antes. Dijo que para ella, salir de la zona de confort no significaba necesariamente dar de pronto grandes vuelcos en la vida. Que no se trataba únicamente de cortar con relaciones dañinas, mudarse de espacios opresivos, cambiar la carrera que no nos representa, renunciar al trabajo que nos asfixia, o animarse a viajar -aún enferma- para estudiar en otra cultura y ver el mundo con otros ojos, como hizo ella.
"No, para salir de la zona de confort no es necesario dar enormes saltos", dijo. "Creer eso es quizás una excusa para no animarse al cambio. A veces, un pequeño paso ya te modifica tu vida. Una pequeña diferencia ya es salir de tu zona de confort."
"Esto puede ser decirle que sí a una salida con amigos cuando nos solemos quedar encerrados, animarnos a probar una comida nueva; explorar y descubrir música y darle play a un disco entero de banda que nunca escuchamos; ver un tipo de cine que nunca miramos; explorar con otros géneros de lectura; dar un paseo por que sí, cuando ni lo teníamos pensado. Todas estas cosas, que parecen pequeñas, nos cuestan mucho. Nos alejan de nuestras armaduras. Hacerlas, probarlas, ya es un cambio, ya es salir de nuestra zona de confort. Si somos capaces de ello, un día seremos capaces de cambios radicales."
Sonreírnos porque sí en la calle, abrazarnos con quien no solemos hacerlo, subir la mirada de nuestros celulares, me dije para mis adentros en ese instante; eso es también salir de nuestro territorio conocido. Es cambio.
Justo para esos días me había llegado una invitación de una amiga para escucharla leer su poesía, junto a otros poetas y escritores, en un bar. Yo no leo poesía, por ende, tampoco frecuento este tipo de actividades. "Vaya uno a saber en qué anda la poesía en estos días", pensé, "Por qué no probar con cosas que habitualmente no haría."
Cuando llegó el día, se conjugaron una serie de variables que me invitaban generosamente a no asistir a este evento: mi compañera de salida se enfermó, yo estaba muy cansada y llovía.
Excusas. Eran sólo excusas porque en el fondo me costaba la idea de ir a escuchar poesía sola. Podía ir sola, podía soportar la lluvia, y estaba despabilada.
Así fue como me encaminé hacia el bar, que es también una librería. Al llegar me fasciné una vez más con ese paisaje de libros de varios colores y texturas; estantes repletos, mesas cubiertas, escaleras y muebles todos de madera oscura y que le regalan al lugar una sensación placentera de hogar. Y el bar restaurante, con sus menús del día escritos en tizas de colores, sus mesas pintadas en tonos alegres y un patio con plantas. Un marco ideal para una sesión de poesía y música.
Me acerqué a un grupo de personas jóvenes y ya no tanto, y pregunté por mi amiga la poetiza. "Ah no, ella se bajó a último momento, no viene."
Ahora sí tenía la excusa perfecta para irme. Una cosa era sentarme sola en una mesa, pero tener a una amiga a quien mirar y escuchar, aunque sea a lo lejos, otra era estar sentada comiendo sola, en un lugar de gente toda amiga entre sí, y escuchar la lectura de un género que no me es familiar.
Un hombre, que se ve que sí lleva el hábito de observar, adivinó mi expresión y me dijo: "Pero ya que estás, quedate. Todos nosotros sí vinimos."
Así fue como elegí una mesa en primera fila, algo rico para comer y una cerveza. Al segundo, dos chicos que calculo que tendrían mi edad más o menos, me acompañaron. Uno de ellos iba a leer.
Para mi sorpresa, la poesía estos días anda muy bien. De hecho, ¡Lo disfruté muchísimo! No resultó para nada lo que esperaba. El tiempo se me pasó volando y para el cierre, una mujer de voz dulce, tocó unos temas bellísimos, con letras sentidas y movilizantes. Te dejo algo de ella:
Y tuve una conversación muy interesante con una persona que acababa de conocer y que no miró ni una vez su celular (¡Faaaaa!). Una de esas charlas sobre la vida; esas que no tratan de nada y a la vez tratan de mucho. Al final, todavía existen ese tipo de encuentros.
En fin, gracias al hecho de no dejarme vencer por mi comodidad y prejuicio, pude disfrutar de un momento diferente y conocer personas que les gusta observar, escuchar y conversar.
Y todo cara a cara, sin armaduras.
Me fui a dormir contenta.
Beso,
Cari