Noches de ronda alejadas del city tour
Joan Manuel Serrat madruga en el campo y trasnocha en la ciudad. Son escenarios y horarios diferentes y excluyentes. En uno la naturaleza, en otro la gente. Es una grata experiencia ver el amanecer en soledad, cuando todo despierta. Aunque uno siga durmiendo hasta el ring del despertador. En cambio nadie tiene apuro para irse a dormir, ni siquiera los chicos que necesitaban un cuento de las abuelas que ahora están ocupadas viendo Las mil y una noches de la serie turca. Y después de la telenovela o la película los grandes tienen un temporizador en la TV para que se apague sola.
En Roma se desayuna de pie. Basta un espresso con un cornetti (el croissant de los franceses) pero por la noche se come al fresco, paladeando la pasta igual que el dolce far niente de las mesas en la vereda con el elenco estable de la opera callejera.
En cualquier gran ciudad el almuerzo es más económico que la cena: un 15 o 20% menos, promedio. No hay menú ejecutivo nocturno. En tren de conquista a nadie se le ocurre intentar seducir a mediodía, a menos que sea una compañera/ro de trabajo. Si se propone salir, un eufemismo obvio, está la oscuridad de por medio. En una noche en Praga, después de ver La Flauta Mágica, el plan turístico incluía una velada con velas y violinista incluido.
El ránking globalizado de las World Cities valora la oscuridad cuando el telón negro resalta el candelabro de oro de la Tour Eiffel o en Tokio la vía blanca deslumbrante de sus avisos luminosos. Incluso en Las Vegas inventan un día artificial de 24 horas para los casinos. Aunque nada pueda competir con una noche estrellada en el campo.
La vida nocturna es la compañera de ruta de gastronomía, espectáculos, discotecas (la ruta del bakalo en Ibiza) y hasta el sexo en los barrios rojos: calle de las vidrieras en Ámsterdam o Sant Pauli en Hamburgo, la atracción turística de Kabukicho en Japón o Pap Pong en Bangkok. Mas las/los escorts que están en las libretas confidenciales de los concerjes. Son lugares que, igual que algunas flores, se abren de noche.
Lo mismo a la hora de comer. Vittorio Gassman iba a Pipo en Vermicelli Street con tuco y pesto porque estaba siempre abierto. Y Horacio Ferrer con Astor Piazzolla se emocionaban con el Chiquilin de Bachin o en las cantinas del Abasto, igual que Gardel. Lo mismo que ir a Zum Edelweiss después del Colón.
En New York el safari sentimental en The Sex and the City era nocturno y, terminada la serie, hoy se hace un tour por los mismos lugares del Meat Packing o el nuevo High Line en Chelsea. Estas excursiones frecuentan los mismos lugares como en los que siguen a Mad Men cuando Dan Drapper se toma vacaciones.
La noche no es un día sin sol. Es otra cosa. Lo comprenden los taxistas, nuestros psicoanalistas rodantes. Después del atardecer algunos pertenecen a otra forma de ser, de manejar, de hablar con el pasajero, de transmitir seguridad, solidaridad o temor. En la notable película de Jim Jarmusch de 1991 Night on Earth (Una noche en la Tierra) me sentí de vuelta en Los Angeles, en Broadway o el frío de Helsinki. Tampoco me olvido de Robert de Niro en Taxi Driver de Martin Scorsese que es más neoyorquino que Woody Allen.
En París es distinto porque hay que ir a las paradas a buscarlos, no les gusta deambular vacíos. Y a veces hay que caminar mucho, demasiado, y terminar esperando el ómnibus Noctilien (antes Noctanbus) que circula entre medianoche y las 7 de la mañana porque no hay subterraneos desde la 1 de la madrugada. Los parisinos saben cual es la hora de su último metro y la respetan para no ser náfragos peatonales hasta el amanecer. Lo confieso porque lo pasé.
Madrid, que también tiene fama de trasnochadora, nos ayuda un poco más con el Metro que funciona hasta las 2 de la madrugada y luego con los Buhos, los ómnibus nocturnos que circulan desde la Plaza de Cibeles.
Transformarse en viajero
Durante el día ser turista es suficiente hasta el cierre oficial, las 4 o 5 de la madrugada en los cabarets. Para la noche libre, abierta ya no basta seguir la flecha convencional, habitual y confortable. Hay que transformarse en viajero, un up grade existencial. Aceptar el riesgo, disfrutar lo inesperado, sabiendo que "por la noche todos los gatos son pardos" y es mas fácil disimular defectos y cualquier cosa mala. O buena.
La gente de la noche es diferente, puede ser más interesante. No tiene apuro, ni mira el reloj. Podrían ser (no es obligatorio) personajes de novela, clochards retratados por Cortázar, vagabundos, mendigos, sin techo (homeless), gatos o prostis, con historias para ser oídas, graduados marginales en el Arte de Vivir. En nuestros ritmos circadianos hay alondras (se van temprano a la cama) y buhos (funcionan mejor de noche).
Con personajes notables como un amante de la vida nocturna en New York que tenía un empleo normal de 9 a 17 y diagramaba sus horarios al revés. Dormía de 18 a 24 (seis horas) luego salía hasta las 4 o 5 de la madrugada, para descansar entre las 6 y las 8 a manera de siesta. En total 8 horas de sueño por día, lo que los médicos suelen aconsejar.
En las ciudades se desvanece la noche cuando apunta la claridad, y en ese intervalo, hay boliches de recalada donde toman la última copa, o un vaso de leche, rumbo a la cama. A veces se cruzan con los que van a trabajar, los madrugadores. Y un barman porteño, con filosofía, puso fin al eventual mal entendido: "no se metan con las chicas, son mujeres de la mañana".
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