Museo Rocsen, la ecléctica colección de toda una vida
En Nono, Traslasierra, una muestra que es testimonio de la historia del siglo XX, pero también de los desvelos personales de su dueño, Santiago Bouchon
NONO.- El museo está en medio de la nada o, si se quiere, en medio de todo lo bueno que este pueblo tiene para ofrecer: ríos, sierras y una tranquilidad contagiosa. Todo eso, en 1955, fue lo que convenció a Santiago Bouchon a alquilar una casita en Nono para concretar un viejo sueño: levantar un museo, producto de años de búsqueda y coleccionismo sin límites ni disciplinas.
Referente no sólo de Traslasierra, sino de toda Córdoba, el Museo Polifacético Rocsen recibió el 31 de diciembre de 2000 al visitante 1.000.000 y en sus más de 2500 m2 exhibe 30.000 piezas, para todos los gustos, desde una ostra australiana, que vivió 400 años y pesa 140 kilos, y una momia de Nazca, de 1200 años, hasta el único piano que se conserva de los cinco fabricados a principios del siglo XIX en corazón de guindo por el reconocido Jean-Henri Paper, con talleres en Londres y París.
Otras piezas importantes y tan disímiles como una escultura de un caballo del Tíbet, de barro cocido y más de 1000 años; una talla policromada de Alejandro Magno, realizada en nogal en el siglo XV, y tres lagrimatorios de vidrio galo-romanos, usada por los primeros cristianos cuando lloraban a Jesús, forman parte de este peculiar museo.
A pie y con carretilla
Sin embargo, la historia de Bouchon, de 85 años, es tan fascinante como el museo mismo. Una historia de esfuerzo en soledad, sin ayuda oficial. "Cuando llegué a este lugar había cuatro rocas y cuatro espinas. Venía a pie desde el pueblo, a cinco kilómetros, con una carretilla que hice yo mismo, dos bolsas de cal, media de cemento y la merienda. Con el tiempo construí un sulky y, más adelante, compré una camioneta Ford, de seis cilindros, en la que traía todas las piezas que podía y con la que conocí buena parte de América del sur", afirma Bouchon.
Cada pieza del Rocsen (Bouchon explica que rocsen significa roca santa en lengua celta y que era el nombre de una propiedad heredada por la familia desde el siglo XII) está identificada y clasificada. También se exhiben textos del fundador sobre su visión de la vida. Para Bouchon, cada uno de los milímetros del universo es magnífico, milagroso. "Todo está conectado con todo. Creo en el sincretismo universal, en la unión de todas las disciplinas. Y soy un ferviente pacifista", asegura.
Así se explica la imponente fachada del edificio, cuyos primeros 100 metros fueron inaugurados el 6 de enero de 1969, con dos o tres piezas de cada disciplina, con estatuas de filósofos, científicos, artistas, pensadores. "No quiero un Hitler, un Bush, un Napoleón. Todos son pacifistas, desde Descartes, Luther King, Pasteur y San Francisco hasta Edison", cuenta Bouchon, que tardó más de siete años en estudiar las biografías de los personajes y en hacer, él mismo, cada una de las esculturas.
Con ropa de trabajo y tiradores, Bouchon recuerda un hecho de su infancia, que lo marcó para siempre. Ocurrió en Niza, Francia, donde nació. "Desde los tres años mis bolsillos siempre estaban llenos de piedras, caracoles, semillas extrañas. Pero encontrar en un anfiteatro romano una pequeña figura de un soldado de barro cocido de 2000 años fue el gran disparador de toda esta aventura", asegura.
Con el tiempo, la vida llevó a este inquieto buceador por casi todos los continentes, donde a partir de excavaciones propias, donaciones, piezas olvidadas en contenedores y unas pocas compradas comenzó a atesorar un patrimonio cultural e histórico invaluable, clasificado por disciplinas.
Rigor científico
Así se exhiben desde una quena peruana de 1200 años realizada con tibia humana, un mandolín zulú y una sábana usada por Cornelio Saavedra hasta una Biblia luterana de 1672.
El mentor de este mundo concentrado en un solo edificio, que puede ocupar una visita de un día completo, asegura que no tiene piezas preferidas. Detalla que "entre los fósiles se destaca un molusco de 600 millones, y que la herramienta más antigua es una especie de hacha de 800.000 años".
En plena etapa de formación de gente en documentación y restauración, Bouchon asegura, con orgullo, que emplea a 17 personas y que no exhibe réplicas. Menciona, además, sus tres profesiones, estudiadas en París: antropología, profesorado nacional superior de bellas artes y la escuela de arte aplicadas a la industria. "Aquí todo tiene rigor científico. Cada pieza debe tener al menos 18 datos concretos, certificados, para su posterior exhibición", explica Bouchon, de padre arquitecto y decorador, y madre egresada de la escuela de arte decorativo de Niza, donde se conocieron.
Hoy, ambos están enterrados en un cementario familiar, a la par del museo, donde también quiere ser enterrado Santiago, padre de seis hijos, ocho nietos y tres bisnietos.
Colecciones de insectos con más de 2000 artóprodos, fotos de Sarmiento y Garibaldi, salas dedicadas a la radio, la televisión, la imprenta y el cine; un asentamiento comechingón descubierto mientras levantaba el edificio; una confitería victoriana de 1880 y un pellejo humano reducido por los jíbaros de Ecuador son otras de las piezas del museo, que también recrea distintos hábitat, como el del burgués de pueblo y el de la aristocracia urbana.
"El rancho del peón de estancia es totalmente original. En esas vigas hay más de 174 años de hollín. Desarmé adobe por adobe para armar este rancho acá", asegura.
El Rocsen incluye carruajes, máquinas de vapor, áreas dedicadas a la panadería, el comercio, el desarrollo de la rueda y un taller mecánico, donde se exhibe un Gordini de Recalde. También cuelgan de las paredes armamentos, elementos sanitarios y fotos de distintas guerras, con la leyenda Basta, colocada por él mismo.
Santiago sabe de qué habla: fue parte de la resistencia civil francesa durante la Segunda Guerra Mundial, con la que ayudó a soldados aliados y civiles a escapar de la Francia ocupada por los nazis. Se le humedecen los ojos marrones cuando recuerda que la meta era estar vivo el segundo siguiente, no mañana. Y asegura que las guerras son un absurdo y que esa experiencia lo transformó en humanista y pacifista. Sonríe tibiamente al recordar la visita, hace tres años, de un soldado de Texas, cuyo avión fue derribado por los nazis y que su grupo logró salvar.
"Él tenía muchas ansias de conocerme, pero la verdad es que no sé si tomé contacto con él. Fue muy emotivo. Hasta lloró el chofer que lo trajo de Córdoba", cuenta.
Con la guerra, su familia perdió el 90% de sus pertenencias y lo poco que pudo conservar forma parte del museo. Llegó desde Francia en 1951, con un contrato de ocho meses para trabajar en el servicio cultural de la embajada francesa en Buenos Aires. Dice que podría vivir en Londres, Tokio o Roma, pero prefiere este pueblo, que lo flechó para siempre. Y guarda los mejores recuerdos de los castillos y los museos de su país, pero la guerra caló hondo.
"Nunca más regresé. Sufrí 32 bombardeos norteamericanos. El penúltimo con 5000 muertos en seis minutos, pero sin la ocupación alemana. Destruir para reconstruir, el gran comercio", comenta, con un dolor contenido, a 50 metros de su casa y ahí nomás de la tranquera del museo, que él mismo, todos los días, abre a las 9 y cierra al caer el sol.
Datos útiles
Más información. Alto de la Quinta 5887, a cinco kilómetros de Nono, Córdoba. De 9 hasta la caída del sol, todos los días. Entrada, $ 40; www.museorocsen.org ; (03544) 498-218.
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