Mujeres enojadas: quiénes son y por qué son un símbolo de esta era
Se siente en la calle, se filtra en las conversaciones, se palpita en la intimidad. El enojo está ahí, flotando en el aire, como una posibilidad que, con dos o tres gestos, podría encarnarse fácilmente. Lo invocamos, le tememos, lo necesitamos y lo aborrecemos. Ahí afuera nos invitan a enojarnos, nos castigan por hacerlo, nos cuestionan por exceso o falta de.
De todas las emociones, esta probablemente sea la que más difícil se nos volvió gestionar. Tal vez porque no tenemos tanta experiencia en esto de enojarnos con fuerza. Seguramente porque aún sufrimos fuertes reprimendas al liberar la furia. Tal vez porque aún nos da miedo escuchar nuestro propio rugido. ¿Cómo funciona el poder transmutador del enojo? ¿Cómo se activa? ¿Cómo se deja?
El enojo como motor de una era
A algunos les gusta decir que el enojo femenino "se puso de moda". Y suena bien. Posiblemente sea mucho más indefenso pensarlo así que admitir que nuestras furias, grandes o pequeñas, están ahí desde hace rato, solo que ahora han comenzado a amplificarse con una fuerza bestial. Con un libro de quejas personales y activo online, nuestras disconformidades se agrupan, se aglutinan y forman figuras imparables. Los enojos femeninos están a la orden del día, desparramados por aquí y por allá, en un mundo que no estaba muy acostumbrado a contemplarlos. Los encontramos de todos los colores, dimensiones y formatos. Se expresan en forma de drama, comedia, horror, escrache o chistecito, pero se expresan. Nosotras no solo aprendimos a revelarlos, sino también a defenderlos: "Sí, esto me molesta. Aunque a vos te moleste que yo esté molesta".
Muchas de las cuestiones más reveladoras del universo femenino, recientes y no tanto, surgieron de la furia. Basta con observar el tono de la biblia feminista que es El segundo sexo para entender el motor de Simone de Beauvoir. Y ese es el mismo tono de incomodidad que adopta la escritora francesa Virginie Despentes en su libro Teoría de King Kong, el manifiesto contemporáneo del feminismo, donde, entre otras cosas, explica: "Una empresa política ancestral enseña a las mujeres a no defenderse. Como siempre, doble obligación: hacernos saber que no hay nada tan grave y, al mismo tiempo, que no debemos defendernos ni vengarnos. Sufrir, y no poder hacer nada más".
Entonces, ahora están las mujeres que se expresan, las indignadas eternas, las que canalizan creativamente su enojo, las que se convirtieron en referentes: hay para todos los gustos. Desde su columna en Página/12, "Enojate, hermana", donde Malena Pichot invita a enojarse, hasta el discurso en Netflix de la standupera australiana Hannah Gadsby, más voces se suman a repensarnos ya hartas. "Forjé mi carrera a partir del humor autocrítico, pero no lo haré más. Cuando la autocrítica la hace alguien que ya está marginado, no es humildad. Es humillación", dice Gadsby, que al final también se pregunta en forma de revelación qué hará entonces con ese enojo.
Por otro lado, hace unos meses Serena Williams perdió la final del US Open frente a la tenista japonesa Naomi Osaka, pero esa no fue tanto la noticia como su pelea con el umpire, que le marcó una falta y desató la ira de Serena, que argumentó contra el sexismo subyacente en el dictamen. Y aunque la tenista norteamericana no tenía razón sobre la falta, sí tenía un punto cuando dijo que nadie se detiene en las peleas de los tenistas masculinos con el umpire (aunque también a ellos los multen). Sabemos que nuestra cólera se juzga mucho más que la masculina, pero también sabemos que tenemos derecho a enojarnos por cómo el mundo, a veces, nos trata. A aquellos que la critican por haber usado la bandera del sexismo a su favor, es importante recordarles que pocos días antes, en Roland Garros, le habían prohibido usar un catsuit negro que había sido especialmente diseñado para controlar el movimiento muscular después de una cesárea de emergencia.
Primero, la furia
Dice nuestra experta consultada, Inés Dates, que es saludable amigarnos con el enojo. "Todos somos descendientes de gente que sobrevivió gracias a tenerlo", asegura. Al parecer, el enojo no es una simple actitud, un tema de carácter, sino más bien un mecanismo de supervivencia. Marca límites, nos pone en alerta, nos habla de una situación en la que lo que estamos recibiendo no es lo que esperábamos o lo que sentimos merecer. Pocas emociones nos activan tan rápido y tan intensamente como estar enojadas. En un sentido adaptativo, el fuego interno sirve para reaccionar inmediatamente, para pelear por lo nuestro, para defendernos, para preservarnos. Se trata de una emoción sumamente física.
Segundo, el relato
Cuando nos enojamos, en nuestro cerebro surge un foco intenso, muy fuerte, hacia nuestro agente ofensivo y emerge una suerte de tormenta mental que es totalmente detectable en términos neuroquímicos y neurofisiológicos. Ese cóctel físico nos persuade para accionar de cierta forma, usualmente, atacando. Como si todo esto fuera poco, además, se nos activan recuerdos previos relacionados con el episodio, se nos reavivan sensaciones y significados y se disparan diálogos internos complejos, redundantes, de los que es difícil despegarse. Sucede que la rabia activa todo un sistema de codificación de recuerdos que, en el momento, es imposible de analizar. Muchas veces, la calentura espontánea es una simple manifestación que se saca, se ventila y se acabó. Pero otras veces, queda resonando tanto que no podemos sacarla de nuestro cuerpo. En esos casos, pasado el fulgor, es interesante e inteligente –emocionalmente hablando– analizar por qué algo nos atravesó de la forma en que lo hizo y, de acuerdo a eso, asumir medidas reparadoras. En esas situaciones, crear el relato de un enojo, ponerlo en palabras, contarlo, nos ayuda a pensar qué es lo que hay que reparar en nuestro contexto, o en nosotras mismas, para no volver a sentirnos así.
Tercero, el dolor
Aunque el enojo está asociado a la ira y la violencia, hay un aspecto mucho más complejo en él, que es el del dolor. El enojo es el representante de un aspecto en nosotros vulnerable, que ha sido lastimado. Esa es la verdad de fondo más compleja: siempre que estamos enojadas es porque, en realidad, hemos sido heridas. Como se trata de una señal dolorosa (y, si se permanece mucho tiempo en él, tóxica), es usual que queramos tomar acción pronto o, bueno, taparlo y pasar a otra cosa. Hay tantas situaciones por las cuales una mujer puede enojarse que es peligroso y naíf pretender establecer un "protocolo" de acción ante el enojo. Sin embargo, existen algunas pautas que pueden ayudarte a entender tu furia interior y darle una salida reparadora.
Nuestras propias reglas
Si hay algo que nos asusta a las mujeres, es enojarnos con las personas que amamos. No es para menos. Siglos de dependencia económica, afectiva, vital y muchas historias enredadas con violencia nos tienen bien entrenadas en el arte de la sumisión y el pavor al abandono. Entender que un enojo puede resolverse en grados, y pasando por muchas zonas grises, no es nuestro fuerte. En este sentido, somos unas cuantas las que necesitamos bajarnos la actualización de un nuevo mindset y notificarnos de que no solo estamos autorizadas, sino que debemos participar en el establecimiento de las reglas de nuestras relaciones. Ninguna persona que se oponga puede querernos bien.
Enojarse con nudo y desenlance
Mostrar las uñas, malhumorarse, pegar algunos gritos, no es necesariamente enojarse. Hay berrinches, hay disconformidades, pero enojarse es otra cosa. Enojarse es pedir algo a sabiendas de que estamos perfectamente capacitadas para ganar aquello por lo que peleamos. Sucede que las mujeres hemos sido siempre muy buenas perdedoras y supimos complacernos con la idea de que todos salgamos ganando o, al menos, con que no se note tanto que el otro pierde. Y, a veces, sucede que esto no es posible. Enojarse, enojarse bien, fuerte y hasta el final, con nudo y desenlace, es usar la emoción como lo que realmente es: un poderoso motor de cambio.
El estigma de la loca
Los hombres y las mujeres nos enojamos con frecuencias similares, solo que las mujeres sentimos más vergüenza y miedo a posibles represalias por hacerlo. Así lo demuestra Ann M. Kring, profesora de Psicología de la Universidad de California en Berkeley, que estudió la emoción en ambos géneros. Las palabras "perra" y "bruja" son fácilmente asociadas a mujeres que muestran su furia, justa o no, por lo que el riesgo a ser humillada suele actuar como un factor censurante. En un libro en el que cuenta detalles de su campaña presidencial, la mismísima Hillary Clinton cuenta cómo sus asesores le recomendaron no dar muestras de ninguna molestia para no ser estigmatizada públicamente como una "loca rabiosa".
*Si te interesó el tema, leé la nota completa en la revista de noviembre.
Experta consultada: Inés Dates, nuestra psicóloga, Ines_dates@yahoo.com.ar.
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