"Nunca es tarde, no tengas miedo. Hoy estás a tiempo de animarte a lo que sea que quieras animarte". Esto escribí en mi diario personal algunos días antes de anotarme, finalmente, en mi primer surftrip. Y digo "finalmente" porque aprender a surfear era una cuenta pendiente desde que mi memoria me permite recordarlo. Sólo que el miedo, y algunos prejuicios, me fueron frenando a medida que pasaban los años y las oportunidades de aprender.
Los mejores recuerdos de mi vida son junto al mar
Es imposible enumerarlos todos porque el mar forma parte de mi vida desde que tengo memoria. Entonces intento recordar los primeros: tenía seis años y, el último día de las vacaciones, papá nos levantaba siempre a la madrugada para ir a ver el amanecer en la playa. Nos sentábamos los cinco en un médano y esperábamos ese momento en el que empezaba a asomarse el sol detrás del agua. No hablábamos, nos abrazábamos porque la arena estaba fría y en el cielo todavía se veían las estrellas. Mientras tanto papá nos enseñaba a escuchar la naturaleza.
Todavía recuerdo el sonido de las olas que rompían suave a esa hora del día, el graznido de las primeras gaviotas, el silbido del viento que se calaba entre la capucha de mi campera y mis orejas. La playa era para nosotros, ese momento era para nosotros. Después del amanecer corríamos hasta el mar y los más valientes mojábamos los pies en la espuma helada. A mi me gustaba mirar para atrás y ver nuestras huellas en la arena, las primeras del día. Me gustaba creer que nadie podía borrarlas, que podían quedar grabadas y unidas para siempre, como nosotros cinco y nuestros amaneceres de playa.
Ese amor por el agua salada y las experiencias de viaje que me conectaron con los diferentes océanos, hicieron que cada vez quisiera aventurarme más mar adentro: buceaba, hacía Stand Up Paddle, me subía a veleros, lanchas, kayaks, ferries, motos de agua, me tiraba de acantilados de más de 15 metros de altura y nadaba en mar abierto en luna llena. Pero el surf siempre lo miraba sentada desde la playa…
Probé varias veces
En 2010, en un viaje con amigas a la costa de Ecuador, me animé a mi primera clase pero terminé más aterrada que antes: el profesor me llevó muy adentro, las olas eran violentas, la tabla no era la indicada y ni siquiera tenía traje de neoprene así que estaba más preocupada de no perder el bikini que de lograr remar bien o intentar pararme.
En los viajes que siguieron hasta hoy, me rendí a mi ilusión de aprender a surfear y seguí disfrutando el mar a mi manera. Hasta que me invitaron a un surftrip en Punta del Este y, aunque pensaba que ya estaba grande para aprender este deporte, tomé coraje y dije mejor tarde que nunca.
En sólo cuatro días pude acercarme por primera vez a este deporte como protagonista y no como espectadora sentada en la arena y eso, para mi, ya era un montón. Aprendí a remar arriba de la tabla, a meterme al agua sin miedo y con respeto, agradeciendo al mar por la oportunidad de recibirme en su casa.
Conocí los diferentes tipos de tabla, cómo cuidarlas, cómo trasladarlas y también las técnicas clave para manejarme con la tabla afuera y adentro del agua en diferentes situaciones. Lo que más me costó (y lo que más cuesta generalmente) fue lograr pararme en la tabla. En esta instancia se ponen en juego muchísimos músculos que es fundamental entrenar previamente para poder estar preparada: los abdominales, los glúteos, los cuádriceps, los bíceps y los tríceps ¡y otros más seguro!
Las condiciones del mar también tienen que ayudar
Entendí que no siempre se puede surfear: hay que aprender a leerlo, conocer las olas, las rompientes, el viento. Si todo acompaña, ¡hay que subirse a la tabla sin dudarlo! E intentar, intentar, intentar hasta el cansancio y aunque te llenes de "frutillas" las rodillas, como me pasó a mi, después van a ser el recuerdo más feliz, ¡vas a ver!
El día que más disfruté fue el último: les pedí a Mili y Nina, las instructoras, si podían acompañarme a la playa a las seis de la mañana. Después de entrar en calor bajo los primeros rayos de sol del día, las chicas me acompañaron al mar y me ayudaron a superar la frustración y a ejercitar la paciencia. Este deporte de riesgo, aunque pueda parecer lo contrario, requiere de mucha serenidad y perseverancia.
Lecciones surfistas
Mi mayor aprendizaje, además de las destrezas físicas y la técnica del surf, fue el de superar el miedo y dejar de lado los prejuicios. Me contaron que hay personas que empiezan a surfear a sus 50 años. Me di cuenta que la edad no es un límite y que la actitud es el motor más poderoso. Sé que este sólo es mi primer paso y que vendrán muchos más hasta agarrar mi primera ola. Mientras tanto, sigo aprendiendo y animándome a nuevas aventuras saladas.
También leé: Conocé los beneficios del surf y aprendé a meditar en movimiento
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