Más allá de la casa donde durmió el prócer
El patrimonio histórico y cultural argentino está muy poco explotado. Tenemos una suerte de complejo de inferioridad en relación con el patrimonio cultural; es decir, creemos que nuestro fuerte son los paisajes, cuando en realidad nuestra herencia histórica y cultural es muy rica.
Tuvimos, por ejemplo, una de las redes de ferrocarril más largas del mundo, y hay testimonios por todas partes. También los colegios construidos a fines del siglo XIX, como el Agustín Alvarez, en Mendoza, son escuelas palacio que hablan de un patrimonio fabuloso, además del lugar que ocupaba la educación en la construcción del país.
Hay cosas que te perdés y en realidad estás pasando al lado, y que van más allá de la casa donde durmió tal o cual prócer.
El tema es que no existe una política general de preservación y difusión del patrimonio histórico, una política con cierto grado de coherencia estratégica. Hay que armar guiones y argumentos; lograr circuitos turísticos que escapen a un lugar puntual, que ayuden a redescubrir nuestro patrimonio. Circuitos arquitectónicos, de arte, o incluso de agricultura y ganadería; en este caso, que no sólo incluyan las estancias (desde silos hasta mataderos, hay mucho que se puede explotar).
En cuanto a ciudades o capitales de provincia históricas, es muy poco lo que se ha preservado. El casco de Salta, por ejemplo, está muy degradado y desguazado. Se han tirado un sinnúmero de edificios históricos, o se los ha transformado en supermercados. Las otras ciudades también se han ido desfigurando, todas siguiendo el ejemplo de Buenos Aires. Sólo se podría decir que se han preservado los cascos de Corrientes, Paraná y Mendoza. Estamos a tiempo de mantener algunos lugares que todavía están bastante íntegros, como, por ejemplo, los pueblos forestales del norte de Santa Fe, donde la empresa británica La Forestal explotaba el tanino del quebracho.
El autor es arquitecto especializado en preservación del patrimonio
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