Mar del Plata, la cara menos conocida de un clásico
Es el balneario argentino más tradicional, aun así muchos no conocen su historia, su origen ni su rico anecdotario, desde los tiempos de indios pampas y jesuitas hasta la llegada del turismo y la aristocracia
Apenas una aproximación. Tan sólo eso es lo que compone el imaginario colectivo del centro turístico más popular de la Argentina. Por experiencia propia o por influencia mediática, todos conocen Mar del Plata. O al menos conocen parte de ella. Una parte seguramente verdadera pero que está lejos de completarla.
Hay una historia prefundacional que pocos tienen en cuenta. Por ejemplo, que allí hay vida humana desde hace 10 mil años. Los indios pampas rondaban la zona y de tanto en tanto se acercaban a la costa para cazar lobos marinos. Los jesuitas intentaron "civilizarlos" y convertirlos a mediados del siglo XVIII, pero no tuvieron mucha suerte. Resistieron menos de cinco años. Hasta que duró el buen humor del cacique Cangapol. Por ese intento, la laguna y sierra cercanas a la ciudad llevan el nombre de "de los Padres".
Una referencia graciosa la aporta el idioma y el devenir semántico de las palabras. Los jesuitas, en su descripción del sitio en el que se asentaron, mencionan la gran cantidad de "curros" que había en el lugar. Los curros son plantas espinosas que pueden llegar a los tres metros de altura y en la actualidad se las cuida en una reserva que ocupa 80 hectáreas. Que hoy haya curros urbanos no es culpa de la naturaleza, aclaremos.
Por aquellos tiempos, ya habían pasado frente a las costas de la hoy Mar del Plata algunos navegantes. Hernando de Magallanes y Sir Francis Drake entre otros. Pero el primero en llegar por tierra fue Don Juan de Garay, que describió el lugar como muy galana costa. Claro, ninguno de ellos vaticinó que ese sitio se convertiría en un destino turístico. La sencilla razón es que el turismo no existía. Debían transcurrir más de dos siglos para la aparición de la industria sin chimeneas.
Cabo Corrientes
En el siglo XVI los pulperos de Buenos Aires les daban alcohol a los indios a cambio de ponchos, botas y mantas. Un historiador marplatense me dijo que estos consideraban a los lobos marinos algo así como la reencarnación de los borrachos.
Lo cierto es que en esas costas hubo lobos marinos desde tiempo inmemorial. El corsario Drake bautizó como Cape Lob a lo que se conoce hoy como Cabo Corrientes.
Pero ¿por qué es una presencia "rara" para quienes no somos biólogos marinos? Por una simple razón: en Mar del Plata sólo hay ejemplares machos. ¿Cómo? Sí? otra vez: sólo hay machos.
Ocurre que estos animales -que la ciencia llama Otaria flavescens, lobo marino de un pelo- tienen sus propias manías para el sexo y la reproducción. Cada macho tiene su harén y sirve aproximadamente a nueve hembras. La cópula se produce en las costas uruguayas entre mediados de diciembre y mediados de febrero. Los machos deben disputar su harén. Los que pierden deben irse sin copular. Los humillados se van a vivir juntos. ¿A dónde? Sí, a Mar del Plata. Se los puede ver en el puerto. Son más o menos 800. Véalos y, si puede soportar su inconfundible olor, respire. Pero tenga piedad. No se burle de ellos.
Accidente geográfico
Al sur de Mar del Plata, en la zona de Chapadmalal, hay un sitio sobre la costa que bien podría ser parte de la ribera escocesa. Se trata de la conocida Barranca de los Lobos. Ver desde allí el amanecer o bien despuntar la luna llena en el horizonte es una experiencia gloriosa.
Las paredes de la barranca son yacimientos paleontológicos únicos. Allí van chicos de las escuelas a buscar huesitos que por miles la tierra atesora.
Pero una discusión que perdura es si la Barranca de los Lobos es un accidente geográfico u ortográfico. Me explico. Hay quienes sostienen que allí nunca hubo lobos marinos. O más bien que pudo haber algunos pocos. Que la barranca a pique, las mareas y otras menudencias no hacía muy cómodo ese hábitat para los mamíferos marinos. Que lo que allí había eran loros. Loros barranqueros.
Una vez un secretario de Turismo de la ciudad en conferencia de prensa anunció que iban a trasladar los lobos marinos del Puerto a la Barranca, "donde estuvieron siempre". Le preguntaron cómo iba a hacer eso. Dijo que durmiendo a las hembras y llevándolas a ese lugar y que los machos irían detrás. Nadie más preguntó. Quien esto escribe le dijo en soledad al funcionario que no había hembras y que al parecer en ese lugar tampoco hubo lobos. Luego de unos segundos en silencio balbuceó: "Entonces?¡estamos hasta las manos!".
La belle époque
Hacia fines del siglo XIX la aristocracia argentina comienza a viajar a Europa, principalmente a París. No había descubierto aún el mar y los veraneos se pasaban en las estancias. Luego se regresaba a Buenos Aires, aunque muchas veces sólo de paso para Europa. Solía decirse... quelle diffèrence: de París à l´estance !
Casi 30 años después de la llegada del tren (1886), Mar del Plata ya se había transformado en la Biarritz argentina. La guerra desatada en 1914, que impidió al patriciado porteño viajar a Europa, potenció ese carácter. Ya muchas de las familias ricas argentinas habían construido sus espectaculares casas. Desde 1888 funcionaba el hotel Bristol, a cuya inauguración había asistido Nicolás Romanoff, el zarévich heredero del trono de Rusia.
Arquitectos ingleses y franceses rivalizaban en el naciente balneario para construir para sus connotados comitentes las mansiones que les permitieron distinguirse.
"Mi abuelo solía contar que una vez un señor proveniente de un sitio remoto le encargó todo el mobiliario y carpintería para una importante casa en su país. Pero su asombro fue que nunca le preguntó cuánto le costaría. Era tan rico que no le preocupaba saber lo que costaban las cosas". El testimonio es de la nieta de Gustav Serrurier-Bovy, el genial diseñador belga que articuló una fusión de art nouveau tardío -art decó con francés Luis XVI- y el caballero del país remoto era el representante de la familia Ortíz Basualdo.
La casa con esos tesoros, testimonio de la época opulenta, es hoy el Museo Juan Carlos Castagnino en la esquina de la avenida Colón y Alvear. No puede dejar de visitarse.
Numerosas residencias de la época se mantienen aún en pie a pesar de los altibajos de las políticas públicas para preservarlas. Forman parte de un patrimonio que hace única a esta ciudad. Y todos, turistas y lugareños, pueden todavía disfrutarlas.
El primer edificio de mampostería está todavía en pie y es hoy Monumento Histórico Nacional. Es la capilla Santa Cecilia en la loma del mismo nombre. La construyó el fundador de Mar del Plata, Patricio Peralta Ramos, en honor de su mujer, fallecida en 1861 como consecuencia de un mal parto del que nació su hijo número catorce.
La cúpula del templo fue realizada con los mástiles de un bergantín inglés naufragado en 1865 frente a las costas de lo que a partir de 1874 fue formalmente llamada Mar del Plata.
Peralta Ramos contrató a Carlos de Chapeaurouge, de sólo 28 años, para que trazara la cuadrícula de la ciudad. Como la capilla Santa Cecilia era el edificio más importante hasta ese momento, el joven agrimensor partió de su frente para tirar las líneas paralelas que definirían la orientación de las calles, tal como llegan a nuestros días. Esa capilla es, definitivamente, el embrión de la ciudad.
El golf y la nobleza
A la cancha de playa Grande se la conoce como la catedral del golf. Es una de las primeras en nuestro país. Podríamos definirla como típicamente escocesa. Barrancas, rough, viento, no muchos árboles, fairways ralos, y un búnker grandioso: el Port Arthur.
En los otrora médanos comenzó a practicarse este deporte en 1890. El Mar del Plata Golf Club se fundó en enero de 1900. Hasta 1915 hubo sólo nueve hoyos y a partir de esa fecha se completó la cancha con los nueve restantes.
En 1931, el por entonces príncipe de Gales, luego Eduardo VIII de Inglaterra, salió a probar suerte. Su Alteza Real ya conocía Mar del Plata. Había venido en 1925 a bordo del Repulse. En esta, su segunda visita, pudo dormir en el club house, ya que el espléndido edificio estilo Tudor se había inaugurado en 1926.
A propósito del edificio, cabe contar otra anécdota protagonizada años más tarde por el sobrino político de Eduardo VIII. Me refiero al duque de Edimburgo, actual marido de la Reina Isabel II, que visitó Mar del Plata en 1962.
Al bajar del auto frente al club house el duque dirigió su mirada al frontis del edificio. Pero no vio lo que esperaba. Le preguntaron qué buscaba y contestó que el año de construcción de la casa. Presurosas, las autoridades del club se abocaron a resolver la falta. Bueno? no tan presurosas. Tardaron un año en decidir si los número debían ser romanos o arábigos. Hoy, justo encima de la grandiosa puerta de entrada, hay un número: 1926.
Los que practican golf pueden ir a jugar a esa cancha. A los primerizos un dato que no por conocido deja de ser útil: todos los greens caen al mar. A los que no les atrae el deporte pueden conocer la casa y comer en el restaurante. La experiencia vale la pena.
Playa por playa
La amplia oferta turística de Mar del Plata diversifica por los consumos. La gente de mayor capacidad contributiva, catalogada marketineramente como ABC1, tiene servicios, espacios y barrios que la contienen.
Para los más tradicionales de este sector el mar de Playa Grande sigue siendo el sitio para tomar sol, pero en los últimos años las playas del sur, desde Punta Mogotes hasta la Barranca de los Lobos, con balnearios privados de servicios exclusivos, pasaron a ser los más selectos. De todas maneras los 44 kilómetros de playa abren alternativas de consumos más populares.
A metros del faro de Punta Mogotes, se habilitó Yes playa canina, el primer balneario pet friendly de la ciudad.
Desde febrero de 2001 existe la Playa Escondida, la primera playa nudista de todo el Partido. La visitan familias naturistas y también gran parte del colectivo gay, tres kilómetros más allá del Complejo de Chapadmalal, casi en el límite con Miramar.
Abracadabra se llama el balneario de los jóvenes cool. Lo promocionan diciendo que no es una playa, que es “un templo”, en el kilómetro 3,5 de la ruta 11. Durante la noche hay música y recitales.
Un balneario especialmente dedicado a los chicos es Guillermo, entre Punta Cantera y el faro. Organizan todo tipo de actividades para los más chicos y tienen maestras jardineras.
El balneario Bosques del Faro Village, además de sus toldos en un espacio tranquilo y amplio, es el único que ofrece departamentos prácticamente sobre la playa. De un lado el mar. Del otro el bosque.