Luciano Lutereau y Verónica Buchanan hablan de parejas abiertas, citas virtuales y el nuevo amor tecnológico
En su último libro, Adiós al matrimonio, el psicoanalista analiza la nueva configuración de las parejas; junto a su compañera y colega esperan un hijo; en esta entrevista hablan sobre los desafíos de compartir una vida de a dos
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Una familia ensamblada con hijos de parejas anteriores que esperan a su primer hijo juntos. Los psicoanalistas Luciano Lutereau y Verónica Buchanan afirman haberse conocido en dos momentos diferentes: el primero, cuando eran compañeros de la facultad y les tocó cursar algo juntos: “Yo la veía a Verónica de lejos, pero ella no me registraba”, dice Lutereau.
Años más tarde, se reencontraron como egresados y trabajando como docentes de la Facultad de Psicología, pero solo intercambiaron algunas palabras. Donde se vieron nuevamente y sucedió el encuentro fue cuando sus hijos coincidieron en un jardín de infantes, y ya los dos estaban solteros nuevamente. Empezaron a salir a tomar cafés, pero los unía la profesión, “era impensable una relación, como fue impensable un hijo a esta edad, digamos que a la gente de 41 y 42 años no le suele pasar esto de un embarazo espontáneo”. Luciano acaba de publicar Adiós al matrimonio, un libro en el que pone luz sobre la diferencia entre el amor y la pareja. De eso, justamente, quisimos charlar con ellos.
-¿Practican el amor desde su concepción más romántica o tradicional? ¿O son una pareja abierta?
-L: En una pareja abierta se pierde y se gana. La verdad es que yo no podría elegir, porque tengo algunas marcas en mi vida que me hacen querer de una forma y no de otra. Para mí eso tiene un valor. Cuando uno dice “abierta”, lo contrario es “cerrada”, y choca pensar en una pareja cerrada con llave, tipo submarino, pero yo no lo vivo así.
-V: El amor es estar una misma abierta a ser distinta, a transformarte, a encontrarte con otro al que nunca vas a conocer del todo.
-L: Por eso yo no quise escribir un libro sobre el amor, sino sobre la pareja, porque creo que son dos cosas distintas. Por lo general, le pedimos al amor que asegure la pareja y ahí aparecen muchos problemas. Hacemos del amor la condición absoluta de una pareja y eso a veces fuerza a las parejas. El amor es un tipo de experiencia que es de transformación personal. Para mí, el amor tiene que ver con la manera en que, a partir del encuentro con otro, surgen ganas de cosas que uno no traía de antemano.
-V: Hay una canción de Phil Collins que nos gusta mucho, se llama “You Can’t Hurry Love” (“no podés apurar al amor”) y habla de que no se le puede meter presión, que, en definitiva, los momentos llegan. El tema es que en nuestra sociedad no tenemos mucho tiempo para esperar al amor.
-L: Culturalmente, hoy hay una preocupación por la pareja que desborda lo amoroso. Necesitamos asegurar los vínculos, necesitamos tener algunas garantías de que el otro va a estar. Buscamos que el otro sepa de antemano si te quiere y para qué está. A veces, cuando me preguntan respecto de los encuentros con apps, el problema no es la virtualidad, sino el tipo de experiencia que se genera. Es un formato en el que tenemos que ser hiperclaros respecto de lo que buscamos, y eso fractura la espontaneidad.
-Pero se piden garantías porque es fácil que te ghosteen y no está bueno eso. A veces pedir garantías es somatizar todo por lo que pasaste.
-L: Efectivamente, esas garantías son como una desesperación del cuerpo. Me acuerdo de una mujer muy joven que conoce a una persona a través de Tinder y en la primera conversación (un viernes a las 3 de la mañana) el tipo le dice: “Te paso a buscar mañana y vamos al registro civil”. Ella estaba indignada porque no había pasado. Y yo me quedé pensando: ¿Vos te vas a casar con alguien con quien no tenés ninguna experiencia?, es decir, ¿quién se va a casar ahí, si no es esa somatización de garantía, ese pedido corporal, que es un poco desesperado?
-La virtualidad habilita modos vinculares en los que es común que la gente se vaya de boca, ¿no?
-L: Claro, con Vero ni siquiera habíamos tenido nuestra primera salida, y ella me dejó de hablar. Cuando le pregunté el motivo, me dijo: “Porque vos me hiciste invitaciones que no cumpliste ni cancelaste”. Y es verdad, yo me quedaba en la expresión de deseo. Creo que muchas veces podemos decir cosas sin darnos cuenta porque la virtualidad ahorra el compromiso corporal, entonces uno no siente la tensión que genera eso en el cuerpo.
-V: Estamos muy cancheros en la crítica del amor romántico, pero no estamos tan cancheros en la crítica del amor tecnológico, de cómo la virtualidad reformuló el modo en que decimos y generamos cosas.
-L: Rápidamente entramos en fases de entusiasmo muy grande, nos recopamos con cosas, pero, claro, tienen el brillo de la virtualidad.
-La virtualidad, además, nubla un poco toda la situación de pareja; a lo mejor te separás, pero continúa una fantasía de contacto porque estás viendo su vida por las redes sociales.
-L: No solo pasa eso, sino que, también planteada la separación física, empieza la comunicación virtual en la que una de las dos personas sube una foto en un asado diciendo “acá, pasándola bárbaro”, y quien está del otro lado siente que su ex la pasa bien, mientras uno está humillado, con ojeras. Esto se ve en los espacios terapéuticos por haber incorporado a la pareja ese canal indirecto de comunicación que es la virtualidad, aparece mucho más la forma de hablar indirecta o el hablar para producir efectos en el otro antes que para querer decirle algo.
-Pero eso se duplica también en el contacto presencial, ¿no?
-L: Absolutamente, en las primeras entrevistas de muchas parejas, te diría que el gran trabajo es desactivar esa comunicación reactiva en la que se hacen o dicen cosas para que el otro las vea. Se busca producir un efecto, no hay conversación, y enseguida viene la victimización. Una cosa es decir “yo sufro por vos” y otra cosa es decir “yo sufro porque nuestro vínculo es doloroso para mí y te quiero contar por qué es doloroso para mí”.
-En tu libro hay una frase de Déborah de Corral que elegiste como epígrafe que dice algo como “no creo en el drama del amor..., ¡pare de sufrir!”. ¿Cómo fue la elección?
-L: Cuando leí esa frase en una entrevista de Rolling Stone me resultó muy impactante porque, primero, muestra algo oscuro del amor, que es el “pare de sufrir”, muestra que hay algo de lo vincular que no se puede resolver contractualmente diciendo “bueno, yo te cocino y vos no me jodas”, porque ahí está la dimensión del conflicto que a veces no es eliminable de una relación. Uno puede ir negociando y haciendo contratos dentro, pero hay algo del otro que nunca termina dentro de ese contrato, entonces me gustaba la frase porque, en definitiva, muestra esa tensión que hay entre lo que podemos arreglar con el otro y eso del otro que queda en la oscuridad. Esto va en contra del ideal amoroso de la transparencia, donde se pretende saber todo del otro.
-V: Hay una creencia muy arraigada que es la de ver una foto y creer que sabés del otro. Me parece que el saber es casi lo contrario de ver. Saber tiene que ver con poder estar y es algo muy efímero. El saber no es la información, no es el ver ni es el dato. Saber es algo mucho más sutil, e implica curiosidad antes que control.
-Volviendo al “pare de sufrir”, ¿cómo encontrar el equilibrio entre tirar la toalla al toque y quedarse cuando hay crisis constante?
-L: Antes había muchos vínculos en los que se soportaba cualquier cosa por sostener la pareja. Hoy hay una frase muy común en las parejas, que es “entonces nos vamos a tener que separar”. Cualquier tensión o conflicto lleva a pensar que, entonces, no está funcionando. Pero no tenemos que buscar ponernos de acuerdo para que el conflicto no esté más, sino transitarlo teniendo en cuenta que el conflicto nos va a modificar a los dos. El conflicto en la pareja no es un conflicto con la pareja, sino que es personal. Yo puedo cargar al otro con el conflicto y decir “vos me vas a limitar, vos no me dejás”, pero eso es convertirlo en un sustituto parental, entonces, me peleo con mi pareja como me peleaba con mi papá o con mi mamá, en lugar de elaborar el conflicto. Hay muchas parejas que con el nacimiento de un hijo –o sin él– se vuelven una pyme de crianza, de gestión de la vida de los hijos, pero lo cierto es que eso tiene algo muy frustrante, que es rechazar el reconocimiento del deseo. Yo pienso que ese es el modelo que reemplazó al matrimonio, porque el matrimonio era una institución muy centrada en que la familia consolidaba a la pareja.
-¿Por qué hay tanta pelea de parejas por WhatsApp?
-L: Sí, incluso dentro de personas convivientes se instaló la pelea por WhatsApp por esto que decíamos antes de querer producir un efecto, ¿no?
-V: Muchas veces mandás un WhatsApp porque te encontrás en la imposibilidad de decir algo. Hablar con otro es dificilísimo.
-Otro gran tema de las parejas es poner el foco en el afuera y pensar que hay algo mejor esperándonos en ese “pudo haber sido”...
-L: En la fantasía existe la posibilidad de un goce pleno, idealizado, que además da por hecho que existe “la mejor opción” (algo muy del individualismo actual). Yo pienso que muchas personas están en pareja por mandato, porque necesitan reparar aspectos personales, entonces encuentran en el amor del otro la forma de sentir que valen algo. La pareja no es para todo el mundo; una pareja es para aquellas personas que necesitan o quieren realizarse a través de otra persona… porque hay una forma de realización personal y hay formas de realización a través de otros, que no necesariamente son la pareja. Creo que esto se hizo visible de un tiempo a esta parte, con la desinstalación de la institución matrimonial obligada, en la que no era como si el mandato fuera a buscar la pareja, quiere decir incorporar la perspectiva o la mirada de otro en tu decisiones, ¿no?
-V: Hace un tiempo, una mujer grande me contaba que una sobrina suya que tenía 40 y tantos años había decidido ser madre a través de un donante de esperma. Esta mujer, que había tenido a sus hijos en el marco de un matrimonio, me decía: “Yo no me hubiera animado”. Pero yo pensaba, para mucha gente puede ser incluso más fácil, ¿no? Porque esto que planteaba Luciano de realizarse a partir del encuentro con otro es, de alguna manera, a partir del quilombo, del conflicto.
-L: Hoy creemos que cuestionamos muchas obligaciones o mandatos, pero me parece que también hacemos una lectura infantil de esos mandatos como si no nos permitieran desear en absoluto. Creemos que los mandatos no habilitan deseos. De hecho, cuestionar también nos volvió más autoexigentes, es decir, no es que somos más libres hoy en día por haber criticado todos los mandatos. Al contrario, tenemos una enorme libertad que nos agota o nos termina generando ansiedad. Ciertas normas y cierto orden son necesarios para poder desear, y sin instituciones estamos totalmente desamparados, que es lo que ocurre hoy, por eso hay un enorme desencuentro. La enorme autoexigencia va de la mano también de enormes expectativas. Creo que no somos conscientes de cuánto les estamos pidiendo al amor y a los vínculos.
-¿Y qué pasa con el deseo de sumar a un/a tercero/a a una pareja?
-L: Es una manera de plantear que las parejas no son dos que se vuelven uno, sino que siempre son dos habitados también por una diferencia. Y el primer nombre que se le puede dar a esa diferencia es “deseo”. Esta teoría sirve para pensar en algo de esta época, que es la tendencia a parejas dependientes, simbióticas, funcionales, porque en la pareja tiene que haber una distancia. Entonces, pensar en la formulación del deseo como un tercero quiere decir que hay una parte de la vida del otro que no es con nosotros, y eso que es tan fácil de decir para muchas personas es muy difícil de incorporar porque sienten que cuando el otro no está, es como si no estuviera.
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