Low cost: cuando lo económico sale el doble, en la experiencia europea
COPENHAGUE.- Viajaba desde Londres hacia esta ciudad, un trayecto de una hora y cincuenta minutos. Tenía dos opciones: volar ida y vuelta con una línea aérea tradicional, al mediodía, por 120 euros; o con la lowcost Norwegian, a las 6.20, por 55 euros. No lo dudé: pagué mitad con tarjeta de crédito y mitad con madrugón.
Hice el web check in con tiempo e imprimí la tarjeta de embarque, con el mismo código de barras que también conservé en el celular. Ya lo decía mi abuela, mujer prevenida vale por dos.
A modo de ritual volví a controlar el equipaje de mano. No llevaba líquidos ni elementos cortantes; las cremas de menos de 100 ml (máximo permitido), en una bolsa plástica aparte. Medí la valija una vez más. Ningún 90, 60, 90, acá las medidas ideales son 55, 40, 23. La levanto como a la pesa de 10 kilos con la que ejercito tríceps, mientras pienso que si uno es precavido no siempre lo barato sale caro.
En el aeropuerto, un cartel sobre el mostrador de embarque anunciaba que la puerta cerraría a las 5.50. Faltaba un rato todavía. De pronto, un empleado se acercó a un pasajero y lo sacó de la fila como a un alumno indisciplinado. Con cara de qué hice, el chico llevaba una mochila que a simple vista excedía los centímetros permitidos. ¿Cuánto le costaría la imprudencia? 50 euros.
En Europa, la lista de comodidades extra depende de la compañía aérea y del trayecto. Pero para tener una idea de lo que algunas preferencias podrían encarecer el pasaje, la suma sería más o menos así: elegir asiento, entre 9 y 35 euros por persona; despachar una valija, de 25 a 50 euros si se compra con antelación; un combo de sándwich, gaseosa y, con suerte, un chocolate, alrededor de 10 euros, aunque en los vuelos de larga distancia el menú es de 30 y se pagan hasta la manta y los auriculares, 5 y 3 euros respectivamente. Después esa suma se debe multiplicar por dos para cubrir la ida y la vuelta. En conclusión, el boleto inicial podría aumentar de 88 a 251 euros.
En la puerta del avión las azafatas saludaban con la sonrisa recién maquillada. Acomodé la valija en el compartimento superior, me senté y ajusté el cinturón. El premio por haber cumplido con todas las reglas de principio a fin fue no pagar un centavo de más. Ni siquiera por usar el Wi-Fi, que en Norwegian es gratis. Sí, parece el reino del revés: una prestación que las aerolíneas tradicionales cobran entre 10 y 20 euros, en esta lowcost, donde todo antojo se paga, es gratis.
Imprimir, siempre
Como dice el dicho, cada médico con su librito. En el caso de la aviación, cada aerolínea con sus condiciones. Un equipaje de mano es un equipaje de mano y todo lo que esté de más lo harán entrar en algún bolsillo o lo facturarán. Tampoco hay que confiarse por haber viajado más de una vez con una lowcost, a veces nuestras necesidades cambian.
Hace un tiempo, mi hermano iba a viajar de Madrid a Londres con su familia y no imprimir las tarjetas de embarque complicó sus planes. Había hecho el web check in la noche anterior y tenía la confirmación correspondiente por mail. Llegó al aeropuerto una hora y media antes del despegue, tiempo suficiente si no hay nada que despachar, y se acercó al mostrador para consultar por un cambio de asientos. La empleada de Ryanair, con la mirada perdida, le pidió el comprobante de viaje impreso. Porque sin papel no hay embarque, está escrito en las condiciones.
Resultó que por cada impresión había que pagar 50 euros en una máquina, como para no discutir. De locos, de no creer o como se quiera llamar, pero esa hoja puede costar más que el mismo pasaje. Entre idas y venidas por conseguir ese papelito, se le pasó por alto otro dato: el plazo para imprimir las tarjetas de embarque corría hasta dos horas antes del vuelo. Para no perder el avión, agotó las instancias y la paciencia, pero no hubo caso: tuvo que pagar todo de nuevo. Aunque esta vez lo hizo por EasyJet. Lo barato le salió el doble (y le costó su matrimonio, pero esa es otra historia).
Un gran casamiento griego
En un viaje de Atenas a Santorini por Ryanair, cierta pasajera llevaba una cartera grande, de medidas aceptables y un traje envuelto en plástico doblado sobre un brazo como quien lleva un sobretodo. Iba con su futuro marido y con su vestido de novia.
Comenzamos a embarcar. Todo iba sin sobresaltos hasta que un empleado la apartó de la fila. Claro, otra desobediente. Una de dos: despachaba la cartera o le compraba un asiento al vestido. La chica se puso a llorar, el novio se acercó al mostrador y el vestido tuvo su boleto por 150 euros. La novia no pudo superar la crisis durante los 50 minutos del vuelo. Porque la indignación no terminó ahí: lo más injusto se vio cuando el embarque finalizó y quedó a la vista que la mitad del avión iba vacía.